6 jun 2025

EL GATO YA ESTÁ EN LA PALMERA

Yo no sé si es algo común a todo el mundo, pero sí sé que la mayoría de mis referentes escriben desde el fracaso, las decepciones y el desamparo. Esas emociones que te empujan a buscar refugio cuando ahí fuera solo hace frío y necesitas encontrar en las palabras el calor del consuelo.

Pero sucede que a veces la vida te da alegrías tan grandes que cuesta creerlas. Así que hoy escribo desde la ilusión y la felicidad. Desde ese lugar en el que, pasada la euforia, queda la realidad: una alegría pura y sencilla, como los restos de mar que aparecen al retirarse las olas. Así es el poso que nos ha dejado esta ilusión que parecía que no llegaba. Hoy escribo para atrapar esta sensación y guardarla para siempre. Que no escape.

Todo ha sido tan perfecto que hasta la fecha en la que se cumplió el sueño parece de película: 25/5/25. A veces da la sensación de que el futbol está guionizado. Si alguien hubiese presentado un argumento con lo que ocurrió, se habría descartado por inverosímil. Pero es que a veces pasa.

Eso que les suele pasar a otros, lo vivimos nosotros.

Recuerdo levantar la mirada al marcador varias veces entre los minutos 75 y 80. Íbamos perdiendo 2-1 y mi sensación física era de angustia. Estábamos al borde del abismo. Otra vez parecía que lo teníamos ahí y se nos escapaba. Como si no pudiéramos huir del yunque de la adversidad. El sueño se desvanecía. 

Y entonces aparecieron ellos. Perdón por el tópico, pero fueron dos locos bajitos los que le dieron la vuelta. Primero Brugui, con un salto eterno, se colgó del cielo para bajar una pelota altísima y dejarla dentro de la red. ¿Qué voy a contar de lo que pasó después? Carlos tras ese paseo cerca del área, mandó un mensaje directo a la escuadra del Plantío. 

Esa locura no se puede explicar.

Si te fijas en los resúmenes del partido, de los 3 goles del Levante es el que menos ruido generó: la gente caía rota de emoción en el asiento sin poder gritar. Todavía se me eriza la piel mientras lo recuerdo y lo escribo.

No hubo ni un solo granota que, pasada la euforia, en cuanto el corazón dejó de acaparar toda la sangre, no le viniera a la cabeza aquel maldito penalti de hace dos años en el minuto 129 del partido 46 de la temporada, y sintiera que, por fin, esa herida cicatrizaba. 

Fue maravilloso. 

Ese minuto 97 no hizo que todo valiera la pena. Porque en realidad el sentimiento siempre lo vale. Pero esta vez, al menos, pudimos darle sentido. Desde entonces no puedo dejar de pensar que, sin aquel penalti del Alavés, esto no habría sabido tan bien. Las cosas cuanto más cuestan, más se valoran. Me he preguntado si lo prefiero así o si hubiese sido mejor ascender en 2023 y ahorrarnos este sufrimiento... pero ya no importa. Se ha dado así y ya no nos quita nadie lo vivido.

Lo curioso es que, ahora que ha acabado la temporada con el sueño cumplido, mi cuerpo prefiere el descanso a la celebración. Como si después de haber cruzado la meta, solo queda tumbarse al lado del camino, cerrar los ojos y respirar un poco de paz después de tanta locura.

Me pregunta gente que me quiere si soy consciente de que esta manera de vivirlo no es sana. Claro que lo sé. Este año me he vuelto a prometer que era la última temporada que lo vivía así, pero me conozco lo suficiente como para saber que soy un capullo y que, en abril de 2026 las mariposas volverán a revolotear dentro de mí sin remedio.

Una vez más, el gato ya está en la palmera.

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