19 ago 2025

OPINIONES DE CEMENTO

No he presumido por aquí todavía que el año pasado fui a París a cumplir un sueño del que la semilla se sembró en el año 1992: estar presente en unos Juegos Olímpicos.

No lo he hecho hasta ahora porque mi experiencia me demuestra que para las cosas más grandes de la vida, mis palabras se quedan cortas. La magnitud de unos Juegos es algo tan extraordinario que por mucho que lo intente, sé que no le voy a hacer justicia.

Recuerdo que al llegar al aeropuerto antes de pisar París me enteré de la lesión de Carolina Marín cuando estaba a punto de ganar su semifinal, y de la solicitud de la delegación española para que se le diera una medalla  que tenía casi en su mano. No había pasado ni un minuto de la noticia y ya podías encontrar a mucha gente opinando muy fuerte, tanto a favor como en contra. 

Esa inmediatez es algo que me fascina.

A mí el ansia de medallas en los Juegos me pierde, y antes de subir al avión estaba a favor; al aterrizar, en contra. Menos mal que solo lo comenté con un amigo en vez de escribirlo. Eso me permitió cambiar de idea con ligereza. A veces tengo la sensación que escribir en público es como usar cemento fresco: fija ideas a las que todavía se les podría dar movimiento.

Tengo curiosidad por saber qué hubiera pasado si hubiese opinado por escrito en algún lugar público. Es posible que ya se me hubiesen revuelto las tripas durante el vuelo y hubiese tenido el peor vuelo de mi vida al darme cuenta que estaba en desacuerdo conmigo mismo. O quizá, al haberlo escrito había bloqueado el proceso de pensamiento y ahora fuese un esclavo de mis palabras. Hoy vestiría una opinión con la que no me sentiría cómodo.

Ventajas de la intrascendencia.

Esta idea hizo que a mi cabeza viniera la historia de la construcción de la Torre Eiffel.

Pocas construcciones mas icónicas hay en el mundo. Reconocible desde cualquier rincón, inmortalizada en miles de películas, visitada por millones cada año y lugar de compromisos constante. Y, sin embargo, qué extraño artefacto: un amasijo de hierros levantado sin ningún adorno en medio de una ciudad preciosa que no necesitaba ningún icono para ser reconocida y deseada.

Si yo hubiera sido parisino en 1887, estoy casi seguro que me habría opuesto a su construcción con vehemencia. Como tantos escritores, poetas y artistas de la época, habría ridiculizado la idea, convencido de que era la última fantochada política del momento. Incluso habría dicho: "alguno se lo está llevando muerto" a aquél que me hubiese querido leer o escuchar., El único consuelo era que aquello iba a ser algo temporal que en unos años, quedaría como una anécdota lejana.

Motivos había para pensarlo.

Y ya ves, más de un siglo después aquello que no tenía ningún sentido, quizá siga sin tenerlo, pero no evita que sea admirado.

Solo queda aprender de Jim Cutler, personaje de "Mad Men" que, cuando le presentan una idea para un proyecto, responde: "quiero dejarlo claro: estoy en contra, salvo que salga bien".

Esa es la única opinión a la que aspirar.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Me gusta el símil del cemento fresco:qué bueno. "Fija ideas a las que aún se le pueden dar movimiento"