26 jul 2023

LA FORTUNA DEL VAQUERO

Hace unos días oía una tertulia en la que se hablaba sobre propuestas de algunos partidos políticos, muy interesado en el tema no estaba (por lo que sea) hasta que surgió un tema que llamó mi atención, debatían sobre algo que parecía ser una novedad que llamaban impuesto a las grandes fortunas. 

Creo que discutían sobre la eficacia, la importancia y la oportunidad de la medida, pero poco a poco mi cabeza empezó a alejarse de lo que allí se decía, solo podía pensar en algo: ¿Qué es una gran fortuna?

Sin ser yo un experto, me atrevo a asegurar que no hay mayor fortuna que la mía.

Fui a comisaría a denunciarme, aunque no pude hacerlo porque había mucha cola, mínimo 3 horas. Así que me he visto en la obligación de mandarle una carta al gobierno para que me cobren ese impuesto. Lo pago todo yo. 

Yo, que te tengo a ti al otro lado de la pantalla usando tu valioso tiempo en leerme; yo, que tengo los mejores amigos que cualquiera podría soñar; yo, que sin merecerlo tengo una vida llena de lujos y privilegios; yo, que tengo en mi vida personas que me miran con buenos ojos y piensan que soy mejor de lo que soy. No merezco tanto.

Me parece justo que el gobierno me obligue a rendir cuentas por tanto privilegio. Otra cosa sería egoísta. Aunque ya les he avisado que por muy alto que sea ese impuesto, lo que nunca conseguirán es  que pague lo suficiente para todo lo que recibo.

Si tuviera que elegir entre cualquiera de las posibilidades que se nos ofrece en el marco político actual, me quedaba, sin dudarlo, contigo.

Es así.

Mas tarde de lo que me hubiera gustado, pero quién sabe si a tiempo, descubrí que el esfuerzo por ser el mejor no servía para nada. 

Sin calidad suficiente para que el equipo dependa de mi acierto, no puedo ser protagonista, el que se lleva méritos, aplausos y portadas. Mi papel es el de correr la banda, apretar, recuperar el balón y pasárselo rápido al bueno, antes de volver a perderlo. Así que no tengo que ser el mejor, sino estar entre los mejores y jugar en equipo. Dejar a los compañeros el mérito y los focos. No querer el barco, sino disfrutar del barco de mi amigo. 

Al fin y al cabo, soy demasiado vago para llevar cuidarlo todo el año. 

Hay quien nació para brillar bajo el foco, luciendo el traje impecable y llevándose la admiración de todos por esa belleza, pero intentarlo sin tener mimbres para ello no es buena opción. Por lo menos, no para mi. Ese esfuerzo para acabar usando el traje, como mucho, 4 ó 5 veces al año, es demasiado.

Tanto para tan poco.

A veces pienso qué pasaría si hubiera una prenda de vestir que fuese molesta, incluso agobiante cuando hace calor; que además fuera inútil para combatir el frío en invierno y, por si no fuera suficiente, en días de lluvia cada vez que moja, se volviera incómoda hasta para moverse. 

¿Tendría éxito? ¿La compraría alguien? Supongo que no; a no ser que tenga forma de pantalón vaquero y sea la prenda de ropa más usada en el mundo.

Es lo que llamo el "paradigma del vaquero", cuando todo apunta a que no tiene ningún elemento que garantice la supervivencia, se convierte de manera inexplicable en un  éxito. Es como la Torre de Pisa, supongo que el arquitecto que la diseñó fue despedido sin indemnización, y es precisamente su defecto la que la convierte en un éxito mundial.

No es necesario (ni deseable) ser perfecto para lucir. En ocasiones, es la capacidad de ser genuino, cómodo y versátil la llave del encanto.

Las personas vaquero no acostumbran a salir en la foto, (ni siquiera en la era instagram), su presencia es ese silencio que se echa de menos en medio de tanto ruido, quizá no destaquen especialmente, pero cuánto se necesita gente así. Sin un lateral derecho o un mediocentro defensivo que cumplan su tarea, el portero no podría parar el penalti decisivo, ni el delantero tendría la ocasión de gol que le trae la gloria.

No lucir nada para que todo brille.

