30 ene 2024

CRÓNICA MARATON VALENCIA 2023 (II)

En mis años de estudiante, donde la mediocridad fue mi fiel compañera de viaje, todo era aguantable. Solo había una excepción: el clásico estudiante y compañero que estaba siempre hundido y lamentando su suerte porque no habían estudiado, no sabía nada y estaba condenado al fracaso, pero luego no bajaba del sobresaliente.

Supongo que hacerse mayor es, en parte, convertirte en aquello que siempre has odiado. Por una semana, o quizá más, me convertí en esa persona.

A alguien le escuché una vez decir que no tiene el recuerdo de ser feliz solo de haberlo sido. La noche antes de la maratón y los nervios con los que desayunas esa mañana son el mejor ejemplo de esto: qué buen recuerdo guardo de ese rato, aunque sospecho que en ese momento no eran tan agradables.

Después de toda la logística de la guardarropa, cambiarse y, también importante, los abrazos y buenos deseos con los amigos. En carreras con tanta diferencia en la salida no siempre es fácil. Pero merece la pena..

El momento tantas veces pensado: esperando la salida rodeado de gente, pero solo. Nino Bravo retumbando en la megafonía, cada uno gestionando sus nervios como sabe o puede, mientras estos corretean libres por el estómago. Ojalá las piernas puedan moverse a la misma velocidad que ese gusanillo que va por dentro.

Las mismas ganas con las que quiero que esto empiece ya y así poder demostrar(me) que puedo; pelean con la idea de quedarse aquí: siempre con las opciones puras, limpias, intactas.

Pero no se hace una tortilla sin romper un huevo. Así que adelante.

Las mismas dudas debió compartir el que daba la salida, ya que se oyó un pistoletazo, y mientras empezábamos a correr el speaker pedía que parásemos. Se hizo el caos: salí, paré, volví pero no hubo más remedio que empezar de verdad, el pelotón no esperaba ya a nadie.

Esto que cabreó a algunos, a mi me ayudó a concentrarme en la carrera y hacer lo mío de la mejor manera posible. Estar centrado en lo que yo podía controlar y olvidarme de todo lo demás.

Se sabe que los primeros kilómetros no sirven para ganar, pero pueden echarlo todo a perder. Dos objetivos importantes: no tropezar con nadie en un pelotón tan grande; y conseguir llevar un ritmo de crucero cómodo sin pasarme, ni quedarme corto. La idea era salir a 4:15min/km y, conforme avanzase la carrera ver cómo respondía el cuerpo.  

Eso sí: la ilusión era bajar de 3 horas.

Y el cuerpo empezó a responder. Las sensaciones desde el principio eran muy buenas (km3-12:34), llegamos a Los Naranjos donde estaba el primer avituallamiento que trae siempre muchos nervios. Gente cruzándose al aparecer las primeras mesas. Incluso casi tengo que pararme para no tropezar y, aunque el km 6 es el más lento de la carrera, lo salvo bastante bien rodando cómodo por debajo del tiempo previsto.

La animación en estos kilómetros es brutal y las piernas van solas, tanto que, sin darme cuenta subo un punto el ritmo. En Blasco Ibáñez me quito la braga y los guantes que ya sobran porque el día es casi perfecto para correr. Enfilamos la ronda norte, me pasa un compañero de entrenos que me dice que "no tiene el día", le animo y ya aparece el km 10 así que preparo ya las sales para el avituallamiento. Las noticias no pueden ser mejores: más de 30 segundos de margen con respecto al tiempo previsto (41:53).

¿Y si me estoy pasando? Aparto las dudas de la cabeza de momento y sigo.

Llego a Dolores Marqués con la impresión de que los kilómetros "caen demasiado rápido" casi sin darme cuenta, de hecho algún punto me sorprende de lo pronto que aparece. En Botánico Cavanilles para seguir con la tradición recibo los primeros ánimos personalizados. Se nota que aquí, juego en casa.

La zona de Alameda y Aragón son siempre un gusto por la cantidad de público que hay animando, voy recibiendo apoyo de conocidos que me empujan. Las sensaciones siguen siendo fantásticas en este punto donde tengo previsto tomar el primer gel que cae bien al estómago (km15-1:02:38) el margen está ya por encima del minuto. Bien.

