28 oct 2025

TENDRÍAS QUE SABER LO QUE QUIERES

Estaba siendo un año extraño, todo lo que sucedía era normal, rutinario y previsible.

Tanto tiempo rogando por un poco de calma que, cuando por fin llegó, fue demasiada. Tanta, que ya no estaba tan seguro de que en realidad era eso lo que quería. Como cuando tras una semana de lluvia estás deseando el sol, y el calor que acude es tan intenso que te parece que el agua no moja tanto.

Había decidido que no hablar de estas cosas con nadie: ni con sus amigos, ni con su familia, ni con su pareja. Quería esquivar la frase, esa maldita frase que se lanza en menos de dos segundos pero deja una huella de varios días: “Tendrías que saber lo que quieres”.

Nunca supo lo que quería, ¿o sí? Pues claro que lo sabía, todo el mundo lo sabe.

O eso cree, él siempre lo tuvo claro. Pero eso no siempre ayuda a que las cosas se den.

Quizá lo que más necesitaba en ese momento era un imposible. Una frase que juntara dos ideas incompatibles: una lluvia que seque, un sol que moje. Palabras sinceras en las que alguien le dijera que estuviese tranquilo, que al final las cosas acabarían saliendo bien. 

Pero no era posible, porque cualquiera que pronunciara una verdad le diría que no tiene ni idea de cómo van a ir las cosas. Que el esfuerzo es imprescindible, pero el éxito es incierto. 

Que la superficie brilla, está llena de historias de éxito que se cuentan y se celebran; pero las historias de aquellos que lo intentaron y se quedaron por el camino suelen estar enterradas. 

Pero son. 

Y, en el fondo, nadie sabe qué es mejor. Porque a veces se gana perdiendo. Y esas veces, son imprevisibles.

Así que no se engañó: tocaba aceptar que la solución pasaba por aprender a vivir en la incertidumbre y, si algún día éxito y fortuna venían de visita, haría lo posible por que estuvieran a gusto y quisieran quedarse a vivir con él.

Pero se quedaran o no, disfrutar el momento es obligatorio. Se prometió no hacer como tantos otros que vio como el éxito lo vivieron como algo ordinario. Es posible que para ellos lo fuera. 

Y le hace creer que ellos lo tuvieron más fácil, aunque no puede evitar que esa idea le haga sentirse culpable. No es justo pensar que solo fue suerte: quizá supieron manejarse mejor en momentos muy concretos o, supieron estar en el lugar y el instante adecuado. Virtud poco valorada y que -anota mentalmente- debería cultivar.

Cuando por fin se atrevió a contarlo, sintió un gran alivio. Descubrió que no estaba solo, que muy cerca había otros con la misma sensación. 

Y entonces, sin avisar, la normalidad regresó con sus momentos raros y hermosos.

20 oct 2025

GRAVEDAD DE LA TEORÍA

A veces recuerdo cuando era niño y pensaba que la vida tenía lógica y orden: levantarse por la mañana, desayunar, ir al cole, pasar lo más desapercibido posible en clase, jugar al fútbol en el recreo, llegar a casa, hacer los deberes, dormir y volver a empezar.

El camino estaba marcado. El problema es que nadie me avisó de que había tramos cuesta arriba, así que me desvié buscando un atajo que me permitiera llegar arriba sin subir mucho, y claro, me perdí. La vida habría sido más fácil si hubiese sabido dar algunos pasos a tiempo.

Pero no pude. 

Y en esas vías secundarias me encontré con un montón de carteles que ofrecían salidas falsas: prometían un destino, pero aparecías en otro distinto. Aprendí el noble arte de la excusa, que siempre es un terreno resbaladizo. Y fallé, mentí, traicioné y perdí. 

También gané, pero esas veces no hay que justificar nada.

Unas veces se gana, otras se pierde y, en el fondo, no cambia nada. El mundo sigue girando a la misma velocidad sin detenerse a explicarnos su sentido en caso de que lo hubiera.

Eso sí, yo solía tener una teoría para todo. Tuve una novia a la que le parecía muy divertido; cada vez que estábamos hablando de un tema controvertido encontraba el momento de decirme "seguro que tienes una teoría sobre esto". Y no solía fallar. 

Luego, para nuestra ruptura, también tuve varias teorías. Pero entonces ya no le interesaban ni le divertían tanto. Prefería sus excusas, que también fueron unas cuantas.

Descubrir que el mundo estaba lleno de excusas y justificaciones fue un consuelo (¿de tontos? de todos). Queremos encontrar la explicación, entender cuáles son nuestros errores, por qué y para qué caemos en ellos. Quizá porque aspiramos a tener el control de los hechos cuando muchas veces, simplemente los errores nos cometen a nosotros y nos cuesta aceptar que juntar la situación, la persona y el momento adecuado es una quimera que no suele darse. 

Al menos controlemos el relato.

Supongo que no tendríamos tantas excusas ni tantas teorías si dejáramos de tomarnos tan en serio a nosotros mismos. Si no las cargáramos con un peso que no será tan real, como si cada pensamiento tuviera que permanecer para siempre. No hay nada más sano que darse cuenta que aquello que pensabas era solo porque eres un poco más estúpido de lo que habías calculado y tener que cambiar.

Pero claro, qué miedo da asomarse al abismo de la incertidumbre.

