25 nov 2025

OTRAS MANERAS DE GANAR

Recuerdo aquella mítica final de la Copa de la UEFA que el Alavés perdió contra el Liverpool con un gol en propia puerta en la prórroga, que además en aquel momento era gol de oro. No tuvieron ni posibilidad de intentar volver a empatar ese partido. Gol y se acabó. Quizá fuese mejor así. 5-4 acabó. Era el año 2001 y, como en mi casa por aquel entonces estaba en minoría absoluta, no vi el partido: lo seguí por la radio.

Todavía impactado por lo que acababa de pasar, escuchaba a los periodistas saltaban al césped intentando conseguir algunas palabras mientras los jugadores del Alavés seguían rotos de dolor, llorando sobre el césped. Uno de ellos intentaba —de forma patética e infructuosa— consolar a un futbolista diciéndole: “No te preocupes, el año que viene ganaréis la copa”. Y el jugador, sin dejar de llorar, con un andar errante hacia ningún sitio, respondió: “No es verdad. Somos el Alavés. No vamos a tener otra oportunidad así”.


Era verdad, no había consuelo posible.



No todos somos el Barça o el Madrid que saben que muy mal se tiene que dar para que cada año no vayas a estar cerca de conseguir un éxito, un título. A los demás, la vida a veces nos coloca en situaciones irrepetibles que por mucho que quieras o pretendas creer, no se van a volver a dar. Y un pequeño desvío, un golpe de mala suerte, lo truncó todo. A veces pasa.


Lo que no te imaginas en ese momento es lo que hace el tiempo con estos instantes. Porque resulta que aquel Alavés es recordado con hoy con admiración y orgullo por los suyos, quizá mas que el equipo que ganó una copa diluida entre tantas otras en sus vitrinas. Sin embargo, todos aquellos que vivieron ese camino con el corazón, aquellos a los que se les rompieron los sueños, recuerdan ese año y ese día con cariño y nostalgia.


La vida cuando eres uno más, cuando no destacas por nada extraordinario y no eres un payaso como Hugo Duro, te da tus propias cicatrices. Esas que no suman, pero que te hacen salir del molde, no formas parte del canon establecido, y esas imperfecciones te regalan personalidad, y genuidad. Es tu propia belleza.


Al final, los éxitos se parecen todos entre sí, pero los fracasos lo son cada uno a su manera. Y no hay nada que hable mas de ti que tus cicatrices, tus silencios y esas heridas por las que respiras. Como dice el cantante: hoy me permito que todas mis dudas definan por fin lo que soy.


A veces pienso que vale más un buen recuerdo, un camino vivido de verdad, que un resultado concreto. Porque el tiempo tiene esa manera extraña de transformar algunos fracasos en bellezas que nunca antes hubieras imaginado.


He descubierto que cuando nada tiene sentido, justo después de perder la esperanza, en ese momento en que el viento esparce tus lágrimas es, precisamente cuando mas sentido cobra todo. Y la forma de secártelas o dejarlas correr es lo que eres. 


Y eso que eres, qué bueno es.

13 nov 2025

FUEGOS ARTIFICIALES

Hace unos años escuchaba la historia de un futbolista que llegó a la élite por un camino raro. Ascendió a segunda división con un equipo humilde. Al iniciarse la siguiente temporada empezó siendo suplente; no jugaba casi nunca, y eso que, según palabras de su propio entrenador su nivel era parecido al del compañero que competía por su puesto. Pero el titular era el otro.

Cuatro meses casi sin jugar en un equipo que sufría en la categoría.

   En enero, en otro equipo se lesiona de gravedad un jugador de su posición con el mercado a punto de cerrar. Están desesperados por encontrar un sustituto y, tal y como estaba la situación, se decantaron por él sin pensarlo demasiado, no había muchas más alternativas disponibles. La temporada avanza y, el equipo al que fue, acaba subiendo a Primera División. El que dejó, bajó a tercera. Cuatro meses casi sin jugar que lo acabaron llevando a la élite. Y el que jugaba delante de él, acabó en Tercera.

   La vida elige caminos abruptos.

