7 dic 2024

UN DESPIDO INJUSTO, UN RECUERDO JUSTO

Hace unas semanas echaron al entrenador del Dépor. Todo lo que le ocurre al Dépor, me ocurre a mi de alguna manera. Estoy unido al club por un lazo invisible, irracional y absurdo que influye en mi estado de ánimo como quizá solo lo hace aquello que no es importante y no se puede explicar. Y, aun así, se entienden. Hablo de eso tan manido que llaman "las razones del corazón".

Pero esta vez fue diferente. Imanol era un tipo tan normal que resultaba raro en el contexto del fútbol profesional. Como si fueses al circo y el presentador apareciera con vaqueros y camiseta.

La cuestión es que esta vez no tenía que ver (mejor dicho, no solo tenía que ver) con el Dépor, había algo en esa noticia que conectaba conmigo: con quién soy y con cómo me construyo.

La historia de Imanol en el Deportivo me recordó a algo que viví hace mucho tiempo. Empezó casi por sorpresa; nadie esperaba el fichaje y aquello fue controvertido. ¿Una moneda al aire tras el enésimo fracaso? ¿Fruto de los delirios de una noche de euforia y excesos o había realmente un plan detrás?

Quizá su inicio no fue el ideal, pero todos tenemos ya algunos cadáveres en el armario, las historias no suelen ser perfectas y, sobre todo, lo importante no es cómo empiezan, si no cómo evolucionan y no somos el Madrid o el Barça. Aquí hemos bajado al barro y bailado con la derrota.

Nadie daba un duro. 

Desde fuera solo se veían crisis y grietas. Los primeros meses todo estuvo a punto de saltar por los aires y marcharse cada uno por su lado. Pero, unas cuantas tantas tormentas y muchas crisis salvadas con el método de ir ganando tiempo, se había conseguido algo clave: la unión. El equipo avanzaba, crecía y se hacía un poco más fuerte en cada partido.

Hubo incluso semanas en los que el juego era espectacular. Llegamos a ganar 0-4 fuera de casa. La rutina trasladaba la sensación de que, por fin, cuando nadie lo esperaba, habíamos dado con la clave. Por una vez, estábamos por encima de la lógica.

Habíamos subido de categoría, todavía no estábamos donde queríamos estar pero nos acercábamos.  Aunque aquello no era perfecto, era nuestro. Además, formábamos un buen equipo.

Y, sin embargo, un día cualquiera, todo saltó por los aires.

Pasas el duelo y llega el tiempo de los porqués. Lamentas y buscas cómo podrías haberlo evitado; noches mirando al techo buscando saber si de verdad esta mala racha justificaba una decisión tan drástica. Te preguntas si no habría una solución intermedia: algunos cambios, mejorar los puntos débiles y subir, por fin, a primera.

Miras a otros equipos y ves que, con muchos más errores, muchas menos condiciones, han llegado más lejos. Te preguntas si de verdad son felices. Te cuestionas si quieres que lo sean y si eso habla mal de ti. Nadie dijo que fuese justo.

Luego te das cuenta que en realidad da igual. La decisión está tomada ya y no tiene vuelta atrás. La vida sigue para todos. El Dépor ya tiene otro entrenador, avanzará hasta donde tiene que llegar y esta historia será recordada con cariño por aquellos que la vivieron.

Imanol también. Supongo que tardará algo mas, pero él también hará su camino. Encontrará otros clubes, otras ciudades donde seguir adelante. Antes o después, ambos se cruzarán en el camino, se saludarán con el recuerdo lejano de aquello que fue y dejó de ser.

Y es una buena historia. 

Es una historia más dentro de las miles de historias que se rompen cada día. Lo único que la hace diferente es que es la nuestra. Y no es poco.


PD: Cuando empecé a escribir esto, el Dépor había echado a Imanol. Lo acabo después de que el Dépor femenino también haya despedido a su entrenadora.

17 nov 2024

DAR UN POCO CUANDO TODO NO ES SUFICIENTE

Voy a empezar por el final: he llorado más veces de las que sería sano reconocer en el fútbol, pero ayer lloré por primera vez antes del partido y no al final. No sé si volverá a pasar.

Solo pude ver la primera parte, pero por una vez, lo importante, lo que merecía la pena vivir, ocurría antes de que empezara a rodar el balón. No después.

No quería escribir sobre esto. Tengo el miedo de rozar lo pornográfico, pero uno tiene sus demonios y esta es mi manera de exorcizarlos.

Y es que vivir a pocos kilómetros de la zona cero y seguir con tu vida ha sido algo rarísimo y, a la vez necesario. Sé que ha sido un sentimiento común, pero algo dentro de mi me obligaba a ir, a echar una mano, a ayudar en lo poco que podía y calmar ese malestar que a todos nos mordía por dentro. Lo que encontré allí los primeros días no quiero olvidarlo nunca: todo el mundo colaborando en lo que podía, sin mirar a quién, solo poniendo lo que cada uno tenía, nada más y nada menos. Sentir el agradecimiento genuino de ver cómo todo el mundo se volcaba con lo importante. 

