29 mar 2022

ODIO PERDER

Odio perder.

Hay muchas maneras de perder, todas son dolorosas, desagradables e incómodas, cuando pienso que ya las he probado todas siempre aparece alguna sorpresa. Pero lo que todavía no he descubierto es una  sola que sea llevadera: goleadas en contra; partidos disputados y ajustados de esos que se deciden por detalles. Todas duelen, cada una a su manera. Si tuviera que elegir sospecho que siempre acabo eligiendo la más lejana: cuando paso por una goleada preferiría haber competido con la sensación de que haber estado cerca de conseguirlo; pero si la más reciente es por la mínima, prefiero la goleada: veo las ventajas de la tranquilidad de saber que estaba lejos de mí, que no había nada que hacer.

Supongo que no hay ninguna forma de dolor que me guste.

Tengo una edad que permite haber acumulado ya algunas, muchas derrotas de esas que no se reflejan en un marcador. A veces, pierdes amigos o amores por goleada: una traición, una ruptura que no quisiste intuir pero que desde el primer momento cualquiera que tuviera los ojos en la cara y no en el corazón vio mucho, mucho antes que tu: no estuviste ni cerca de competir, pero cuando quisiste darte cuenta el resultado era ya 3-0 y no había llegado el descanso. 

Es un dolor "humillante" que te tumba con un golpe seco en la sien y te deja heridas que te inmovilizan, que te tienen paralizado días o hasta semanas "si te enganchan bien". Es un dolor que alguna vez he deseado a alguien, pero que las buenas personas en sus cabales no lo quieren para nadie. Estas derrotas dejan pocas secuelas; con el tiempo son fáciles de asimilar y, cuando cicatrizan puedes volver a competir sin secuelas importantes más allá de la marca del golpe.

También he vivido derrotas de otra manera; en las que en realidad no pasa nada más que la vida. Has estado disputando el partido, compitiendo bien, dando el nivel, cometiendo y corrigiendo errores, luchando con tus armas; algunas jugadas bonitas, con ocasiones, defendiendo bien, hasta que llega ese momento. Una jugada a balón parado, un lanzamiento lejano que rebota en un defensa y, sin poder reaccionar te ves perdiendo. No hay muchas explicaciones creíbles más allá del manido "el fútbol -la vida- es así". Todo lo que quieras, aunque has vuelto a perder. Como casi siempre.

Descubres que antes compartíais tiempo y ahora ese tiempo no aparece, se busca "el hueco" que raramente se encuentra porque siempre hay algo mejor (o peor) más importante de lo que ocuparse. Es el momento en que te mantener el contacto ha dejado de ser un intercambio; uno es el que va al ataque mientras otro está replegado, cómodo esperando atrás y piensas que quizá tu siempre fuiste más de aprovechar el contraataque. 

Es el momento en el que la derrota se confirma.

Si las interpretas mal o tienes poca experiencia, puedes llegar a pesar que aun hay algo que ganar, aunque sea tiempo porque prefieres la más mínima esperanza a la mejor derrota posible. Existe siempre la tentación de volcar la frustración con el primero que pase por delante (siempre hay un árbitro cabrón) pero no, simplemente no se dio y punto. 

Siempre aparece alguien que conoce la explicación perfecta de lo inexplicable aunque ya de igual. Los más pragmáticos te dicen que "si no fue, es porque no tenía que ser". 

Y se quedan tranquilos.

Estas derrotas duelen de manera diferente a las goleadas, no hay un golpe definitivo aunque sí un momento en que te das cuenta que la derrota es un hecho, que lo tuviste ahí, pero  no. Como cuando alguien apaga el extractor de la cocina. Y ese silencio es un vacío. Son derrotas de las que cuesta reponerse, que dejan secuelas que van a durar mucho tiempo y cambian algo dentro.


¿Y las victorias? Entre tanta derrota, qué buen sabor tienen. Ya no es esa euforia que sentías hace, pero tienen esa dulzura suave que se disfruta como quien saborea una buena tarta de queso con arándanos.

A veces se dan los éxitos en tus peores partidos, cuando crees que no lo mereces aparecen personas que no ven excusas, encuentran momentos y pase lo que pase, siguen ahí. No, no lo compensa todo, pero ayuda.

Las victorias son todo lo contrario a una derrota: felices, agradables e incompletas. La derrota muchas veces es definitiva; pero una victoria no lo es nunca, una victoria te mantiene en la lucha, te exige dar un paso más y abre la puerta al compromiso de permanecer en la pelea como mínimo un día más.

23 mar 2022

PEQUEÑAS LECCIONES SIN IMPORTANCIA

Siempre fui un mal estudiante. Durante toda mi etapa escolar desde primaria hasta  la universidad, fui sacando los cursos con más pena que gloria; no pasaba de curso, me iba colando como podía cada año. Supongo que no es nada extraordinario, pasa cada año en cada aula, alumnos que van con el gancho. 

Pero al acabar la primaria, había una sensación de estar haciendo trampa doble: éramos la generación que estrenaba la ESO, así que pasamos los seis años escuchando a los profesores lo trágico del cambio, se lo habían cargado todo y lo único que hacían era crear imbéciles. Se venía el apocalipsis.

Quizá no aguantar la chapa más de lo necesario era lo único que me hacía seguir avanzando.

Y yo no digo que no tuvieran razón, muy listo no he salido, eso es cierto; aunque el tiempo me ha demostrado que lo de la imbecilidad es transversal, venía ya en planes de estudios anteriores. Una pena.

Con eso y con todo, algunas cosas aprendí casi sin querer esos años.