Por eso, tengo guardada la maravillosa lista de excusas cuando pillan a un deportista dopado: un solomillo en mal estado, medicinas para alargar el pene o un complot de la CIA, entre otras.

Están al nivel de aquel entrenador que intento olvidar que lamentaba que el problema era que "habían empezado la temporada muy bien" y eso les había perjudicado.

Entre mis favoritas está la de aquella chica que después de querer retomar una relación y no llegar a un entendimiento, me contaron que la semana siguiente ya estaba con alguien. Ningún problema, pero fue curioso que la siguiente vez que volvimos a hablar, la conversación se inició con un "no me acuerdo lo que hablamos la última vez". 

Pudo más la admiración por el giro de guion con la amnesia como recurso que la sensación de decepción.

Al final, creo que todo va de justificar lo que hicimos o dejamos de hacer. De encontrar una versión de nosotros mismos que no duela demasiado. Las teorías, las opiniones, las excusas estratégicas, en el fondo sirven para mantenernos en pie un día más. Porque la otra opción, la de aceptar nuestras miserias y convivir con ellas y sus heridas, parece mucho más difícil.

Y, en el fondo, lo que buscamos es muy sencillo: que alguien nos quiera y nos acepte. Porque a veces es tan difícil soportarse a uno mismo, que solo buscas que lo hagan los demás.


7 oct 2025

EL LENGUAJE DEL FRACASO

Es muy habitual (y, como las cosas más divertidas de la vida, casi siempre lo son después de haber dolido) que, cuando estás en la grada viendo un partido y a un jugador de tu equipo le llega un balón en la frontal con algo de espacio, la gente grite: "¡¡Chuta, chuta!!". Hay veces que el futbolista se anima, le pega (mal) y se oye un generalizado "noooo". Incluso alguno de los que medio segundo antes pedía el disparo, se le escapa un "¿¿¿pero qué haces???"

No estoy diciendo que yo sea esa persona. Pero tampoco que no lo sea. Dejémoslo ahí.

Lo que sí me queda claro es que en el fútbol (y en la vida) siempre te vas a encontrar a quien tiene todas las respuestas y, sin problema ni rubor, va cambiándolas en función de las circunstancias. Nunca se equivoca. Capacidad de adaptación, lo llamará en una entrevista de trabajo.

A esas personas: un abrazo y gracias.

Cuando era pequeño quería ser mayor, como tantos que ahora lamentamos el error y bien a gusto volveríamos atrás. Pero yo no quería ser mayor, yo lo que quería era llegar a la edad en la que empezaría a entender algo. Allí donde se encuentran las respuestas. Sin embargo, lo único que he conseguido de momento es ir acumulando preguntas. 

Tanto es así que estoy en un momento en que las respuestas han dejado de interesarme, me aburren. Ya solo me interesan las preguntas. Encontrar las adecuadas, las que impulsan, desechar y corregir las incorrectas y seguir. Es la única manera que conozco de avanzar; transitar caminos que me lleven a otros caminos donde habrá más preguntas y, si alguna vez llego a una respuesta, la vida se las arregla para cambiar la pregunta y, ¿vuelta a empezar?

Pero yo creo que aunque parezca que sí, no vuelves a empezar. 

Porque aunque pases otra vez por la línea de salida, las piernas y el corazón ya llevan kilómetros que pesan como una mochila pero también te han dado fuerza y tienes más experiencia, más capacidad, para la siguiente vuelta, ya sea la segunda o la quinta.

A veces recuerdo goles como el de Goikoetxea a Alemania en USA 94, un centro al área que le sale tan mal que acaba en gol. Por eso me gusta la pregunta que suele hacer Javier Aznar en su podcast, ¿Qué fracaso acabó convirtiéndose en algo bueno? Supongo que todos tenemos, como mínimo, uno así. Yo tengo claro cuál es el mío, cuándo fue ese punto de inflexión en el que mi vida se cayó y, gracias a Dios, se abrieron caminos oscuros y tormentosos que poco a poco se fueron convirtiendo en bonitos paisajes.

Hace poco recorrí aquellos caminos y descubrí que no eran como recordaba, quizá no eran paisajes idílicos, pero la tormenta estaba en la mirada y no en el paisaje. 

Y es que el fracaso enseña, aunque con su propio lenguaje que a mí me llevó unos cuantos años entender. En el que, por torpeza, sigo profundizando.

Así que no tengo más remedio que aceptar que la clave no está tanto en las respuestas como en las preguntas, que ya hasta he perdido el miedo a equivocarme. Entendí que las preguntas erróneas son los cimientos sobre los que he construido otras mejores. Incluso alguna buena.

Mi compañera de vida más fiel es y será la incertidumbre. O al menos, eso creo.

4 oct 2025

CUANDO LAS DUDAS LLEGAN

Hace muchos años, alguien me dijo que los diplomas, los premios, las medallas y los reconocimientos hay que aceptarlos todos y guardarlos en un cajón. La vida es larga y esos momentos hay que aprender disfrutarlos, por pequeños que parezcan. 

Porque también llegan las épocas malas, difíciles. Quizá empieces a dudar de ti, a creer que no vales y que no lo vas a lograr. Cuando todo parece demasiado.

Entonces, abres ese cajón, los miras y recuerdas que un día pudiste. Y comprendes que esta vez, por muy negra que sea la tormenta, el sol volverá a brillar. 

¿Y por qué no volverlo a conseguir? Te debes intentarlo.