Dar un poco cuando darlo todo no es suficiente. Y aun así hacerlo.

Ha sido una mierda. Ha sido emocionante.

Nunca me he considerado patriota, no me identifico con el orgullo de haber nacido en un lugar concreto. Pero esos primeros días después del desastre, sentí lo más parecido al orgullo de ser valenciano, de ser español. De compartir miedos, preocupaciones y objetivos con todas esas personas que allí estaban. Supongo que algo que surgía de un lugar profundo, parecido a lo que sentía yo.

Después llegaron las redes, la mediocridad política para cargárselo todo.

Pero dentro de esa miseria, me llevo un recuerdo que no olvidaré. Ojalá no haberlo vivido nunca.

26 oct 2024

GANAR PERDIENDO

La vida es cuestión de actitud, no hace falta vivir grandes cosas para experimentar momentos importantes. A veces, en mitad de la rutina, la vida te explota, las certezas saltan por los aires y acabas más allá de donde imaginabas. En la rutina está encerrado el secreto de lo extraordinario.

Y es por ello que, de vez en cuando, hay que lanzarse a los brazos de lo extraordinario y, por ejemplo, irse de viaje a otro uso horario, donde todo pasa y no cambia nada. Colombia fue para mi, uno de los primeros capítulos de un año que ya está acercándose a su desenlace.

Una tarde de esas en las que te puedes permitir arreglar el mundo porque el tiempo no existe, mi Garmin dimitió, uniéndose a la sensación de que allí el tiempo no existe. Intenté solucionarlo (reiniciarlo y cargarlo) pero no pude hacer nada. A veces, es necesario un ligero inconveniente para darte cuenta que la felicidad está ahí, con voluntad y sin esfuerzo, cuando te das cuenta de que algo cambia, pero todo sigue igual.

Unos días después salí a correr por Cartagena, y por primera vez en años lo hacía sin reloj, sin referencias de tiempo o de distancia. Solo mis piernas, el calor del Caribe y 2 buenos amigos acompañándome. El plan perfecto, ¿verdad?:

Pues no.

Porque, a ver si os habéis creído que soy un hippie que hace deporte por salud, por disfrutar y por no se cuántas cosas maravillosas que aportan integridad, salud y te hacen mejor persona. ¿Acaso soy un libro de autoayuda con piernas?

Qué bonito quedaría ahora contando lo que disfruté la experiencia, que me encontré a mi mismo en ese rodaje y redescubrí lo que era correr sin nada más que importara, y que mis pensamientos eran limpios y perfectos. Pero la realidad es otra. La realidad es que improvisé varias formas de preguntar por el tiempo y el ritmo que llevábamos fingiendo que no me importara demasiado. Y claro, lo primero que hice al llegar al hotel, después del pertinente baño en la piscina, fue sincronizar mi Strava con el suyo. 

Ahí, y solo ahí al ver la actividad registrada, fue cuando me quedé tranquilo del todo.

Dedicar parte de mi tiempo a entrenar, a preparar retos, sean grandes o pequeños me da y me quita vida, pero supongo que parte de la vida consiste en ir perdiéndola mientras tanto. Igual que la luz, que cuando es demasiado intensa te ciega; allí donde solo importa conservar la vida, suele ser donde menos vida hay.

9 oct 2024

UNA VIDA INTERESANTE

A veces pienso que me gustaría tener hijos para poder camuflar mi egoísmo con una excusa digna, una coartada válida, que me ahorre perderme buceando en subterfugios y excusas interminables como atajos imposibles. Una razón noble; una verdad buena en la que envolver mi egoísmo y miserias con una capa de bondad y nobleza con el que salir bien en las fotos.

Porque soy esa persona que cada fin de semana se retuerce en su butaca incapaz de controlar tan siquiera el movimiento agitado de mi pierna. En esos momentos, prefiero un gol de mi equipo a la paz mundial, hay más alivio en que una pelota atraviese la línea custodiada por tres postes que en imaginar un mundo sin balas. Y entiendo lo que esto dice de mí. 

Sin embargo, con un hijo podría disfrazar mi histeria de preocupación y bondad. Supongo que ayudaría, aunque fuese solo a algunas cosas.

A otras no.

Una vez escuché a Gasol explicar que aunque haya ganado 2 anillos de la NBA, un campeonato del mundo, varios europeos y muchos más éxitos individuales y colectivos, todavía sigue habiendo algunas derrotas que le persiguen y le duelen con más intensidad de la que disfrutó sus victorias.

Salvando las evidentes distancias, porque no voy a estar nunca a la altura de Pau, me reconozco en esa frase. Cómo duelen algunas derrotas; pequeños y grandes fracasos se han transformado en fantasmas que se presentan sin llamar, y escuecen como el vinagre en una herida abierta. Esas heridas que, por mucho tiempo que pase y ya cicatrizadas, siguen evolucionando y cada vez duelen de forma distinta, desconocida pero reconocible.

¿Qué se puede hacer?  Yo solo sé hacer una cosa: Tomar aire, respirar, y recordarme que con todo "está siendo una vida interesante". Ojalá este olor a fracaso, derrota y lodo, se conviertan algún día en las flores más altas; y estas heridas se conviertan en esa cicatriz que poder lucir con el orgullo irracional que te da la diferencia.

24 jul 2024

GLORIAN ESTEFAN, LEO MESSI Y ALGO MÁS

Hace unos meses hubo una reforma en el edificio donde viven mis padres y cambiaron el ascensor. La obra, por supuesto, se alargó más de lo previsto, el ascensor funciona peor que antes, aunque eso sí, ahora habla. Cuando se pone en marcha te avisa: "ascensor cerrando puertas". Mi cabeza automáticamente cada vez añade: "abriendo heridas". Es toda una experiencia descubrir, décadas después que Gloria Estefan sigue sonando en mi cabeza. Supongo que algo parecido es lo que llamamos éxito en la vida música.

Eso, o que mis neuronas van dando síntomas de decadencia. No lo sé.


Hace unos días se lesionó Messi. El mejor futbolista de la historia con 20 años de carrera y casi 800 partidos jugados, estaba disputando otra final. Quizá uno de los pocos partidos que aun le sigue importando ganar. En una acción más, le pasan la pelota, el control se le va largo y sale corriendo a por ella. Un mal gesto y se lastima el tobillo él solo. Intentó seguir en el partido, pero tiempo después, en una acción cualquiera, ya no pudo más y tuvo que ser sustituido. Las imágenes de Messi con el tobillo hinchado y lágrimas de impotencia, impresionaban.

Bueno, me impresionaban a mi que soy superficial, me importa el fútbol, sigo teniendo a Gloria en mi cabeza (además, mal citada). A ti, que sabes que el fútbol es una tontería, que son solo unos millonarios en pantalón corto corriendo detrás de una pelota, no. Tú eres mejor que yo. 

El caso es que viendo aquello pensaba en el equipo de profesionales que rodea a Messi: médicos, fisios, dietistas. Todos ellos profesionales contrastados con el objetivo de cuidar el físico de un talento especial. 

Y aun así, se rompió.

Vaya, a veces todo no es suficiente. 

Y claro, resulta que tú y yo no tenemos tanto talento ni tanta suerte. Tampoco conocemos el manual de la vida, ni nadie nos ha dado pautas sobre cómo vivir. Hacemos lo que creemos, de la manera que mejor nos sale. Algunos días te esfuerzas y das lo que tienes. Otros, suficiente es solo conseguir pasar otro días más. Y resulta que ocurre que hay veces que no puedes más y no te explicas porqué. Te sientes agotado, triste, sobrepasado y no te lo explicas.

¿Qué ha pasado? ¿Qué he hecho mal? 

¿Y si lo único que pasa es que te rompes y ya está? No hay que buscar muchos motivos. Si no puedes, no puedes. Paras, levantas la mano y vete al banquillo. Descansa, llora si tienes que llorar, te cuidas y luego sigues.

Se rompió Messi, hace tres años en mitad de la competición más importante de su vida, se rompió Simone Bales, se cuidaron y vuelven a su trabajo. En ocasiones nos toca a nosotros parar y rehacernos, porque eso es lo que está bien. Y quién sabe si parar cuando no quieres hacerlo es lo que hace falta para aprender a usar la honda con la que derrotar a Goliat.

El mundo seguirá girando, tú tienes todavía mucho por jugar, y yo tengo curiosidad por saber cómo seguirán evolucionando los ascensores. Siempre nos quedará la consistencia y estabilidad de las escaleras.

3 jun 2024

STALLONE NO JUEGA AL AJEDREZ

Tenía pensado empezar este texto contando que soy una persona tremendamente ocupada, pero he decidido cambiar el inicio por dos razones: la primera es que uno de los consejos básicos para escribir es evitar los adverbios acabados en "mente"; la segunda es que esa frase no aporta mucho. La sensación de no llegar a todo, que la vida te atropella y que la única manera de avanzar es a trompicones creo, que es característica de la época.

En mi caso, cada noche llego a la cama cansado y con la sensación (supongo que irracional, como casi todo) de que algo me he dejado en el camino, algo que no soy capaz de ver, pero que lamentaré y será imprescindible en alguna parte del viaje.

¿Qué haré entonces? Ni idea, pero como ya vivo sin saber qué estoy haciendo, la sensación no será  desconocida. Seguiré disimulando e improvisando. 

El ritmo de vida es tan acelerado, que incluso de vez en cuando cae una siesta (?) no buscada pero tampoco evitada. Un sábado después de una de esas siestas merecedoras de una sala en un museo, me arrastré hasta la cocina para hacerme un buen café.

Allí, con el aroma del café invadiendo el escenario, levanté la mirada mientras reflexionaba sobre algo que leí hace tiempo. El horno, el microondas y la lavadora, me ofrecían una mirada abierta al interior. Sin embargo, si giraba la cabeza, ahí estaba el siniestro y oscuro lavavajillas, ¿Por qué? ¿Qué está ocultando ese electrodoméstico?

