2 mar 2025

DONUTS, ESPINAS Y SUEÑOS POR CUMPLIR

Estaba el otro día en el sofá de mi casa y de repente necesitaba comerme unos donuts de chocolate. Eran ese tipo de ganas que vienen acompañadas de la perfecta imagen del donut junto con el sonido del chocolate crujiendo entre mis dientes. Hubiese pensado que era irresistible el antojo, pero apareció un aliado inesperado: la pereza llevaba tiempo haciéndose fuerte y me sostuvo tumbado en el sofá. 

La pereza venció a la gula. 

No pasó mucho tiempo antes de que alguien dijera algo tan absurdo que destapó mi rabia como el corcho del champán, para que se impusiera a la pereza y disparase las ganas de demostrar que soy mejor que él o, dicho de otro modo, mi soberbia la que tomara el testigo; apartara a la pereza y provocase que me pusiera en marcha.

Y así voy, de fracaso en fracaso hasta la victoria parcial.

Hace años que me llevo bastante bien conmigo mismo. Veo mis fallos y defectos y no me esfuerzo por echarlos, al contrario: les abro mi casa, les digo que pasen y se sirvan algo. Les invito a sentarse a ver la tele conmigo. Cuando descubren que no molestan, que la nevera suele estar vacía y que además, es muy probable que esté pendiente de un Cartagena-Éibar interrumpido por alguna llamada de teléfono, se aburren y se van si es que no llega antes otro defecto a echarlos.

Aunque me gusta el planteamiento, sé que no es perfecto. De vez en cuando, alguno consigue hacerme tambalear. Por ejemplo, hay uno en concreto que no soporto. Y es  que en esta vida se puede ser de todo menos una cosa: un pesado. Eso lo llevo fatal. Todavía me pesa el 3 de enero mientras hacía el mismo comentario por tercera vez y alguien me dijo, sin decirlo, que ya había quedado claro. Esa herida sigue sin cicatrizar a día de hoy.

Así que podría ser que la única explicación válida a seguir teniendo un blog en el año 2025 para contar mis movidas, es que puedo ser todo lo pesado que me de la gana. Aquí solo viene quien quiere. Y si te hartas puedes irte sin avisar, que aunque me dé cuenta fingiré que nunca estuviste.

Alguien me contó hace tiempo que en la cultura china una de las peores cosas que le puedes desear a un enemigo es "ojalá se cumplan todos tus deseos". Eso es odiar con ganas y con inteligencia. He visto tantas veces a tanta gente vaciarse con la plenitud, que se ha convertido ya en un miedo recurrente.

A veces siento que desear algo con demasiada intensidad te aleja de conseguirlo, rompe su proceso natural. Como el equilibrista en la cuerda que tanto si para como si va demasiado rápido acabará cayendo. Así que me pongo a "no querer demasiado", pero no lo suelo conseguir. ¿Cómo se deja de querer algo que se desea? Menuda espiral sin salida en la que me acabo de meter yo solo.

Por otro lado sé que sentir que no he conseguido todo lo que llevo tiempo esperando, tiene su parte buena; impide estar siempre defendiendo y obliga a salir al contraataque e insistir. Además de luchar por ir quitando esas espinas, las cosas buenas llegan cuando arriesgas.

A estas alturas, uno mira atrás y siente que ha conseguido algo, ya sea mucho o poco. Pero lo que falta suele parecer lo realmente importante. ¿O quizá parece más importante porque se ha resistido?

No hay comentarios: