Alexander Sørloth es un futbolista que juega en el Atlético de Madrid sobre el que no había ninguna posibilidad de que yo escribiera. Para empezar, porque es muy difícil poner la ø sin copiarla de Google. Pero el mes pasado en un sábado sin pretensiones, llamó la atención porque marcó tres goles en cuatro minutos. Un hat-trick fulgurante, de esos que todos algún día soñamos alguna vez.
Yo no digo que no tenga mérito, ¿eh? Que lo tiene. Pero aquí hemos venido a jugar: por tercer año consecutivo, en el mes de abril, una chica me ha dicho que “la he decepcionado”. Que venga Sørloth, o quien quiera, a mantener esa regularidad. Lo suyo fue una buena rachita. Lo mío es un trabajo de fino estilista.
Lo curioso es que, pese a la brevedad de esas historias, algunas me siguen pesando más que otras que duraron años. Como si el daño tuviera su propio calendario. A veces pienso que hay vínculos que no se miden en tiempo, sino en intensidad. Como el mito ese de Perséfone: apenas pasaba unos meses en el inframundo, pero bastaban para que la tierra entera se marchitara. Pues así. Algunas personas aparecen en tu vida un instante y te dejan inviernos enteros.
Que yo lo cuento aquí con la mejor de mis intenciones, dejando atrás el drama. Pero no siempre es fácil. Soy de los que se esfuerzan, de los que sale a la vida con ganas y, en ocasiones, acaban metiendo la pata. Todos somos el error de alguien y siempre hay alguien que fue nuestro error.
Y pese a todo, el mundo funciona.
No he conseguido la escala precisa para medir de antemano esos errores. Cuando era más joven, pensaba que la herida la marcaría el tiempo. Que dolería más lo que más durara. Y sin embargo, algunas de esas historias fueron tan breves que apenas ocuparon espacio, pero quedaron marcadas en mi piel durante años. Otras, mucho más largas, apenas me dejaron rasguños inapreciables. Así que puedo entender cuando Liliam Thuram contaba que todavía tiene pesadillas con Munitis después de haberse enfrentado a Ronaldo, Figo, Messi o Totti entre otros.
Y no me sirven las explicaciones de todos esos profetas del ayer, que corren a hablar de merecimientos, aprendizajes o deudas con la vida. A mí no me expliques lo que ya pasó. A mí, prepárame para las heridas que están por venir.
Así que estoy intentando dejar de entender muchas cosas. He dejado de buscar lógica en lo que duele o esperanza en lo que no llega. No siempre hay un porqué claro, ni una moraleja detrás de cada caída. A veces simplemente hay que levantarse y seguir, aunque duela. Porque abril aún no se ve en el horizonte y, quién sabe, quizá el próximo abril sea en el que por fin las expectativas se den la mano con la realidad.
1 comentario:
Impresionante reflexión, al menos para mí!!
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