Una vida muy interesante y poco valorada.

Esta capacidad de profundizar en el entorno no es mi única virtud desaprovechada.

Ese mismo viernes por la tarde volvía a casa con el sudor corriendo por la frente, las endorfinas volando por mi cerebro y la satisfacción de otro entrenamiento realizado con éxito. En ese momento una pequeña sensación empezaba a crecer dentro de mi: aprovechar la inercia y explotarla esa noche, que uno nunca sabe. Si algo he aprendido en esta vida es que uno a veces lanza los dados y acaba haciendo jaque con una torre y un alfil.

Así que, cuando cogí el teléfono buscando suerte lo primero que encontré, además de algún asunto de trabajo, eran propuestas para hacer deporte: salida en bici y un partido de tenis. Para el mismo día.

Supongo que la sensación debió ser similar a la que experimentan algunos actores con cierto recorrido: no se olvidan de mi, algo se debe estar haciendo bien, PERO tampoco pasaría nada por cambiar de registro de vez en cuando, que puedo rendir en otros papeles. 

Aunque sabes que no depende del todo de ti que los demás te sitúen en un lugar concreto, una pequeña parte ahí dentro se siente responsable de la situación, ya que en algún momento llevaste aquella bandera que ahora quieres aparcar. Aunque sea un rato.

Porque destacar en algo también tiene sus desventajas.

Lamentarse es aceptable, pero engañarse no. Tampoco pasa nada por reconocer que en realidad formas parte del problema. Porque, siendo honesto, tampoco pagaría una entrada para ver a Jason Statham haciendo una película romántica o a Jim Carrey salvando al mundo de una amenaza extraterrestre. 

Que mis amigos no me vean como un imprescindible de la noche debe ser de esas cosas que se catalogan como algo normal.

La casualidad, y un poco la insistencia también, hizo que la noche cogiera impulso. Fuimos a cenar, entre risas, con buen ambiente y las promesas de la noche rondando la mesa. 

En aquella terraza, sobre una larga mesa oí una de esas frases que te hace escuchar. Ella contaba que "ahora no tenía tiempo para entrenar, solo para salir a correr". No me había parecido hasta entonces; pero reconocí ahí mi idioma y en ese momento cambió todo sin que se hubiese movido nada. El resto de conversaciones fueron perdiendo volumen. El mundo fue cayendo a plomo allí mismo, las risas y la conversación se desvió hacia anécdotas de carreras, ritmos, entrenos, sensaciones y zapatillas. 

Desapareció el ruido mientras aparecía la belleza.

Sin pretenderlo porque quizá no se puede huir de uno mismo, acabé haciendo exactamente lo contario de aquello a lo que allí había ido a hacer.

Y es que nadie encaja golpes ni da puñetazos con Stallone, y eso será así siempre.

2 abr 2024

PEGATINAS EN LA ACERA

Hace unos días, paseando por Ruzafa me crucé con una de esas pegatinas que sustituyen a los coches cuando el ayuntamiento decide encargarse de guardarlos, dando pie a una de mis situaciones favoritas: esas que cuando le pasan a otros son comprensibles, pero al vivirlas en primera persona, es una injusticia.

Al ver aquella pegatina recordé que cuando era niño, corría a arrancarlas convencido de mi buena acción, ya que, pensaba que si había llegado después de la grúa pero antes que la policía, le estaba ahorrando una multa a alguien.

No recuerdo en qué momento dejé de arrancarlas, ¿porque me di cuenta de la tontería del razonamiento? Claro que no. Fue una mezcla entre pereza para agacharme, y mi híper desarrollado sentido del ridículo: solo yo arrancaba esas pegatinas. Algo fallaba. 

Con la perspectiva que da el paso del tiempo, saco dos conclusiones de aquello: la primera, desde niño soy antisistema pero no mucho, siempre defendiendo causas perdidas y pequeñas. La segunda, es que a mi no me estropeó la sociedad. Mi estupidez no es culpa del sistema educativo, ni me perjudicaron las redes sociales. Yo ya estaba torcido antes que la sociedad me echara a perder. Eso que le ahorro. Salí con desventaja respecto a cualquier persona con un razonamiento estándar. 

Poco se valora mi capacidad para sobrevivir.

Pese a los lamentos que suelo leer sobre lo mal que está todo, yo defiendo que si una persona con mi capacidad haya conseguido adaptarse y ser aparentemente funcional, es la demostración de que la sociedad todavía funciona.

Sé que muchos habéis tenido la mala suerte de tener que convivir con este nivel tan bajo que lastra todo vuestro incontenible potencial y tenéis que compartir espacio vital con mediocres indecentes. Injusto, a todas luces. Aquí un Culpable.

A mi dame mediocridad y llámame tonto. No me voy a quejar. Estoy encantado y aliviado en esta sociedad de un nivel tan bajo. Voy cada día al límite de mis posibilidades. En un lugar mejor y más brillante, cada año descendería una categoría hasta arrastrarme por las cloacas de vuestro mundo perfecto. No, gracias.

