23 mar 2022

PEQUEÑAS LECCIONES SIN IMPORTANCIA

Siempre fui un mal estudiante. Durante toda mi etapa escolar desde primaria hasta  la universidad, fui sacando los cursos con más pena que gloria; no pasaba de curso, me iba colando como podía cada año. Supongo que no es nada extraordinario, pasa cada año en cada aula, alumnos que van con el gancho. 

Pero al acabar la primaria, había una sensación de estar haciendo trampa doble: éramos la generación que estrenaba la ESO, así que pasamos los seis años escuchando a los profesores lo trágico del cambio, se lo habían cargado todo y lo único que hacían era crear imbéciles. Se venía el apocalipsis.

Quizá no aguantar la chapa más de lo necesario era lo único que me hacía seguir avanzando.

Y yo no digo que no tuvieran razón, muy listo no he salido, eso es cierto; aunque el tiempo me ha demostrado que lo de la imbecilidad es transversal, venía ya en planes de estudios anteriores. Una pena.

Con eso y con todo, algunas cosas aprendí casi sin querer esos años.

Estaría yo en 2º de la ESO cuando llegó un profesor con los resultados de los exámenes. Antes de empezar felicitó a la clase: solo habían suspendido cinco de los treinta y pico que éramos. Mientras yo tragaba saliva y calculaba si me habría salvado de la quema, el chico que estaba a mi lado lo celebró cerrando el puño. A los cinco minutos entendió que se había precipitado.

Aprendí ahí más estadística que en cualquier clase de matemáticas.

Un par de años antes en una clase de inglés, el profesor entró corriendo y nervioso al aula, allí estábamos todos algo alterados, gritó algo en inglés y empezó a pasar pupitre por pupitre repartiendo negativos. Cuando llegó al mío, yo con mis libros encima de la mesa, le miré con una media sonrisa que no tardó en congelarse: ¡Sr. Serra, negativo! (¿o dijo Mr. Serra?) Había vuelto a cagarla pero subiendo el nivel: ni la menor idea de porqué. 

Negativo por idiota.

Podría decir que en ese momento le cogí miedo y odio al inglés y todo lo que conlleva, pero esa frustración venía de antes.

Para lo que sí me ha servido esta anécdota durante muchos años es para darme cuenta de varias cosas: primero, que un negativo más (o menos) no influyó nada ni cuando viví en Escocia (no sé si lo hubiera tenido en Inglaterra); segundo, que hay situaciones que en el momento parecen gigantes que con el tiempo se vuelven diminutas; y tercero, que hay veces en la vida que tener una posición de superioridad impone la obligación de responsabilizarse de los errores de los demás antes que penalizarlos.

Alguna cosa más aprendí, pero como no estaban en el currículo de la LOGSE no las recuerdo.

No sé lo que tardé en descubrir que el workbook tenía que estar abierto. Poco fue un negativo, ahora que lo pienso.



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