Estaba siendo un año extraño, todo lo que sucedía era normal, rutinario y previsible.
Tanto tiempo rogando por un poco de calma que, cuando por fin llegó, fue demasiada. Tanta, que ya no estaba tan seguro de que en realidad era eso lo que quería. Como cuando tras una semana de lluvia estás deseando el sol, y el calor que acude es tan intenso que te parece que el agua no moja tanto.
Había decidido que no hablar de estas cosas con nadie: ni con sus amigos, ni con su familia, ni con su pareja. Quería esquivar la frase, esa maldita frase que se lanza en menos de dos segundos pero deja una huella de varios días: “Tendrías que saber lo que quieres”.
Nunca supo lo que quería, ¿o sí? Pues claro que lo sabía, todo el mundo lo sabe.
O eso cree, él siempre lo tuvo claro. Pero eso no siempre ayuda a que las cosas se den.
Quizá lo que más necesitaba en ese momento era un imposible. Una frase que juntara dos ideas incompatibles: una lluvia que seque, un sol que moje. Palabras sinceras en las que alguien le dijera que estuviese tranquilo, que al final las cosas acabarían saliendo bien.
Pero no era posible, porque cualquiera que pronunciara una verdad le diría que no tiene ni idea de cómo van a ir las cosas. Que el esfuerzo es imprescindible, pero el éxito es incierto.
Que la superficie brilla, está llena de historias de éxito que se cuentan y se celebran; pero las historias de aquellos que lo intentaron y se quedaron por el camino suelen estar enterradas.
Pero son.
Y, en el fondo, nadie sabe qué es mejor. Porque a veces se gana perdiendo. Y esas veces, son imprevisibles.
Así que no se engañó: tocaba aceptar que la solución pasaba por aprender a vivir en la incertidumbre y, si algún día éxito y fortuna venían de visita, haría lo posible por que estuvieran a gusto y quisieran quedarse a vivir con él.
Pero se quedaran o no, disfrutar el momento es obligatorio. Se prometió no hacer como tantos otros que vio como el éxito lo vivieron como algo ordinario. Es posible que para ellos lo fuera.
Y le hace creer que ellos lo tuvieron más fácil, aunque no puede evitar que esa idea le haga sentirse culpable. No es justo pensar que solo fue suerte: quizá supieron manejarse mejor en momentos muy concretos o, supieron estar en el lugar y el instante adecuado. Virtud poco valorada y que -anota mentalmente- debería cultivar.
Cuando por fin se atrevió a contarlo, sintió un gran alivio. Descubrió que no estaba solo, que muy cerca había otros con la misma sensación.
Y entonces, sin avisar, la normalidad regresó con sus momentos raros y hermosos.

1 comentario:
...porque, a veces se gana perdiendo. Me encanta aunque sean veces imprevisibles, da igual.
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