“Llámame cuando puedas” fue el WhatsApp que recibí de mi casero una mañana en mitad dé una intensa jornada laboral. Si algún día escribo una novela de terror, empezará con esta frase. Escalofríos garantizados.
El mayor de todos mis miedos: un mensaje que puede esconder una bomba debajo de la cortesía.
Cuando lo leí, a mi cabeza acudieron más de cien motivos para retrasar esa llamada y, de paso, meterme en la cama con las sábanas por encima de la cabeza un par de horas, o de años. Así que no tardé en llamarle.
Todo fue bien, solo quería que hiciéramos un pequeño trámite burocrático. Cuando conté lo sucedido, alguien me dijo que “me había tocado la lotería”.
Otra vez, pensé. Y es que últimamente la lotería me toca casi cada día y corro el riesgo de acostumbrarme pensando que es algo normal.
Pero no lo es.
Y claro, nada es perfecto. La parte mala de esta buena racha que me ha regalado octubre, (qué tendrá octubre que lo revuelve todo), es que estoy muy cómodo escribiendo desde el fracaso, buscando abrigo y refugio en las palabras. En cambio, la tranquilidad, la satisfacción y la tranquilidad son materiales extraños con los que construir historias. Los manejo aun peor.
¿Estoy quejándome porque las cosas van saliendo bien? Podría parecerlo e incluso hasta un poco sí. Pero por muy bien que esté todo, a lo que no estoy dispuesto a renunciar es a darle un espacio al lamento. Sabiendo que no cambio esto.
Ojalá tener que acostumbrarme. Podría ser mi próximo “Gran Reto”.
En todo caso, pretendo seguir escribiendo aunque solo sea para recordarme la fragilidad de todo, porque hay tan poco que está bajo mi control que no me queda más remedio que hacer mi parte y rezar.
A veces parece que hasta las virtudes propias conspiran y se vuelven en tu contra; otras veces, hasta mis defectos y fracasos pasados están detrás empujando y colaborando en el camino al futuro.
Los emplazo al km 35 el 7 de diciembre y que sigan empujando. Allí no serán necesarias las palabras, pero sí la fe.
Al final, llego siempre a la misma conclusión: la vida pone la música, yo escribo la letra.
Y a bailar.

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