31 ago 2022

QUIZÁ ME ARREPENTIRÉ

No hace mucho en una cena, alguien contó con ese orgullo que se intenta disimular con poco éxito, que habían despedido a un camarero en un restaurante por la reseña que había puesto en Google. Yo casi me caigo de la silla. No solo por el comentario, que es de los que me pesan más que un polvorón en agosto, si no por ese orgullo incontenible con el que estaba pronunciado.

No sé si fue mi cara o hubo alguien más que lo sintió porque rápidamente alguien que había estado allí matizó que "no había sido solo por eso, que era una persona que trabajaba muy mal, incluso el establecimiento les había agradecido el comentario". Se hizo justicia.

Yo solo rezaba para que alguno de los camareros nos estuviese escuchando y se tomara su venganza. Por justicia poética.


Ante este tipo de situaciones nunca sé qué actitud adoptar. Uno a lo que aspira en esta vida es a tener cenas más o menos agradables y cuando te encuentras cenando con una persona así pues ya solo queda esperar a que Google invente un lugar en el que puntuar a los comensales y que alguien me avise con quién no me conviene estar. 

O no. Yo que sé.

En realidad, yo eliminaría toda opción de criticar negativamente un negocio o el trabajo de cualquier persona por un solo motivo: asegurarme que nadie podrá puntuar mal el mío.

Hay días que me levanto de la cama y sigo sin entender cuál es el fallo del sistema por el que llevo más de una década viviendo y valiéndome por mí mismo. Cualquier día alguien se da cuenta, lo repara y se e acaba el chollo. 

Casi seguro se descubrirá por una mala reseña escrita por alguien más listo que yo en internet.

Puro instinto de supervivencia. 

Bien pensado, esta sociedad funciona por gente como la que expone sus críticas sinceras en la red, si fuera por gente como yo, todo estaría lleno de 5 estrellas y no habría manera de saber qué sitios merecen la pena.

En el fondo, lo que odio y admiro a la vez es esa confianza que tienen algunas personas en sí mismas para criticar el trabajo de los demás públicamente con esa seguridad. Me pregunto cómo sería vivir subido al caballo de las mismas certezas siempre. Sin dudar un milímetro de ti mismo.

A mi me cuesta echar la mirada atrás a cualquier tiempo pasado y no sentir un mínimo de rubor por lo que era o pensaba entonces, así que cuanto menos registro haya de todo aquello, mucho mejor.

Hay quien dice que es positivo, que lo que realmente debería preocuparte es mirar atrás y ver que sigues pensando lo mismo que antes, que lo contrario significa que evolucionas. Yo no sé si esto es un clavo al que aferrarse para justificar la propia debilidad, pero el caso es que suena muy bien.

Hace 20 años pensaba que con el tiempo esto cambiaría, que con los años cada vez iría teniendo más seguridad en lo que hago y en mi vida se irían construyendo una certeza sobre otra como ladrillos en un edificio. ¿Ves como siempre fui un ingenuo?

Así pues han ido pasando los años y cada vez me quedan menos certezas, siempre frágiles pero eso sí, las pocas que tengo tienen mucho valor.

Y eso es mucho.