24 jun 2025

AMIGOS Y DESAMIGOS

A veces me acuerdo de la ilusión con la que entraba en Facebook las primeras veces. Casi siempre, al apagar el ordenador, había un amigo menos que me caía bien. La primera lección que me dieron las redes sociales fue que a la mayoría de amigos hay que tenerlos cerca pero no demasiado, como cuando vas en grupo por autopista: manteniendo una distancia de seguridad.

Desde entonces, me da por imaginar otras vidas, y tengo bastante claro que algunos de mis amigos en otras circunstancias, en otras vidas los evitaría. Otros no me soportarían a mi. Pero los hay que en ninguna vida podrían librarse de mí.

Me parece mágico.

Luego ocurre que rara vez las cosas son para siempre, que con algunas amistades pasa lo que con las mudanzas: hay tantas cajas que organizar que algunas se pierden o se rompen cosas. Y no siempre se pierde lo que menos importa; a veces te quedas sin algo valioso y tienes que aprender a vivir sin ello sin haberlo planificado. Vivir es estar mudando constantemente.

Hay dos maneras de perder a un amigo. 

Una es la traición, que es una de las experiencias más dolorosas que existen, porque siempre vienen de alguien al que abriste la puerta. Un Caballo de Troya vital. De un enemigo, de un extraño, uno se defiende: estás alerta, sospechas, te preparas para el golpe. Pero cuando viene de un amigo no hay defensa posible. Tú abriste la puerta, tú le diste las llaves. Y, de repente, un martes cualquiera te levantas tranquilo y descubres que algo está roto. No sabes cómo ni cuándo, pero lo ves. Y tus cimientos tiemblan.

Lo que no sabes en ese momento es que si sigues hacia delante, viene algo mejor. Pero sigues por inercia, porque no sabes no seguir.

Hay otra forma de perder un amigo. Y es cuando no pasa nada. Quizá sí pase algo: pasa el tiempo. Y como una marea, la vida va abriendo una distancia que, un día ya es demasiado grande. Ni varios "likes" en Instagram la salvan.

Esta pérdida es extraña, no hay enfados, ni escenas impactantes dignas de ser contadas. Hay, sin embargo, una sensación de vacío que no puedes ubicar en el tiempo, y una punzada que no puedes aliviar culpando a nadie, te obliga a asumirla y afrontarla. O usar esos likes no para acercarte, sino para engañar un poco al dolor.

Fracasé en mi intento de escribir sobre la pérdida en positivo. Supongo que tantos años escuchando a Ismael Serrano tienen sus consecuencias. La melancolía se coló entre mis dedos. Puede que algunas pérdidas sigan doliendo un poco, pero ese dolor es la cruz en una moneda cuya cara está llena de experiencias que han hecho este viaje algo inolvidable.

Así que como en las mudanzas, la vida también va de ir soltando para dejar espacio a lo nuevo. Al final, lo importante encuentra su forma de quedarse, aunque no siempre encaje en el lugar que pensaste.

12 jun 2025

Y PESE A TODO, EL MUNDO FUNCIONA

Alexander Sørloth es un futbolista que juega en el Atlético de Madrid sobre el que no había ninguna posibilidad de que yo escribiera. Para empezar, porque es muy difícil poner la ø sin copiarla de Google. Pero el mes pasado en un sábado sin pretensiones, llamó la atención porque marcó tres goles en cuatro minutos. Un hat-trick fulgurante, de esos que todos algún día soñamos alguna vez.

Yo no digo que no tenga mérito, ¿eh? Que lo tiene. Pero aquí hemos venido a jugar: por tercer año consecutivo, en el mes de abril, una chica me ha dicho que “la he decepcionado”. Que venga Sørloth, o quien quiera, a mantener esa regularidad. Lo suyo fue una buena rachita. Lo mío es un trabajo de fino estilista.

Lo curioso es que, pese a la brevedad de esas historias, algunas me siguen pesando más que otras que duraron años. Como si el daño tuviera su propio calendario. A veces pienso que hay vínculos que no se miden en tiempo, sino en intensidad. Como el mito ese de Perséfone: apenas pasaba unos meses en el inframundo, pero bastaban para que la tierra entera se marchitara. Pues así. Algunas personas aparecen en tu vida un instante y te dejan inviernos enteros.

Que yo lo cuento aquí con la mejor de mis intenciones, dejando atrás el drama. Pero no siempre es fácil. Soy de los que se esfuerzan, de los que sale a la vida con ganas y, en ocasiones, acaban metiendo la pata. Todos somos el error de alguien y siempre hay alguien que fue nuestro error. 

Y pese a todo, el mundo funciona.