Deberíais verme cada vez que proyecto mi día: salir de trabajar, hacer deporte, leer textos profundos y elevados con los que meditar y alejarme de mi propia miseria escalando la cuesta de la sabiduría. Publicar los textos más audaces, ser descubierto por un editor que me proponga escribir un libro que sea un éxito moderado de ventas, pero alabado por la sesuda crítica, y convertirme así en alguien con prestigio.

Sale mal.

El resultado suele ser que en cuanto abro la puerta de casa, una fuerza poderosa disfrazada de cansancio, me hace estar en el sofá leyendo tuits estúpidos; wasapeando con la tele de fondo mientras el día se va escurriendo por el desagüe sin avisar.

Y eso no es lo peor.

Luego hay que añadir que esas noches me meto en la cama sacudiendo la derrota mientras me convenzo que mañana será distinto; habrá un cambio y una fuerza interna me permitirá vencer el cansancio, engañar a mi propia miseria para cumplir con los propósitos. Es mi manera de huir hacia delante, pegarle una patada al fracaso para alejarla de mi portería y, así, ganar un poco de tiempo.

Mientras muchos formaríais una sociedad mejor, más limpia y buena, en la que ni las grúas saldrían del depósito porque ya nadie aparca donde no debe; yo bastante tengo con montar una buena defensa de cinco; esperando cazar un contraataque inesperado. Llegar al miércoles con la esperanza de no haber sufrido en exceso; y el viernes por la tarde usar las últimas fuerzas que queden para llevar el balón hasta el córner esperando el pitido final y rezar para que, con un poco de suerte, el empate me valga.

Y si los días no salen bien, dejar las pegatinas en la acera.

26 mar 2024

ACTORES SECUNDARIOS

Dicen que los "amigos es la familia que se elige". No se me ocurre peor aforismo, me provoca sudores fríos porque bien es sabido que tengo una más que demostrada falta de criterio para tomar decisiones; cada vez que la escucho, me asusto. Por suerte, con los años descubrí que en la sabiduría popular la mitad de lo que se dice no es verdad, y la otra mitad es mentira. 

Así que por ahí escapé.

Además, cuando uno elige, no está solo, descubre que los otros también toman sus decisiones y muchos de ellos tenían sus propios planes. Ocurre que la vida es injustísima y me he encontrado en el camino junto a algunas personas a los que no merezco. No me hubiese atrevido a elegirlos a ellos, y sin embargo ahí están, soportándome contra pronóstico.

Aunque me interrumpan mientras escribo.

Sucede también que la vida en ocasiones transita por carreteras angostas, curvas muy cerradas que obligan a reducir la marcha y en las que te das cuenta que quizá la amistad no se debe valorar en tiempo invertido, que el verdadero valor se mide en intención: no se trata de estar, va de querer, de intentarlo, de jugar a la pelota sabiendo que puedes perder, y de hecho, se pierde muchas veces. Vaya si se pierde. Hay quien prefiere guardarse la pelota en casa y no perder aun a costa de aburrirse.

Es un método subjetivo, pero es el mío.

Me gusta vivirlo así, porque cuando están, sabes todo lo que hay detrás y así, mientras el balón rueda estoy disfrutándolo en lo íntimo. No hay nada que tenga más utilidad, que el valor de lo inútil, y jo, la felicidad debe estar escondida en algunos de estos momentos. 

Quizá sea por eso que siempre hay alguien que saca un teléfono para hacer unas fotos. Detrás de este gesto creo ver las ganas no tanto de guardar un recuerdo, como de atrapar el momento. Aunque puede que no, puede ser que me esté poniendo demasiado poético y hay, simplemente, una dictadura de la foto. 

Sea lo que sea, me parece bien. Ojalá muchos más momentos, muchas fotos.

Hace poco, en uno de esos cada pequeños encuentros, mientras comíamos, alguien nos explicaba un vídeo divertidísimo que había visto en una red social. Tan gracioso era que tuvo que coger el teléfono para buscarlo y enseñarlo. Yo participaba en la escena sabiendo perfectamente de qué vídeo hablaba, ¿sabes por qué lo sabía? Porque el que se lo había enseñado la última vez que coincidimos, había sido yo. 

Por un momento estuve tentado de reivindicar el descubrimiento y recordarle que ese vídeo lo conocía por mi; pero reaccioné y me detuve a tiempo: ser lento tiene, en ocasiones, sus ventajas.

Pocas veces en la vida he tenido la suerte de haber rozado la perfección... y casi lo estropeo.

Desde hace muchos años, sé que el papel que mejor represento es el de actor secundario, nunca me sentí cómodo las pocas veces que me tocó ser protagonista. Así que, conseguir dejar el recuerdo justo como para que tiempo después una persona solo recuerde con una risa (incluso me conformo con menos) la anécdota pero no el narrador es, un pasito pequeño pero sólido hacia el éxito.

Dejar una huella pequeña, no una marca profunda.

