Veo más fútbol del que un cerebro sano puede tolerar y claro, esto tiene consecuencias. Acercarte a la Segunda División española es coquetear con la locura. Sumergirte en ella es como vivir en una relación tóxica: me está destrozando, cada lunes me prometo cambiar pero ya sé que no tengo fuerzas para salir. Al final, ya me planteo que quizá, en junio lo deje.
Joderse la vida es más divertido.
Entre todas esas horas que me consumen de partidos, artículos, podcasts y análisis de los partidos, se suele recurrir a algunas ideas que funcionan como trampantojos. En el fondo, buscamos la sensación de control en el caos, intentamos domesticar a un león. En las previas de los partidos siempre hay alguien que subraya la importancia de un buen principio: que el equipo salga concentrado y jugando bien porque encajar un gol pronto no es bueno. Genera nervios y, por supuesto, es mejor no empezar contracorriente.
Va transcurriendo el partido, se acerca el descanso y se destaca la importancia de mantener la concentración porque encajar un gol antes del descanso sería un golpe duro de asimilar. Hasta han inventado el concepto de "gol psicológico". Se trata de evitarlo con la misma urgencia con la que se esquiva el contacto con un virus. Después, cuando empieza la segunda parte, todo se reinicia y todo sigue igual. Importantísimo mantener la guardia alta porque, encajar en este momento lo cubriría todo de incertidumbre y ansiedad.
Sigue desarrollándose el juego, llegamos al último cuarto de hora, los nervios se suman al cansancio y ahí aparece el comentario: por favor, ahora sí que no, no hay tiempo de reacción. Nunca he escuchado a nadie, en un ataque de originalidad, explicando cuándo es buen momento para encajar un golpe. Quizá sea porque no hay momento bueno para lo malo. No estoy seguro.
Todo este rollo tenía que soltarlo para sacudirme las malas sensaciones. Empezar el año perdiendo no era lo que imaginaba. Las dudas son las inevitables y viejas compañeras de viaje. Pero las remontadas tienen su propia mística. Cada pequeño avance se siente como un éxito, y eso acerca las cosas buenas.
Con las dificultades, que siempre van a estar ahí, confío en que todo va a salir bien. Y aunque hubiese preferido otro comienzo, por lo menos hemos evitado el ridículo callejista de los que cuando pierden te explican que les "perjudicó haber empezado ganando".
Resulta que no solo se trata de saber encajar golpes; también hay que saber gestionar los pequeños éxitos. Y ya ni me prometo cambiar, no fallar. Sé que los errores forman parte del proceso y espero que las consecuencias no sean insalvables.
Hay días que dan ganas de meterse en la cama y dejar que todo pase. Pero, al final, siempre acabo saliendo a jugar. ¿Quién sabe? Quizá haya un plan detrás de todo esto, quizá al final las cosas acaben saliendo bien. O quizá no. Pero solo estar jugando el partido, en ocasiones, me parece hasta un privilegio.