Estamos de nuevo en Blasco Ibáñez, una avenida de ida y vuelta, que permite comprobar mi sitio en la carrera: el grupo de 3 horas lo tengo casi tan lejos como yo estoy del de 2h50min. Además, voy marcando todos los parciales entre 4:05 y 4:10 tan cómodo que no me lo acabo de creer y las dudas vuelven a visitarme: ¿Me estoy pasando? ¿Me devorará el monstruo al final? ¿Chocaré con el muro?

No ser demasiado listo tiene, a veces, sus ventajas: no pienso mucho más, solo corro. 



Al final de los Naranjos vuelvo a coger a mi compañero de entrenos justo cuando estamos entrando en la zona de la Malvarrosa, los dos vamos con la camiseta granota, lo que hace que aquí el público nos anime de manera especial: aquí también se corre en casa.

Llego a la media maratón en 1:28:06. Casi no lo puedo creer. Intento contener la euforia que me manda el crono. Cuando creo que he conseguido dominarla, me doy cuenta de mi fracaso: el km 25 cae por debajo de 4 (3:57) además llegando otra vez a la Alameda donde sigo recibiendo gritos y ánimos que impulsan. 

La adrenalina empieza a desbordarse.

Ya me he tomado el segundo gel, estoy disfrutando muchísimo, corriendo cómodo. Al pasar el km 28 me doy cuenta que llevo mucho tiempo por debajo de 4:10min/km y casi tengo que pellizcarme porque tengo una sensación de estar viviendo algo irreal. Me pregunto casi en voz alta si esto de verdad no es un sueño: estar "tan bien" con casi 2 horas de carrera.

Todo parece real, veo el público, pero no el escenario. Sigo sin creérmelo del todo, así que doy por hecho que detrás de cualquier curva estará el "tío del mazo" esperando para golpearme fuerte y dejarme seco. 

Calma, me digo, estos más de 28 kilómetros no se borran. Ya son míos.


Sigo sin notar ningún síntoma que presagie la caída pero, ¿acaso notó Ícaro el calor cuando volaba muy cerca del sol? Sí, ya sé que en ocasiones me vengo arriba con las comparaciones. Perdonármelo.

Ya he dejado atrás el km30, la batalla interna seguía estando entre las buenas sensaciones y el miedo a los últimos kilómetros. Justo antes de Gran Vía había quedado con Belén que me esperaba con un gel, pero prefiero no cogerlo y seguir con el plan inicial.. La energía vino de los ánimos de mi familia que estaba por ahí. Los parciales seguían rondando los 4' pelados.

Llegamos al km32, ahí donde la maratón va seleccionando a sus víctimas. Poco después llegó el momento en el que las fuerzas amagaron con fallar pero fue justo cuando tomaba el último gel y llegaba el avituallamiento del km33 así que esta "mini crisis" se fue casi sin llegar. Otra señal de que sí, que era EL DÍA.

La recta paralela al Bioparc. Recuerdos de Vietnam. Pero ahora me veía adelantando corredores y con la cabeza limpia. Aquel sufrimiento de hace 2 años, se transformaba hoy en más fuerza y más confianza.

Sigo incrédulo; de repente estoy en el km35 (2:25:34) y ya que el sub 3 lo tengo, ¿Hasta dónde puedo llegar? Es en ese momento la última vez que le hago caso al reloj. Pienso que si no aflojo, puedo tocar las 2:55 y pagar alguna apuesta. No quiero tocar nada hasta llegar a Archiduque Carlos: ya casi es el momento de ir a ganar. Paciencia.

Es al llegar a esa Avenida cuando ya desaparece el último resquicio de miedo que me queda: apretar los dientes y a volar: no sé porqué tengo tanta fuerza, pero ahora lo único que me preocupa es aprovecharla.

Los últimos 5 kilómetros fueron sensacionales, seguía adelantando corredores, empujando con todo lo que sentía: fuerza, ilusión y euforia, paladeando cada zancada.

Km 40 y ya estamos en la orilla del río, la larga recta que lleva hasta la bajada final abarrotada de público haciendo un pasillo que recuerda a las ascensiones de las grandes vueltas ciclistas. Estos últimos kms son además, los más rápidos de la maratón. La emoción ya está a flor de piel, empiezo a pisar la alfombra azul antes de llegar a la curva de la felicidad, esa que abre el paso a la Ciudad de las Artes y, en efecto, no fue un sueño.

Estaba hecho, era mío y ya nadie, nunca, me lo va a quitar: 2:53:57.

Para siempre.

18 ene 2024

CRÓNICA MARATON VALENCIA 2023 (I)

Leía hace unos días a Manuel Vicent que escribió que "no existe otro remedio conocido para que el tiempo discurra muy despacio sin resbalar sobre la memoria, que vivir a cualquier edad pasiones nuevas, experiencias excitantes, cambios imprevistos en la rutina diaria". En definitiva, enfrentarse a lo desconocido. Sin esperarlo, sin esquivarlo.

Me pasé todo el lejano 2023 diciendo a aquél que quisiera escucharme que estaba inmerso en la locura de preparar otra maratón, pero no porque quisiera correr otra; lo que buscaba era volver a vivir por primera vez aquello que sentí en torno al km 14 del maratón de Valencia del año 2021, en la increíble recta de Botánico Cavanilles. 

Supongo que lo lógico es pensar que vivir por primera vez algo por lo que ya has pasado, es imposible. Pero cuando sentiste aquello que algunos llaman magia, acabas pensando que por qué no. 

Ocurre que a veces la vida parece un cubo de Rubik, cuando crees que ya tienes una línea, todo se mueve y se vuelve a desordenar. Mientras asisto atónito a ese imposible, al lado hay gente resolviéndolo en segundos, sin aparente esfuerzo. Pero pasó, el día 3 de diciembre todo empezó a encajar a la perfección, los cuadrados se movían por inercia.

Y me quise quedar a vivir en algunos kilómetros. Atrapar el aire con mis manos y guardarlo para siempre.

La preparación fue un Dragon Khan, llena de vueltas, subidas y bajadas imposibles. Dos años antes fue casi perfecta: iba clavando cada entrenamiento como marcaba el plan. Esta vez no había manera, por mucho que lo intentara no dejaba de tropezar: una semana con fiebre, después dos más con el "cuerpo bloqueado" incapaz de hacer 3-4 kilómetros sin parar. Cerca estuve de renunciar, parecía lo más lógico porque no pasaba nada, pero no funcionaba.

Pero un día algo aquí dentro hizo clic.

¿Qué fue? No tengo ni idea. Durante una media maratón empecé a encontrarme bien, las piernas y la cabeza se soltaron, la frustración se volvió alegría. Tuve la tentación de dedicar algo de energía a encontrar explicación, hasta que recordé que tenía algo más importante que hacer: disfrutarlo

Quizá si supiera qué fue estaría más cerca de repetirlo, pero una de parte de la magia de la vida es no saber porqué sucede lo que ocurre. Está bien así.

Oigo mucho eso de "ser como niños" y yo creo que una de las claves es esa, no perder el tiempo ni las energías que son para disfrutar buscando explicaciones fútiles, que además suelen ser más grandes que uno mismo y, además, son mucho más grandes que yo. 

Ese 22 de octubre cambió la dinámica. El punto de inflexión a partir del que empecé a disfrutar de cada entreno, a notar esa chispita en el cuerpo y a que todo fluyera. No estaba seguro que hubiese llegado a tiempo, pero entrenar ya era otra cosa. Después, unos días en La Rioja me acabaron de dar el empujón para entrar en el último mes de la preparación con la esperanza de conseguirlo.

La semana de la carrera no la puedo explicar, sentía ese gusanillo en el cuerpo que solo entienden aquellos que han vivido algo similar, esa sensación que mientras la traigo a mi cabeza para escribir estas líneas todavía me vibra en la piel. 

ILUSIÓN, creo que se llama.

Los días se deslizaban sigilosamente, sin tregua ni descanso hasta que de pronto es viernes, salgo de trabajar y lo único que hay se ve ya en el horizonte es la carrera.

Dicen que una maratón son 42,195 kms. Pero es mucho más que eso: son los 4 meses de entrenamientos; los litros de sudor derramados; los kilómetros en compañía y en solitario; las personas cercanas que te aguantan con cariño y paciencia tantas conversaciones sobre un tema que no les importa casi nada. Los nervios, las frustraciones, el odio y el amor al río Turia, a los madrugones y al sinsentido que tienen las cosas banales que tanto nos importan. En definitiva: a mi mismo.

Llegó EL DÍA. 

Antes de dirigirnos a la salida comprobé que lo llevaba todo: mi camiseta azulgrana con el dorsal al pecho, el reloj, el convencimiento de que todo había merecido la pena, los geles, las dudas y las ganas de resolver tantas horas de incertidumbre.