16 jul 2023

FLIPARSE, PERO NO MUCHO

 Llevo un rato frente a la pantalla del ordenador con una página en blanco que no soy capaz de manchar con caracteres negros, tengo música en los oídos y estoy en una cafetería en la que no he pedido la clave wifi para tener menos distracciones. Normalmente cuando esto ocurre, escribo una frase o un par de líneas y las voy borrando, pero hoy ni eso. Los manos siguen sobre el teclado pero no se movían.

No hay excesivo movimiento, la música suele acompañarme cuando vengo a escribir, y lo peor, es que no me puedo esconder detrás de la falta de ideas porque me he venido aquí con un par de ellas que llevan semanas rondando por mi cabeza. 

Hace media hora, mientras me preparaba para venir hacia aquí, estaba visualizándome escribiendo un texto impresionante, algo que llegase a un escritor que me felicitara por la brillantez del texto y se lo reenviase a su editor para contactar conmigo, animarme a seguir escribiendo y me diese algún espacio con el que llegar a más gente y algún consejo para pulir el (evidente) talento y publicar algo en una modesta editorial. Algo que llegase a una chica guapa, inteligente y con inquietudes, que quizá me escribiese para decirme lo que le había gustado el texo, especialmente una idea que me matizaría, la discutiríamos y, a partir de ahí, empezar una bonita historia. Acabara como acabara.

Y sin embargo aquí estoy, lamentando mi no escritura. No habrá editor, ni chica, ni historia.

Quizá sea el calor, o que en vez de café como siempre, pedí aquarius.

Sea lo que sea, a mi cabeza vienen algunos "profetas del día después" de esos que todos conocemos que siempre tienen el arma cargada y preparada, esperando al momento perfecto para disparar -sus- porqués sobre la lejanía entre las expectativas y la realidad. Sospecho que si las circunstancias fuesen diferentes, los elementos se adaptarían, pero el argumento no variaría un ápice. Puede que incluso lo haya probado.

Y es que, simplemente, a veces no se da. Y ya está.

Mientras escribo esto suena un verso que dice "si lo barato sale caro, tu no tienes precio, le digo al tipo del espejo".

Llegados a este punto, podríamos decir que "me he vuelto a flipar", me suele pasar así que cuando esto ocurre, tengo que sacar mi "manual para desfliparse" en el que me recuerdo que tan listo no seré si no hace mucho me mordí la lengua masticando.

Pero hay más.

Solo hay que hacer una rápida búsqueda en internet para averiguar que a la gente le cambia la vida cosas muy interesantes, un viaje, normalmente a algún país de África o Asia; otros se acuerdan del día que conocieron a esa persona especial con la que su vida dio un giro; encuentro también experiencias muy emocionantes sobre lo que te marca tener un hijo, claro. Qué bonito. Hay quien incluso "ha vuelto a nacer" después de alguna experiencia concreta. ¡Guau!

Pues a mi me cambió la vida el día en que me instalé (y con ayuda) un ventilador en el techo de mi habitación. Todo cambió, y desde entonces ya no he vuelto a ser el mismo. Para bien. El desastre sigue estando presente casi a diario, pero ahora descanso mejor y vivo cómodo con él.

Tres aspas y una cajita con cuatro posiciones. Eso lo cambió todo.

Como la sencillez no está reñida con el inconformismo, este cambio me dio la lucidez necesaria para tomar otra decisión que mejoró la mejoría: dejar el teléfono descansar por las noches en silencio y lejos de la cama. Y ya. Conviene no abusar de los cambios, no vaya a ser que de tanto mejorar, todo acabe empeorando.

Se puede intuir que no soy una de las mentes más privilegiadas de mi generación, pero hay un punto de orgullo en estas dos decisiones que quizá hayan sido las más acertadas y con mejores resultados en años. No aspiro a tanto acierto en un futuro próximo.

Así que, cada vez que me encuentro con una de esas personas dispuestas a explicar lo que falla en mi vida, debo recordarme que quizá será alguien iluminado por una existencia llena de puntos de inflexión muy profundos e impactantes, con una lucidez lejos de mi alcance. Supongo que será eso y no la incapacidad de explicarse a sí mismas el motor que les lleva a explicar la vida de los demás.

Lo que seguro que no será, es alguien que su vida la cambió tres aspas.

Yo, como Manolito, desde hace algunos marzos, no entiendo nada. 

Y ya ni lo intento, es hasta más divertido así.