16 sept 2025

ÍTACA EN EL ASCENSOR

A veces te das cuenta que no estás donde quieres estar, ni donde te gustaría estar, ni siquiera donde te dicen que merecías estar. Puede incluso que hasta te llegues a creer (con razón o sin ella) que mereces estar en otro sitio. Y, quizás, si las cosas hubieran sido diferentes, con un poco más de suerte o de pericia, ahí estarías.

Pero igual lo importante no sea donde estás, sino si estás en el camino y en la dirección correcta. Y seguir. Seguir cuando las fuerzas lo permiten. Descansar cuando no. Querer rendirte algunos días y aún así no retroceder: para que los días en los que las fuerzas reaparecen, avanzar aún más.

Llega un momento en que hasta empiezas a disfrutar del camino y aparece lo inesperado. Dando al destino más riqueza, más valor y menos importancia.

Cuidado, que cuando abres la puerta a esta mentalidad, sin previo aviso, surgen nuevos destinos, la posibilidad de vivir otras vidas que no preveías.

Sé que no estoy diciendo nada que no explicara Kavafis en su maravilloso poema Ítaca, que ha sido una de mis referencias vitales desde hace ya más de veinte años.

Estaba tentado a contar que escribo esto porque, después de un 2025 complicado, necesito recordármelo: no te rindas. Aunque muchos días sean cuesta arriba, salir a la vida con buena cara ha tenido un valor que conviene no subestimar. Lo que ayer fue una curva que casi hace abandonar, mañana será un motor que servirá de impulso.

O también podría contar que tras una temporada de problemas y lesiones, cada semana me noto un poco mejor entrenando y, aunque me veo justo para llegar al objetivo, la meta merece el esfuerzo.

Pero no es toda la realidad.

Cuento esto porque tengo un problema secreto y pequeño que lleva años incomodando mi vida de una manera completamente imperceptible para cualquiera que no sea yo. No tiene consecuencias, solo me afecta a mí, y es una chorrada mayúscula. Pero no consigo superarlo.

Y, como no voy a pagar un psicólogo para esto, lo cuento aquí.

La cuestión es que cuando subo a un ascensor sin ser muy consciente de lo que estoy haciendo ya sea porque tengo en la cabeza problemas, o en la mano el teléfono, pulso el botón del piso en el que estoy en lugar del que voy. Esos dos o tres segundos de desconcierto con el ascensor quieto, mientras sospecho que quizá esté estropeado, no son tan duros como los cuatro o cinco siguientes, en los que aprieto el botón correcto, negando con la cabeza y me cuestiono si hay cosas que nunca cambiarán.

Eso en el mejor de los casos. Porque hay ocasiones en las que intentando enmendar el error con rapidez (?) me confundo de nuevo y aprieto otro piso.

En esas ocasiones, no me lleva al destino, pero me muevo y me acerca. Algo es. 

Kavafis tenía razón: hasta el botón en un ascensor puede acercarte a Ítaca.

No hay comentarios: