Siempre he odiado mi manía de tomarme las tonterías a la tremenda.
Es entrar en Mayo y todo se viene encima.
Se acerca el final de liga, toda la semana pasa esperando que llegue el fin de semana y que se aceleren las pulsaciones echando cuentas sin descanso. Los nervios son insoportables pensando qué va a pasar, sufriendo por lo que de verdad está pasando
No sé la cantidad de horas que he pasado mirando la clasificación, el calendario y buscando la manera de hacer pactos con el destino para que no gane el Granada, pierda el Eibar y lo que es peor, que gane el Valencia. A esto hemos llegado.
Haga lo que haga, no depende de mi. Y pese a eso, no puedo evitar comportarme de tal manera que cuando llegue la hora del partido todo esté en orden para que la pelota entre cuando tenga que entrar y el poste la escupa hacia fuera cuando no me convenga.
Todo vale y nada cuenta. Así año tras año.
Se suponía que iba a madurar, que todo esto iba a pasar a un segundo o tercer plano en mi vida en algún momento pero qué va, esto duele mucho y además tiene muy mala pinta. Otra vez.
Llegará el lunes 25, me levantaré iré a hacer un examen, luego a trabajar, supongo que lloverá y aunque la vida seguirá su curso ya nada será igual. Lo que haya pasado esa tarde de sábado lo va a cambiar todo.
Todo se podría resumir en 2 palabras: tengo miedo.
¿Y que sería de nosotros si no tuviéramos miedo a lo que amamos? Miedo a perder lo que tenemos, miedo a no llegar donde pretendemos llegar.
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