8 may 2022

NUNCA CHOVEU QUE NON ESCAMPARA

Esta semana ha llovido tanto que hubo una noche que cuando la lluvia me despertó no tuve más remedio que comprobar que seguía viviendo en Valencia, que de alguna rocambolesca manera no había vuelto a Inverness sin darme cuenta.

Que lo dudara no sé si es fruto de la cantidad de situaciones inesperadas por las que he pasado últimamente o porque definitivamente algo aquí dentro está haciendo clic sin remedio.

El caso es que seguía en Valencia. Y Valencia en España.

El día siguiente esto seguía siendo Escocia. 

Esa tarde, volvía hacia casa cargando más peso que otras veces; llevaba tristeza, responsabilidad,  cansancio y algunas bolsas en una mano, en la otra un paraguas. Llegó el momento en que ya no pesaba demasiado, ya ni me mojaba, en definitiva: todo parecía controlado, incluso rocé la ilusión a algo parecido a la ilusión: un podcast entretenido en los oídos; las promesas de una buena ducha, una cena tranquila y un libro interesante iban ganando espacio en mi cabeza.

Tras un día intenso llegaba la recompensa. 


Miré hacia arriba pensando que el cielo no mostraba ningún interés en dar una tregua y en ese momento: ¡Chof! Una baldosa suelta, pantalón sucio hasta la rodilla, zapatillas empapadas y la temperatura corporal unos 10º menos en segundos.

Maravilloso.

Saqué como pude las llaves al llegar al portal y entré en casa más sucio, frío y derrotado que ayer, otra vez por elementos más grandes que yo y también, es justo reconocerlo, porque muy listo no soy.

En la vida, nos empeñamos en buscar las respuestas cuando muchas veces que lo que no nos damos cuenta es lo importante que es encontrar las preguntas correctas. El resto suele llegar de forma más sencilla.

Tanto mirar hacia arriba y se me olvida que por muy alto que quiera llegar, empiezas y acabas con los pies en el suelo.

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