21 jun 2022

UN RELOJ Y LA ILUSIÓN

Yo tuve una infancia entre feliz y muy feliz. Es algo que cuando vas cumpliendo años vas valorando como se debe y ya no piensas que es algo tan normal como creías. Si fui feliz es gracias a Dios y a la mayoría de gente de la que estuve rodeado entonces, algunos siguen ahí, otros no. La vida misma.

Se podría pensar que ahora que ya soy yo el que toma muchas decisiones y, por tanto, tengo más responsabilidad en lo que ocurre, las cosas ya no pintan tan bien. Se podría, pero no lo voy a hacer.

A menudo busco en qué momento se empezó a fastidiar todo esto; cuándo la balanza empezó a decantarse hacia el otro lado. Es difícil.

Aunque no sepa cuándo ocurrió, sí sé cuándo lo vi: cuando supe que, aunque nada hubiera cambiado, todo era diferente: fue el día en que eso de "podría ser peor" dejó de ser un alivio y pasó a ser una amenaza. La grieta no se podía cubrir.

Supongo que fue poco después de otro cambio aparentemente insignificante, una trampa envuelta en papel de regalo: cambiar el desayuno, pasar de la leche con galletas al café con leche. 

En ese momento empezó un camino sin vuelta atrás, como esas bridas que una vez han pasado el primer eslabón, nunca permiten que aflojes.

Y de esto nadie te avisa.


Hace unas semanas le prometí a mi hermano que en Julio le iba a hacer un regalo, colmaríamos una ilusión que tiene hace tiempo: un reloj.

Desde que lo hablamos todos los días dedica mucho tiempo a pensar en ello; a ilusionarse con cómo será tener ese reloj, se le ilumina su vida entera cada vez que lo piensa. Es todo alegría. Cada vez que pasamos por una tienda con un reloj en el escaparate paramos un rato a verlos, elegir uno, visualizarlo, decidir si es ese modelo, el color, o quizá otro mejor. Y así está, pasando los días, todas las noches coge un calendario para contar cuántos días faltan para el día prometido. 

Todo ilusión. 

Lo que él no se puede imaginar, es algo que yo ya sé: no van a pasar ni 2 semanas antes de que se canse y lo olvide en un cajón. 

Yo, que muy listo no soy, he perdido mucho tiempo explicándole que eso está mal; que las cosas son para disfrutarlas cuando uno las tiene y que no podemos pasarnos la vida deseando lo que no se tiene, para en cuanto lo tenemos, buscar otro entretenimiento, que la vida no funciona así.

Pero en realidad, no lo tengo tan claro, ¿Cómo que no funciona así? Por suerte, hace unos días caí en mi error, no solo no tenía nada que enseñar, sino la lección me la estaba dando él a mi: uno se ilusiona y punto. El resto no importa.

Nunca soy tan feliz en un campo de fútbol como antes de que empiece la primera jornada de liga, cuando los fichajes son potencialmente buenos, cuando me puedo imaginar que ese zurdito mediapunta que se han traído es mejor que Oliver Atom, antes de que toque el primer balón y mande el pase a la grada.

¿No son acaso los últimos 5 minutos del viernes en el trabajo el mejor momento de todo el fin de semana?

Quizá aquello que se rompió fue precisamente eso: la capacidad de ilusionarse sin miedo. De volar lo más alto posible sin tenerle miedo al sol.

Así que ya nunca más le pondré cadenas a la ilusión. Prometido.

3 comentarios:

joseph natural runner dijo...

me has hecho pensar en Ruth

Tu palabra pone color dijo...

Era Ícaro el que se construyó unas alas para llegar al sol?
Jeje...es broma!

Unknown dijo...

La ilusión es un viaje, la alimentan la preparación, el recorrido, el post y el recuerdo...Y Juan tiene mucha sabiduría :)