Todos los días, de camino al trabajo paso junto a un banco. Ver la publicidad que van colgando es un ejercicio que desde hace años me tiene fascinado. Hace poco vi un anuncio que garantizaba que podías entrar y preguntar ¡gratis! No solo eso, sino que preguntar no te comprometía a contratar nada. Eso es lo mejor que pueden ofrecer a sus clientes. De ahí hacia abajo.
Tienen toda mi confianza.
Reconozco que a veces miento. Que lo mejor que puedo ofrecer es un silencio mentiroso. Me pasa cuando alguien presume de sus virtudes. Callo y otorgo. Silencios cómplices acompañados en ocasiones con gestos de respeto e incluso admiración. Eso ya depende de la interpretación del interlocutor. Pero en el fondo me gustaría averiguar si a esas virtudes llegó con un plan, o simplemente se las encontró y ha convertido eso en virtuosismo. Quizá ni siquiera las eligió, se descubrió bueno en eso y tuvo que transformar lo bueno en lo mejor.
Pero no digo nada. No vaya a ser que me descubran.
Escribo desde la envidia. Porque yo descubro en mí una capacidad extraordinaria para algunas cosas que no sirven para nada. Por ejemplo, mi habilidad y rapidez para el cálculo mental es inesperada. Si además saben que desde siempre arrastré las matemáticas, es ya incomprensible.
Quizá por eso también me han fascinado las contradicciones. O quizá no sea por eso; también puede que haya sido mi manera de lidiar con las mías: elevarlas a la categoría de algo normal. Le he cogido el gusto a entrar al gimnasio con un libro en la mano e ir a las bibliotecas o librerías con camisetas de fútbol.
Estaba dándole vueltas a esto mientras escuchaba uno de mis podcasts de cabecera en el que cada semana se plantea la misma pregunta: ¿Cuál es tu idea de felicidad perfecta?
Hace tiempo alguien me contaba que estaba viviendo en una ciudad que no le gustaba, en una casa que no le gustaba y en un trabajo que no le convencía y así había descubierto que podía ser feliz.
Era alguien que, sin saberlo, lo había entendido todo.
Los mejores amigos, las mejores personas que he conocido no son perfectas: son reales y gracias a lo inútiles que somos, a tener que lidiar con nuestras miserias y, además, llevarnos bien, nos lo hemos pasado mejor. Nuestra relación no es perfecta, a veces no nos contamos toda la verdad, a veces pasamos tiempo distanciados, pero somos. Y no hay más. Ni menos.