10 mar 2024

COLOMBIA 2024

DoraBot; pico y placa; la chicha; dolor de cabeza; chocolate y queso; Botero; desayunos de Instagram; "la tóxica"; catedrales de sal y churros; "disculpe, su merced"; ideas de felicidad perfecta; tremendo trancón; Simón Bolívar; 6:30 no dormir y correr;  ¿Roma? Roma; jet lag o mal de altura; despegar una vez, aterrizar dos; arepa con arepa; dormir a golpes; Cocora, los Willys, Salento; el atardecer es el principio, no el fin; recolectar bajo la lluvia café y picotazos; cafetera coreana, chica coreana; la pizza del día anterior, siempre está buena; conducir hasta Pereira; sentir que estás vivo porque duele ver lo que no se puede captar; cenar en un alemán; Medellín, emocionarse, recordar al niño al que le dolía Colombia; ¡Roma!; volar en parapente y metrocable, llegar tan alto que solo quiero caer; acordarme que no me acordaba de ti, y volver a olvidar; Comuna 13 y piel de gallina; ¿todavía no he dicho nada de los perros?; subida al peñol; Escobar, James, Ospina y su ex; millones de pesos; el hotel está cerrado; comunidad nativa; quemarse, piscina; Tayrona, hamacas, playas y montañas; calor, piscina y reír, reír y disfrutar sin reloj; Cartagena; Don Blas; camisetas de felpa; Islas del Rosario, comer, reír y beber, reír un poco más; atardecer en canoa; me equivoqué de camino, me persiguió un otro perro, miedo; seguir riendo; cenar y reír; el traslado (en barco) más divertido de mi vida; que te pite un transatlántico; Cartagena otra vez y "principio del fin"; Getsemaní; un fusil no cabe en un pollo; correr como si fuera agosto; "solo 15 pesitos"; fiesta, risas, "desde 1492"; piscina, comer y un sábado con aroma de domingo.

Noelia, Pablo, Cristina, Lorena, JR y, por supuesto, Isabel.

Gracias.

30 ene 2024

CRÓNICA MARATON VALENCIA 2023 (II)

En mis años de estudiante, donde la mediocridad fue mi fiel compañera de viaje, todo era aguantable. Solo había una excepción: el clásico estudiante y compañero que estaba siempre hundido y lamentando su suerte porque no habían estudiado, no sabía nada y estaba condenado al fracaso, pero luego no bajaba del sobresaliente.

Supongo que hacerse mayor es, en parte, convertirte en aquello que siempre has odiado. Por una semana, o quizá más, me convertí en esa persona.

A alguien le escuché una vez decir que no tiene el recuerdo de ser feliz solo de haberlo sido. La noche antes de la maratón y los nervios con los que desayunas esa mañana son el mejor ejemplo de esto: qué buen recuerdo guardo de ese rato, aunque sospecho que en ese momento no eran tan agradables.

Después de toda la logística de la guardarropa, cambiarse y, también importante, los abrazos y buenos deseos con los amigos. En carreras con tanta diferencia en la salida no siempre es fácil. Pero merece la pena..

El momento tantas veces pensado: esperando la salida rodeado de gente, pero solo. Nino Bravo retumbando en la megafonía, cada uno gestionando sus nervios como sabe o puede, mientras estos corretean libres por el estómago. Ojalá las piernas puedan moverse a la misma velocidad que ese gusanillo que va por dentro.

Las mismas ganas con las que quiero que esto empiece ya y así poder demostrar(me) que puedo; pelean con la idea de quedarse aquí: siempre con las opciones puras, limpias, intactas.

Pero no se hace una tortilla sin romper un huevo. Así que adelante.

Las mismas dudas debió compartir el que daba la salida, ya que se oyó un pistoletazo, y mientras empezábamos a correr el speaker pedía que parásemos. Se hizo el caos: salí, paré, volví pero no hubo más remedio que empezar de verdad, el pelotón no esperaba ya a nadie.

Esto que cabreó a algunos, a mi me ayudó a concentrarme en la carrera y hacer lo mío de la mejor manera posible. Estar centrado en lo que yo podía controlar y olvidarme de todo lo demás.

Se sabe que los primeros kilómetros no sirven para ganar, pero pueden echarlo todo a perder. Dos objetivos importantes: no tropezar con nadie en un pelotón tan grande; y conseguir llevar un ritmo de crucero cómodo sin pasarme, ni quedarme corto. La idea era salir a 4:15min/km y, conforme avanzase la carrera ver cómo respondía el cuerpo.  

Eso sí: la ilusión era bajar de 3 horas.

Y el cuerpo empezó a responder. Las sensaciones desde el principio eran muy buenas (km3-12:34), llegamos a Los Naranjos donde estaba el primer avituallamiento que trae siempre muchos nervios. Gente cruzándose al aparecer las primeras mesas. Incluso casi tengo que pararme para no tropezar y, aunque el km 6 es el más lento de la carrera, lo salvo bastante bien rodando cómodo por debajo del tiempo previsto.

