29 jun 2025

NI MÁS NI MENOS

Todos los días, de camino al trabajo paso junto a un banco. Ver la publicidad que van colgando es un ejercicio que desde hace años me tiene fascinado. Hace poco vi un anuncio que garantizaba que podías entrar y preguntar ¡gratis! No solo eso, sino que preguntar no te comprometía a contratar nada. Eso es lo mejor que pueden ofrecer a sus clientes. De ahí hacia abajo.

Tienen toda mi confianza.

Reconozco que a veces miento. Que lo mejor que puedo ofrecer es un silencio mentiroso. Me pasa cuando alguien presume de sus virtudes. Callo y otorgo. Silencios cómplices acompañados en ocasiones con gestos de respeto e incluso admiración. Eso ya depende de la interpretación del interlocutor. Pero en el fondo me gustaría averiguar si a esas virtudes llegó con un plan, o simplemente se las encontró y ha convertido eso en virtuosismo. Quizá ni siquiera las eligió, se descubrió bueno en eso y tuvo que transformar lo bueno en lo mejor.

Pero no digo nada. No vaya a ser que me descubran.

Escribo desde la envidia. Porque yo descubro en mí una capacidad extraordinaria para algunas cosas que no sirven para nada. Por ejemplo, mi habilidad y rapidez para el cálculo mental es inesperada. Si además saben que desde siempre arrastré las matemáticas, es ya incomprensible.

Quizá por eso también me han fascinado las contradicciones. O quizá no sea por eso; también puede que haya sido mi manera de lidiar con las mías: elevarlas a la categoría de algo normal. Le he cogido el gusto a entrar al gimnasio con un libro en la mano e ir a las bibliotecas o librerías con camisetas de fútbol.

Estaba dándole vueltas a esto mientras escuchaba uno de mis podcasts de cabecera en el que cada semana se plantea la misma pregunta: ¿Cuál es tu idea de felicidad perfecta?

Las primeras semanas no tenía ni idea sobre qué contestaría yo (lo que no debe hablar muy bien de mí, creo). Con el tiempo imaginé el escenario ideal: la tarde perfecta, en el restaurante perfecto, con el clima perfecto y la chica perfecta. De tanta perfección, murieron varias neuronas y no soy precisamente una persona que pueda permitirse ese lujo.

Hace tiempo alguien me contaba que estaba viviendo en una ciudad que no le gustaba, en una casa que no le gustaba y en un trabajo que no le convencía y así había descubierto que podía ser feliz. 

Era alguien que, sin saberlo, lo había entendido todo.

Los mejores amigos, las mejores personas que he conocido no son perfectas: son reales y gracias a lo inútiles que somos, a tener que lidiar con nuestras miserias y, además, llevarnos bien, nos lo hemos pasado mejor. Nuestra relación no es perfecta, a veces no nos contamos toda la verdad, a veces pasamos tiempo distanciados, pero somos. Y no hay más. Ni menos.

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