Recuerdo aquella mítica final de la Copa de la UEFA que el Alavés perdió contra el Liverpool con un gol en propia puerta en la prórroga, que además en aquel momento era gol de oro. No tuvieron ni posibilidad de intentar volver a empatar ese partido. Gol y se acabó. Quizá fuese mejor así. 5-4 acabó. Era el año 2001 y, como en mi casa por aquel entonces estaba en minoría absoluta, no vi el partido: lo seguí por la radio.
Todavía impactado por lo que acababa de pasar, escuchaba a los periodistas saltaban al césped intentando conseguir algunas palabras mientras los jugadores del Alavés seguían rotos de dolor, llorando sobre el césped. Uno de ellos intentaba —de forma patética e infructuosa— consolar a un futbolista diciéndole: “No te preocupes, el año que viene ganaréis la copa”. Y el jugador, sin dejar de llorar, con un andar errante hacia ningún sitio, respondió: “No es verdad. Somos el Alavés. No vamos a tener otra oportunidad así”.
Era verdad, no había consuelo posible.
Lo que no te imaginas en ese momento es lo que hace el tiempo con estos instantes. Porque resulta que aquel Alavés es recordado con hoy con admiración y orgullo por los suyos, quizá mas que el equipo que ganó una copa diluida entre tantas otras en sus vitrinas. Sin embargo, todos aquellos que vivieron ese camino con el corazón, aquellos a los que se les rompieron los sueños, recuerdan ese año y ese día con cariño y nostalgia.
La vida cuando eres uno más, cuando no destacas por nada extraordinario y no eres un payaso como Hugo Duro, te da tus propias cicatrices. Esas que no suman, pero que te hacen salir del molde, no formas parte del canon establecido, y esas imperfecciones te regalan personalidad, y genuidad. Es tu propia belleza.
Al final, los éxitos se parecen todos entre sí, pero los fracasos lo son cada uno a su manera. Y no hay nada que hable mas de ti que tus cicatrices, tus silencios y esas heridas por las que respiras. Como dice el cantante: hoy me permito que todas mis dudas definan por fin lo que soy.
A veces pienso que vale más un buen recuerdo, un camino vivido de verdad, que un resultado concreto. Porque el tiempo tiene esa manera extraña de transformar algunos fracasos en bellezas que nunca antes hubieras imaginado.
He descubierto que cuando nada tiene sentido, justo después de perder la esperanza, en ese momento en que el viento esparce tus lágrimas es, precisamente cuando mas sentido cobra todo. Y la forma de secártelas o dejarlas correr es lo que eres.
Y eso que eres, qué bueno es.

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