Estaría yo en 2º de la ESO cuando llegó un profesor con los resultados de los exámenes. Antes de empezar felicitó a la clase: solo habían suspendido cinco de los treinta y pico que éramos. Mientras yo tragaba saliva y calculaba si me habría salvado de la quema, el chico que estaba a mi lado lo celebró cerrando el puño. A los cinco minutos entendió que se había precipitado.

Aprendí ahí más estadística que en cualquier clase de matemáticas.

Un par de años antes en una clase de inglés, el profesor entró corriendo y nervioso al aula, allí estábamos todos algo alterados, gritó algo en inglés y empezó a pasar pupitre por pupitre repartiendo negativos. Cuando llegó al mío, yo con mis libros encima de la mesa, le miré con una media sonrisa que no tardó en congelarse: ¡Sr. Serra, negativo! (¿o dijo Mr. Serra?) Había vuelto a cagarla pero subiendo el nivel: ni la menor idea de porqué. 

Negativo por idiota.

Podría decir que en ese momento le cogí miedo y odio al inglés y todo lo que conlleva, pero esa frustración venía de antes.

Para lo que sí me ha servido esta anécdota durante muchos años es para darme cuenta de varias cosas: primero, que un negativo más (o menos) no influyó nada ni cuando viví en Escocia (no sé si lo hubiera tenido en Inglaterra); segundo, que hay situaciones que en el momento parecen gigantes que con el tiempo se vuelven diminutas; y tercero, que hay veces en la vida que tener una posición de superioridad impone la obligación de responsabilizarse de los errores de los demás antes que penalizarlos.

Alguna cosa más aprendí, pero como no estaban en el currículo de la LOGSE no las recuerdo.

No sé lo que tardé en descubrir que el workbook tenía que estar abierto. Poco fue un negativo, ahora que lo pienso.



18 mar 2022

CUANDO DICES QUE TE VAS

Hay problemas que conforme van pasando los años da igual lo que hagas por solucionarlos, no se arreglan y de hecho cada vez estás un poco más lejos de arreglarlo, como los cables de los auriculares cuando intentas desenredarlos, cada vez tienen más nudos y más fuertes.

Llevo años preocupado y casi obsesionado por mi incapacidad para irme a tiempo de los sitios: de los bares, las relaciones, las casas, algún trabajo, ciudades y países. Siempre se me hace tarde. Irse en el momento preciso, el superpoder más infravalorado.

Y yo lo intento, pero todo son incógnitas. Porque no es solo identificar el momento en que uno empieza a sobrar, que estás de más; es que una vez identificado hay que coger tus cosas y moverse: "adiós, me voy",  ¿parece fácil, eh?

Las cosas más desconcertantes en esta vida son aparentemente las más sencillas.


Tantos años dándole vueltas, observando a la gente irse, buscando la mejor manera de irse para descubrir que la realidad es que cuando dices que te vas es que ya te has ido.

Así que aun sin resolver este problema, caí en la cuenta en que he pasado toda la vida con uno mucho peor que conforme pasan los años no deja de empeorar ¿Cómo voy a solucionar el momento de irme si tampoco sé llegar?

Llevo toda la vida presumiendo de ser alguien puntual, siempre llegando pronto a todas mis citas: las pachangas con los amigos, ir a tomar algo, a las entrevistas de trabajo, a los conciertos o a los partidos de fútbol. Y sin embargo, llega un momento en que te das cuenta que hace tiempo que la realidad es que llevo toda la vida llegando tarde a lo importante.

Llegué tarde al amor y ahí sigo acumulando retrasos, emigré cuando ya iba siendo hora de sentar la cabeza y lo peor es que allí descubrí que me había independizado tarde también. Como no podía ser de otra manera al trabajo esperado también llegué más tarde de lo que me contaron que lo haría, incluso cuando quizá ya no se esperaba que llegase nada. 

Pero fíjate, al final de la historia aun sin saber llegar o irse, lo importante es disfrutar el durante.

10 mar 2022

EMPATAR FUERA DE CASA

"Nadie acepta ya que las cosas pasan a veces sin que haya un culpable, o que existe la mala suerte"

En el fútbol como en tantas cosas en la vida hay situaciones que escapan de nuestra lógica, por mucho que queramos darles una explicación acaban sorprendiéndonos y ante eso caben dos posibilidades: aceptarlo, jugar y seguir intentándolo o ir de listo para acabar haciendo el ridículo. 

No veo un punto intermedio y sospecho cuál es la opción más utilizada.

A mi me pasa que me levanto los domingos y si pienso en la semana que está por venir me siento invencible; tengo una estrategia perfecta sin fisuras en mi cabeza, el posicionamiento ideal, un 5-0 no será raro, nos vamos a lucir; llega la tarde y me surgen algunas dudas: el rival no es cojo y quizá haya algunos factores que se me puedan escapar. Nada importante.

Como dijo una vez un entrenador: antes del partido, en la pizarra todo es perfecto: los jugadores en su posición ideal, luego el árbitro pita, se empiezan a mover y vienen los problemas.

El lunes por la mañana empiezan a pasar cosas: te das cuenta que no habías caído que el partido era fuera de casa, tu lateral derecho no se entera, molestias en un central y claro, tampoco se puede ir a lo loco. Salvas el lunes de milagro, el martes estás a punto de meterte un gol en propia puerta así que el miércoles por la mañana le estás diciendo a tu portero que aguante los saques de puerta, que el descanso está ahí y mejor no arriesgar el empate.

Si el jueves no hacemos ninguna tontería y acertamos con los cambios (que por supuesto son meter defensas y sacar delanteros) el viernes a mediodía estamos yendo al córner a dejar que pase el tiempo.

Total, nunca fue mal negocio un empate fuera de casa. 

La próxima semana no se nos escapa.