No he conseguido la escala precisa para medir de antemano esos errores. Cuando era más joven, pensaba que la herida la marcaría el tiempo. Que dolería más lo que más durara. Y sin embargo, algunas de esas historias fueron tan breves que apenas ocuparon espacio, pero quedaron marcadas en mi piel durante años. Otras, mucho más largas, apenas me dejaron rasguños inapreciables. Así que puedo  entender cuando Liliam Thuram contaba que todavía tiene pesadillas con Munitis después de haberse enfrentado a Ronaldo, Figo, Messi o Totti entre otros.

Y no me sirven las explicaciones de todos esos profetas del ayer, que corren a hablar de merecimientos, aprendizajes o deudas con la vida. A mí no me expliques lo que ya pasó. A mí, prepárame para las heridas que están por venir.

Así que estoy intentando dejar de entender muchas cosas. He dejado de buscar lógica en lo que duele o esperanza en lo que no llega. No siempre hay un porqué claro, ni una moraleja detrás de cada caída. A veces simplemente hay que levantarse y seguir, aunque duela. Porque abril aún no se ve en el horizonte y, quién sabe, quizá el próximo abril sea en el que por fin las expectativas se den la mano con la realidad.

6 jun 2025

EL GATO YA ESTÁ EN LA PALMERA

Yo no sé si es algo común a todo el mundo, pero sí sé que la mayoría de mis referentes escriben desde el fracaso, las decepciones y el desamparo. Esas emociones que te empujan a buscar refugio cuando ahí fuera solo hace frío y necesitas encontrar en las palabras el calor del consuelo.

Pero sucede que a veces la vida te da alegrías tan grandes que cuesta creerlas. Así que hoy escribo desde la ilusión y la felicidad. Desde ese lugar en el que, pasada la euforia, queda la realidad: una alegría pura y sencilla, como los restos de mar que aparecen al retirarse las olas. Así es el poso que nos ha dejado esta ilusión que parecía que no llegaba. Hoy escribo para atrapar esta sensación y guardarla para siempre. Que no escape.

Todo ha sido tan perfecto que hasta la fecha en la que se cumplió el sueño parece de película: 25/5/25. A veces da la sensación de que el futbol está guionizado. Si alguien hubiese presentado un argumento con lo que ocurrió, se habría descartado por inverosímil. Pero es que a veces pasa.

Eso que les suele pasar a otros, lo vivimos nosotros.

Recuerdo levantar la mirada al marcador varias veces entre los minutos 75 y 80. Íbamos perdiendo 2-1 y mi sensación física era de angustia. Estábamos al borde del abismo. Otra vez parecía que lo teníamos ahí y se nos escapaba. Como si no pudiéramos huir del yunque de la adversidad. El sueño se desvanecía. 

Y entonces aparecieron ellos. Perdón por el tópico, pero fueron dos locos bajitos los que le dieron la vuelta. Primero Brugui, con un salto eterno, se colgó del cielo para bajar una pelota altísima y dejarla dentro de la red. ¿Qué voy a contar de lo que pasó después? Carlos tras ese paseo cerca del área, mandó un mensaje directo a la escuadra del Plantío. 

Esa locura no se puede explicar.

Si te fijas en los resúmenes del partido, de los 3 goles del Levante es el que menos ruido generó: la gente caía rota de emoción en el asiento sin poder gritar. Todavía se me eriza la piel mientras lo recuerdo y lo escribo.

No hubo ni un solo granota que, pasada la euforia, en cuanto el corazón dejó de acaparar toda la sangre, no le viniera a la cabeza aquel maldito penalti de hace dos años en el minuto 129 del partido 46 de la temporada, y sintiera que, por fin, esa herida cicatrizaba. 

Fue maravilloso. 

Ese minuto 97 no hizo que todo valiera la pena. Porque en realidad el sentimiento siempre lo vale. Pero esta vez, al menos, pudimos darle sentido. Desde entonces no puedo dejar de pensar que, sin aquel penalti del Alavés, esto no habría sabido tan bien. Las cosas cuanto más cuestan, más se valoran. Me he preguntado si lo prefiero así o si hubiese sido mejor ascender en 2023 y ahorrarnos este sufrimiento... pero ya no importa. Se ha dado así y ya no nos quita nadie lo vivido.

Lo curioso es que, ahora que ha acabado la temporada con el sueño cumplido, mi cuerpo prefiere el descanso a la celebración. Como si después de haber cruzado la meta, solo queda tumbarse al lado del camino, cerrar los ojos y respirar un poco de paz después de tanta locura.

Me pregunta gente que me quiere si soy consciente de que esta manera de vivirlo no es sana. Claro que lo sé. Este año me he vuelto a prometer que era la última temporada que lo vivía así, pero me conozco lo suficiente como para saber que soy un capullo y que, en abril de 2026 las mariposas volverán a revolotear dentro de mí sin remedio.

Una vez más, el gato ya está en la palmera.