La animación en estos kilómetros es brutal y las piernas van solas, tanto que, sin darme cuenta subo un punto el ritmo. En Blasco Ibáñez me quito la braga y los guantes que ya sobran porque el día es casi perfecto para correr. Enfilamos la ronda norte, me pasa un compañero de entrenos que me dice que "no tiene el día", le animo y ya aparece el km 10 así que preparo ya las sales para el avituallamiento. Las noticias no pueden ser mejores: más de 30 segundos de margen con respecto al tiempo previsto (41:53).

¿Y si me estoy pasando? Aparto las dudas de la cabeza de momento y sigo.

Llego a Dolores Marqués con la impresión de que los kilómetros "caen demasiado rápido" casi sin darme cuenta, de hecho algún punto me sorprende de lo pronto que aparece. En Botánico Cavanilles para seguir con la tradición recibo los primeros ánimos personalizados. Se nota que aquí, juego en casa.

La zona de Alameda y Aragón son siempre un gusto por la cantidad de público que hay animando, voy recibiendo apoyo de conocidos que me empujan. Las sensaciones siguen siendo fantásticas en este punto donde tengo previsto tomar el primer gel que cae bien al estómago (km15-1:02:38) el margen está ya por encima del minuto. Bien.

Estamos de nuevo en Blasco Ibáñez, una avenida de ida y vuelta, que permite comprobar mi sitio en la carrera: el grupo de 3 horas lo tengo casi tan lejos como yo estoy del de 2h50min. Además, voy marcando todos los parciales entre 4:05 y 4:10 tan cómodo que no me lo acabo de creer y las dudas vuelven a visitarme: ¿Me estoy pasando? ¿Me devorará el monstruo al final? ¿Chocaré con el muro?

No ser demasiado listo tiene, a veces, sus ventajas: no pienso mucho más, solo corro. 



Al final de los Naranjos vuelvo a coger a mi compañero de entrenos justo cuando estamos entrando en la zona de la Malvarrosa, los dos vamos con la camiseta granota, lo que hace que aquí el público nos anime de manera especial: aquí también se corre en casa.

Llego a la media maratón en 1:28:06. Casi no lo puedo creer. Intento contener la euforia que me manda el crono. Cuando creo que he conseguido dominarla, me doy cuenta de mi fracaso: el km 25 cae por debajo de 4 (3:57) además llegando otra vez a la Alameda donde sigo recibiendo gritos y ánimos que impulsan. 

La adrenalina empieza a desbordarse.

Ya me he tomado el segundo gel, estoy disfrutando muchísimo, corriendo cómodo. Al pasar el km 28 me doy cuenta que llevo mucho tiempo por debajo de 4:10min/km y casi tengo que pellizcarme porque tengo una sensación de estar viviendo algo irreal. Me pregunto casi en voz alta si esto de verdad no es un sueño: estar "tan bien" con casi 2 horas de carrera.

Todo parece real, veo el público, pero no el escenario. Sigo sin creérmelo del todo, así que doy por hecho que detrás de cualquier curva estará el "tío del mazo" esperando para golpearme fuerte y dejarme seco. 

Calma, me digo, estos más de 28 kilómetros no se borran. Ya son míos.


Sigo sin notar ningún síntoma que presagie la caída pero, ¿acaso notó Ícaro el calor cuando volaba muy cerca del sol? Sí, ya sé que en ocasiones me vengo arriba con las comparaciones. Perdonármelo.

Ya he dejado atrás el km30, la batalla interna seguía estando entre las buenas sensaciones y el miedo a los últimos kilómetros. Justo antes de Gran Vía había quedado con Belén que me esperaba con un gel, pero prefiero no cogerlo y seguir con el plan inicial.. La energía vino de los ánimos de mi familia que estaba por ahí. Los parciales seguían rondando los 4' pelados.

Llegamos al km32, ahí donde la maratón va seleccionando a sus víctimas. Poco después llegó el momento en el que las fuerzas amagaron con fallar pero fue justo cuando tomaba el último gel y llegaba el avituallamiento del km33 así que esta "mini crisis" se fue casi sin llegar. Otra señal de que sí, que era EL DÍA.

La recta paralela al Bioparc. Recuerdos de Vietnam. Pero ahora me veía adelantando corredores y con la cabeza limpia. Aquel sufrimiento de hace 2 años, se transformaba hoy en más fuerza y más confianza.

Sigo incrédulo; de repente estoy en el km35 (2:25:34) y ya que el sub 3 lo tengo, ¿Hasta dónde puedo llegar? Es en ese momento la última vez que le hago caso al reloj. Pienso que si no aflojo, puedo tocar las 2:55 y pagar alguna apuesta. No quiero tocar nada hasta llegar a Archiduque Carlos: ya casi es el momento de ir a ganar. Paciencia.

Es al llegar a esa Avenida cuando ya desaparece el último resquicio de miedo que me queda: apretar los dientes y a volar: no sé porqué tengo tanta fuerza, pero ahora lo único que me preocupa es aprovecharla.

Los últimos 5 kilómetros fueron sensacionales, seguía adelantando corredores, empujando con todo lo que sentía: fuerza, ilusión y euforia, paladeando cada zancada.