   Me sentí muy identificado porque aunque nunca fui élite en nada, mis pequeños éxitos, mis pocas victorias de las que puedo llegar a estar muy satisfecho, si les pongo la lupa están construidas con errores, frustraciones y malos ratos. Aunque todas ellas tienen, como denominador común, que había que seguir.  Unas veces sin ganas, otras con el corazón encogido y casi más por inercia que por voluntad.

   Quizá debería avergonzarme, porque ha habido veces que avanzaba por los motivos más oscuros. He usado el odio como motor de arranque, siendo consciente de que es una fuerza que desgasta mucho y se apaga pronto. Otras veces ha sido la pereza lo que me ayudaba a avanzar, porque era menor el esfuerzo de seguir que el de tener que echar el freno. Y volver atrás cansa más que seguir.

  Y llega un día en que todo empieza a ponerse en orden, en que el camino se vuelve amable y las piernas las sientes ligeras. Es, de alguna manera, injusto que todo cuadre tan bien porque sí. Y los puntos que parecían tirados al azar, empiezan a tomar una forma que no esperabas. Todo aquello que tanto dolió, sirve para centrar la atención y no perder fuerzas ni tiempo en aquello que no importa.

   Bueno, un poco sí, pero no demasiadas.

  Y todo cobra sentido. Ese nudo que sentí durante tanto tiempo, explota dentro de mí como una carcasa y se convierte en una palmera de fuegos artificiales que ilumina la noche. Ese fuego interno sale a la superficie y ya no se puede esconder.

   Sé que no estoy en la meta, pero también sé que este camino importa. No es habitual que la ambición dentro de mí supere con tanto la satisfacción del presente. Esto no acaba aquí, solo ha empezado. Pero esa ambición por mañana no eclipsa la alegría de hoy. 

   Era verdad aquello que tantas veces me dijeron, no daba igual el camino, ojalá haber sido mejor, pero esta sensación, este saber que es hoy y aquí… guau.

5 nov 2025

LA LOTERÍA CADA DÍA

“Llámame cuando puedas” fue el WhatsApp que recibí de mi casero una mañana en mitad dé una intensa jornada laboral. Si algún día escribo una novela de terror, empezará con esta frase. Escalofríos garantizados.

El mayor de todos mis miedos: un mensaje que puede esconder una bomba debajo de la cortesía.

Cuando lo leí, a mi cabeza acudieron más de cien motivos para retrasar esa llamada y, de paso, meterme en la cama con las sábanas por encima de la cabeza un par de horas, o de años. Así que no tardé en llamarle.

Todo fue bien, solo quería que hiciéramos un pequeño trámite burocrático. Cuando conté lo sucedido, alguien me dijo que “me había tocado la lotería”. 

Otra vez, pensé. Y es que últimamente la lotería me toca casi cada día y corro el riesgo de acostumbrarme pensando que es algo normal.


Pero no lo es.

Y claro, nada es perfecto. La parte mala de esta buena racha que me ha regalado octubre, (qué tendrá octubre que lo revuelve todo), es que estoy muy cómodo escribiendo desde el fracaso, buscando abrigo y refugio en las palabras. En cambio, la tranquilidad, la satisfacción y la tranquilidad son materiales extraños con los que construir historias. Los manejo aun peor.

¿Estoy quejándome porque las cosas van saliendo bien? Podría parecerlo e incluso hasta un poco sí. Pero por muy bien que esté todo, a lo que no estoy dispuesto a renunciar es a darle un espacio al lamento. Sabiendo que no cambio esto.

Ojalá tener que acostumbrarme. Podría ser mi próximo “Gran Reto”.

En todo caso, pretendo seguir escribiendo aunque solo sea para recordarme la fragilidad de todo, porque hay tan poco que está bajo mi control que no me queda más remedio que hacer mi parte y rezar.

A veces parece que hasta las virtudes propias conspiran y se vuelven en tu contra; otras veces, hasta mis defectos y fracasos pasados están detrás empujando y colaborando en el camino al futuro.

Los emplazo al km 35 el 7 de diciembre y que sigan empujando. Allí no serán necesarias las palabras, pero sí la fe.

Al final, llego siempre a la misma conclusión: la vida pone la música, yo escribo la letra.

Y a bailar.