Hace unos días fui al cine. Me gusta más de lo que demuestra mi frecuencia.
La cuestión es que allí estaba, en mi asiento, esperando a que se apagaran las luces y empezara la historia cuando me di cuenta que algunas películas habían empezado hacía tiempo: la de la pareja que aún se tocan nerviosos, la que ya convirtió el cine en rutina, el grupo de amigos jubilados que solo están ahí porque ya no les queda otra película por ver. Muchas historias que se cruzan durante dos horas para separarse y seguir sus propios guiones.
Cerca de mí se sentaron tres amigos más o menos de mi edad, dejando sitio a otros que venían más tarde. Justo cuando las luces empezaban a apagarse, llegaron sus amigas con la relajación y la felicidad de las noches de agosto. Una de ellas era una cara familiar. Sí, era ella: aquella chica que hace unos años fue una ilusión, una pequeña semilla de felicidad.
Solo se quedó en eso, una ilusión que se desvaneció una noche de otoño con la misma naturalidad con la que caen las hojas de los árboles.
Al verla, mi primer impulso fue hundirme un poco en mi butaca y no apartar la mirada de la pantalla como si se estuviera proyectando el gol de Carlos en Burgos.
Me sirvió la publicidad, (esa que tanto detesto en la sala), para recordar aquellos meses: la primera cita, esa pequeña conexión de la que nunca hablamos, pero sentimos; las cenas, el teatro; y aquella noche sentados en tu coche me dijiste que lo nuestro no iba a tener más recorrido. Frenaste cuando parecía que empezábamos a coger velocidad.
No te había vuelto a ver desde aquella noche.
En ese momento, con los focos apagados me di cuenta que no solo era verdad lo que decían de ti: que tenías miedo al compromiso, que ya te habían hecho daño y que hay unas barreras que no ibas a bajar.
También fue verdad que no estuve a la altura. No porque cometiera errores, hice muchas cosas bien, pero tú no eres de las que se conforma con un empate fuera de casa. Lo importante no era no equivocarse, sino salir al ataque y demostrar que el riesgo merece la pena.
Por suerte empezó la película.
En la última escena, después de que la protagonista hubiera completado su trabajo, intenta coger un tren buscando continuar con su vida, siguiendo con su misión. Otro personaje la detiene. Ella insiste: "Déjame seguir, no es suficiente". Y él contesta: "¿No es suficiente o es que tienes miedo de parar?"
Se encendieron las luces con la frase resonando en mi cabeza. Di un pequeño rodeo para salir de allí. Hay veces que el valor es enfrentarse al vacío.
Creo que no me viste.
Después de todo, quizá no haber estado a la altura fue una suerte: tal vez tú eres ahora más feliz porque encontraste un lugar en el que quedarte; yo encontré un camino por el que transitar.
Quizá, la parte más importante de las historias ocurra con los focos apagados, en un lugar en el que el público no sabe que existe.
¿O tal vez no fue esto lo que pasó?

1 comentario:
O tal vez, fue otra cita...
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