Km 40 y ya estamos en la orilla del río, la larga recta que lleva hasta la bajada final abarrotada de público haciendo un pasillo que recuerda a las ascensiones de las grandes vueltas ciclistas. Estos últimos kms son además, los más rápidos de la maratón. La emoción ya está a flor de piel, empiezo a pisar la alfombra azul antes de llegar a la curva de la felicidad, esa que abre el paso a la Ciudad de las Artes y, en efecto, no fue un sueño.

Estaba hecho, era mío y ya nadie, nunca, me lo va a quitar: 2:53:57.

Para siempre.

18 ene 2024

CRÓNICA MARATON VALENCIA 2023 (I)

Leía hace unos días a Manuel Vicent que escribió que "no existe otro remedio conocido para que el tiempo discurra muy despacio sin resbalar sobre la memoria, que vivir a cualquier edad pasiones nuevas, experiencias excitantes, cambios imprevistos en la rutina diaria". En definitiva, enfrentarse a lo desconocido. Sin esperarlo, sin esquivarlo.

Me pasé todo el lejano 2023 diciendo a aquél que quisiera escucharme que estaba inmerso en la locura de preparar otra maratón, pero no porque quisiera correr otra; lo que buscaba era volver a vivir por primera vez aquello que sentí en torno al km 14 del maratón de Valencia del año 2021, en la increíble recta de Botánico Cavanilles. 

Supongo que lo lógico es pensar que vivir por primera vez algo por lo que ya has pasado, es imposible. Pero cuando sentiste aquello que algunos llaman magia, acabas pensando que por qué no. 

Ocurre que a veces la vida parece un cubo de Rubik, cuando crees que ya tienes una línea, todo se mueve y se vuelve a desordenar. Mientras asisto atónito a ese imposible, al lado hay gente resolviéndolo en segundos, sin aparente esfuerzo. Pero pasó, el día 3 de diciembre todo empezó a encajar a la perfección, los cuadrados se movían por inercia.

Y me quise quedar a vivir en algunos kilómetros. Atrapar el aire con mis manos y guardarlo para siempre.

La preparación fue un Dragon Khan, llena de vueltas, subidas y bajadas imposibles. Dos años antes fue casi perfecta: iba clavando cada entrenamiento como marcaba el plan. Esta vez no había manera, por mucho que lo intentara no dejaba de tropezar: una semana con fiebre, después dos más con el "cuerpo bloqueado" incapaz de hacer 3-4 kilómetros sin parar. Cerca estuve de renunciar, parecía lo más lógico porque no pasaba nada, pero no funcionaba.

Pero un día algo aquí dentro hizo clic.

¿Qué fue? No tengo ni idea. Durante una media maratón empecé a encontrarme bien, las piernas y la cabeza se soltaron, la frustración se volvió alegría. Tuve la tentación de dedicar algo de energía a encontrar explicación, hasta que recordé que tenía algo más importante que hacer: disfrutarlo

Quizá si supiera qué fue estaría más cerca de repetirlo, pero una de parte de la magia de la vida es no saber porqué sucede lo que ocurre. Está bien así.

Oigo mucho eso de "ser como niños" y yo creo que una de las claves es esa, no perder el tiempo ni las energías que son para disfrutar buscando explicaciones fútiles, que además suelen ser más grandes que uno mismo y, además, son mucho más grandes que yo. 

Ese 22 de octubre cambió la dinámica. El punto de inflexión a partir del que empecé a disfrutar de cada entreno, a notar esa chispita en el cuerpo y a que todo fluyera. No estaba seguro que hubiese llegado a tiempo, pero entrenar ya era otra cosa. Después, unos días en La Rioja me acabaron de dar el empujón para entrar en el último mes de la preparación con la esperanza de conseguirlo.

La semana de la carrera no la puedo explicar, sentía ese gusanillo en el cuerpo que solo entienden aquellos que han vivido algo similar, esa sensación que mientras la traigo a mi cabeza para escribir estas líneas todavía me vibra en la piel. 

ILUSIÓN, creo que se llama.

Los días se deslizaban sigilosamente, sin tregua ni descanso hasta que de pronto es viernes, salgo de trabajar y lo único que hay se ve ya en el horizonte es la carrera.

Dicen que una maratón son 42,195 kms. Pero es mucho más que eso: son los 4 meses de entrenamientos; los litros de sudor derramados; los kilómetros en compañía y en solitario; las personas cercanas que te aguantan con cariño y paciencia tantas conversaciones sobre un tema que no les importa casi nada. Los nervios, las frustraciones, el odio y el amor al río Turia, a los madrugones y al sinsentido que tienen las cosas banales que tanto nos importan. En definitiva: a mi mismo.

Llegó EL DÍA. 

Antes de dirigirnos a la salida comprobé que lo llevaba todo: mi camiseta azulgrana con el dorsal al pecho, el reloj, el convencimiento de que todo había merecido la pena, los geles, las dudas y las ganas de resolver tantas horas de incertidumbre.