25 sept 2025

FUNCIONA PORQUE ESTÁ ROTO

Este verano, en Malasia, en mitad del fragor de una conversación de esas que ayudan a romper barreras, alguien intentaba explicarme que determinadas situaciones no las manejo bien y que hay formas más prácticas de vivir. Es posible, contesté, pero esta manera es la mía, me gusta y además me sirve para llevarme bien conmigo mismo.

Y yo no pido más.

Ahora que lo pienso, es posible que esta conversación no fuese en Malasia, pero nunca es mal momento para recordar la vida que tengo.

Hasta para presumir me hago lío. No tengo el mismo nivel que aquellos que siempre presumen de tener lo mejor: los mejores padres del mundo, ser del mejor país, tener la mejor familia, los mejores amigos o ser del mejor equipo del mundo. Debe ser una maravilla vivir en esa certeza y ver la vida más cerca del cielo que de la tierra. El problema es que desde ahí, es muy fácil todo. Cómo no vas a querer a la mejor familia del mundo, cómo no vas a estar implicado con ese mejor escenario posible.

Vivir siempre en el percentil 1, es moverse en un techo del que no se puede subir más. La amenaza de la caída como inseparable compañera. Incluso aunque consigas pasar una vida en la cima, nunca vas a poder librarte de la amenaza de que el siguiente paso te conduzca a la planta baja.

Solo pensarlo, me estreso.

A mí me pasa que hay veces que no aguanto a mis amigos, que a veces me fallan; que mi familia es muy rara y en ocasiones no sé ni por dónde cogerla; pero resulta que son los míos, y eso, al final compensa. 

No siempre. Y aunque eso lo haga más real, no nos flipemos.

Recuerdo siempre a Tolstoi que lo explicó todo con la frase "las familias felices se parecen entre sí; sin embargo las infelices lo son cada una a su manera". No solo lo entendió todo, también lo supo explicar cortita y al pie. Cada familia encuentra su manera de aguantarse, de quererse y de vivir con sus ho/errores. Incluso puede que pensara que gracias a esas miserias fuesen mejores familias. 

O aunque no sean mejores, son ellos y no otros.

Admiro mucho esa comprensión de la vida sin haber sufrido un solo descenso, o sin haber perdido un ascenso ni una liga por un penalti en el último minuto.

Yo a mis amigos los he visto equivocarse, caer en un agujero y ponerse a cavar mientras me explicaban que así iban a salir de ahí. Y esa ha sido la mejor lección de vida. Sin eso no hubiese comprendido que la base más sólida es aprender a quererse desde el error, con lo imperfecto. Con lo que es, y no con lo que deberían ser.

Quizá todo surja de curarse las heridas, besar las cicatrices y buscar ser mejor. Solo porque quieres serlo, no porque lo necesites, porque quieres. Así, hasta se llega a disfrutar el camino.

Con mi gente acabaré perdiendo los nervios y cuando eso pase no volveré a buscarlos.

16 sept 2025

ÍTACA EN EL ASCENSOR

A veces te das cuenta que no estás donde quieres estar, ni donde te gustaría estar, ni siquiera donde te dicen que merecías estar. Puede incluso que hasta te llegues a creer (con razón o sin ella) que mereces estar en otro sitio. Y, quizás, si las cosas hubieran sido diferentes, con un poco más de suerte o de pericia, ahí estarías.

Pero igual lo importante no sea donde estás, sino si estás en el camino y en la dirección correcta. Y seguir. Seguir cuando las fuerzas lo permiten. Descansar cuando no. Querer rendirte algunos días y aún así no retroceder: para que los días en los que las fuerzas reaparecen, avanzar aún más.

Llega un momento en que hasta empiezas a disfrutar del camino y aparece lo inesperado. Dando al destino más riqueza, más valor y menos importancia.

Cuidado, que cuando abres la puerta a esta mentalidad, sin previo aviso, surgen nuevos destinos, la posibilidad de vivir otras vidas que no preveías.

Sé que no estoy diciendo nada que no explicara Kavafis en su maravilloso poema Ítaca, que ha sido una de mis referencias vitales desde hace ya más de veinte años.

Estaba tentado a contar que escribo esto porque, después de un 2025 complicado, necesito recordármelo: no te rindas. Aunque muchos días sean cuesta arriba, salir a la vida con buena cara ha tenido un valor que conviene no subestimar. Lo que ayer fue una curva que casi hace abandonar, mañana será un motor que servirá de impulso.

O también podría contar que tras una temporada de problemas y lesiones, cada semana me noto un poco mejor entrenando y, aunque me veo justo para llegar al objetivo, la meta merece el esfuerzo.

Pero no es toda la realidad.

Cuento esto porque tengo un problema secreto y pequeño que lleva años incomodando mi vida de una manera completamente imperceptible para cualquiera que no sea yo. No tiene consecuencias, solo me afecta a mí, y es una chorrada mayúscula. Pero no consigo superarlo.

Y, como no voy a pagar un psicólogo para esto, lo cuento aquí.

La cuestión es que cuando subo a un ascensor sin ser muy consciente de lo que estoy haciendo ya sea porque tengo en la cabeza problemas, o en la mano el teléfono, pulso el botón del piso en el que estoy en lugar del que voy. Esos dos o tres segundos de desconcierto con el ascensor quieto, mientras sospecho que quizá esté estropeado, no son tan duros como los cuatro o cinco siguientes, en los que aprieto el botón correcto, negando con la cabeza y me cuestiono si hay cosas que nunca cambiarán.

Eso en el mejor de los casos. Porque hay ocasiones en las que intentando enmendar el error con rapidez (?) me confundo de nuevo y aprieto otro piso.

En esas ocasiones, no me lleva al destino, pero me muevo y me acerca. Algo es. 

Kavafis tenía razón: hasta el botón en un ascensor puede acercarte a Ítaca.

4 sept 2025

CON LOS FOCOS APAGADOS II

El otro día fui al cine solo, no es algo que haga de forma continua pero sí de vez en cuando. Hay ahí un placer íntimo, pequeño y pleno que me gusta experimentar en pequeñas dosis.

Quizá no hay placeres más plenos que los pequeños, y tan importante como vivirlos es saber dosificárselos para no acabar quedándote solo con ellos y rechazando todo lo demás. Es clave no abusar de ellos, ya que es la mejor forma de dejar de sentirlos: como esa canción que te gusta tanto, que de escucharla en bucle acaba dejando de darte aquello que te daba.


Y ya no vuelve.


Así que tocaba volver a disfrutar de una pequeña dosis de felicidad casi clandestina, cuando nos encontramos en la puerta del cine, ella esperando a sus amigos, yo podía haber dicho que esperaba a los míos, pero desde el principio supuse que íbamos a ver la misma película, así que, escondiendo la vergüenza que apareció sin ser invitada, expliqué que iba solo. Usé agosto como excusa, para decir que mis amigos estaban todos fuera. Una casi verdad que me sirvió de apoyo.


No sé por qué sigo teniendo que justificarme a veces. Sospecho que la explicación se la cuento a otros pero es a mí a quien trato de tranquilizar.


Aunque habíamos coincidido alguna vez después de lo nuestro, llevábamos años sin vernos. Nuestra historia fue corta, pero eso no evitó la tensión. Aprendí hace tiempo que las cicatrices no se forman por el paso del tiempo, sino por la profundidad de las heridas. Y aunque nunca nos lo hemos reconocido, las nuestras llegaron más allá de lo que alguien desde fuera podría entender.


Si es que estas heridas se pueden entender.


Recuerdo cuando pasar tiempo juntos nos hacía perder la noción del tiempo. Nos volvió a pasar, pero ya no era lo mismo.


Te vi muy segura, más que de costumbre, tranquila y feliz con la vida que llevas. Yo recordaba aquellas noches y días en los que todo era improbable pero posible.


Llegaban tus amigos y me despedí con ganas de ver la película y olvidar el tráiler que acababa de vivir. Al salir, nos despedimos con una sonrisa sincera.


Días después, aquel encuentro seguía en mi cabeza como un mosquito en la habitación cuando se apaga la luz. Así que usé cualquier excusa para escribirte por WhatsApp. Al principio contestó la misma que me había encontrado, una chica amable y feliz, pero pronto quedó claro que había sido un espejismo. Esa amabilidad estaba hueca, no querías confianza. Incluso decías haber olvidado lo que hablamos.


Está bien.


Lo entiendo. Me dijeron que respondías así porque tienes pareja. Puede ser que ahora toca defenderse. En todo caso, esas sendas por las que nos aventuramos ya no existen, ha crecido la maleza. Todo es demasiado frágil.


Me quedo con lo vivido, con la certeza de que fue importante pese a lo breve. Y con la convicción de que nuestro productor no tiene pensado rodar una secuela.


Esta historia no tendrá una segunda parte.


¿O acaso saben los protagonistas, mientras la viven, que es la segunda parte?


En el cine, en ocasiones, la ficción se mezcla con la realidad y acaba por no distinguirse lo que ocurrió con lo que el guionista imaginó.

1 sept 2025

CON LOS FOCOS APAGADOS I

Hace unos días fui al cine. Me gusta más de lo que demuestra mi frecuencia.

La cuestión es que allí estaba, en mi asiento, esperando a que se apagaran las luces y empezara la historia cuando me di cuenta que algunas películas habían empezado hacía tiempo: la de la pareja que aún se tocan nerviosos, la que ya convirtió el cine en rutina, el grupo de amigos jubilados que solo están ahí porque ya no les queda otra película por ver. Muchas historias que se cruzan durante dos horas para separarse y seguir sus propios guiones.

Cerca de mí se sentaron tres amigos más o menos de mi edad, dejando sitio a otros que venían más tarde. Justo cuando las luces empezaban a apagarse, llegaron sus amigas con la relajación y la felicidad de las noches de agosto. Una de ellas era una cara familiar. Sí, era ella: aquella chica que hace unos años fue una ilusión, una pequeña semilla de felicidad. 

Solo se quedó en eso, una ilusión que se desvaneció una noche de otoño con la misma naturalidad con la que caen las hojas de los árboles.

Al verla, mi primer impulso fue hundirme un poco en mi butaca y no apartar la mirada de la pantalla como si se estuviera proyectando el gol de Carlos en Burgos.


Me sirvió la publicidad, (esa que tanto detesto en la sala), para recordar aquellos meses: la primera cita, esa pequeña conexión de la que nunca hablamos, pero sentimos; las cenas, el teatro; y aquella noche sentados en tu coche me dijiste que lo nuestro no iba a tener más recorrido. Frenaste cuando parecía que empezábamos a coger velocidad.

No te había vuelto a ver desde aquella noche.

En ese momento, con los focos apagados me di cuenta que no solo era verdad lo que decían de ti: que tenías miedo al compromiso, que ya te habían hecho daño y que hay unas barreras que no ibas a bajar.

También fue verdad que no estuve a la altura. No porque cometiera errores, hice muchas cosas bien, pero tú no eres de las que se conforma con un empate fuera de casa. Lo importante no era no equivocarse, sino salir al ataque y demostrar que el riesgo merece la pena.

Por suerte empezó la película.

En la última escena, después de que la protagonista hubiera completado su trabajo, intenta coger un tren buscando continuar con su vida, siguiendo con su misión. Otro personaje la detiene. Ella insiste: "Déjame seguir, no es suficiente". Y él contesta: "¿No es suficiente o es que tienes miedo de parar?"

Se encendieron las luces con la frase resonando en mi cabeza. Di un pequeño rodeo para salir de allí. Hay veces que el valor es enfrentarse al vacío. 

Creo que no me viste. 

Después de todo, quizá no haber estado a la altura fue una suerte: tal vez tú eres ahora más feliz porque encontraste un lugar en el que quedarte; yo encontré un camino por el que transitar.

Quizá, la parte más importante de las historias ocurra con los focos apagados, en un lugar en el que el público no sabe que existe.

¿O tal vez no fue esto lo que pasó?