A veces recuerdo cuando era niño y pensaba que la vida tenía lógica y orden: levantarse por la mañana, desayunar, ir al cole, pasar lo más desapercibido posible en clase, jugar al fútbol en el recreo, llegar a casa, hacer los deberes, dormir y volver a empezar.
El camino estaba marcado. El problema es que nadie me avisó de que había tramos cuesta arriba, así que me desvié buscando un atajo que me permitiera llegar arriba sin subir mucho, y claro, me perdí. La vida habría sido más fácil si hubiese sabido dar algunos pasos a tiempo.
Pero no pude.
Y en esas vías secundarias me encontré con un montón de carteles que ofrecían salidas falsas: prometían un destino, pero aparecías en otro distinto. Aprendí el noble arte de la excusa, que siempre es un terreno resbaladizo. Y fallé, mentí, traicioné y perdí.
También gané, pero esas veces no hay que justificar nada.
Unas veces se gana, otras se pierde y, en el fondo, no cambia nada. El mundo sigue girando a la misma velocidad sin detenerse a explicarnos su sentido en caso de que lo hubiera.
Eso sí, yo solía tener una teoría para todo. Tuve una novia a la que le parecía muy divertido; cada vez que estábamos hablando de un tema controvertido encontraba el momento de decirme "seguro que tienes una teoría sobre esto". Y no solía fallar.
Luego, para nuestra ruptura, también tuve varias teorías. Pero entonces ya no le interesaban ni le divertían tanto. Prefería sus excusas, que también fueron unas cuantas.
Descubrir que el mundo estaba lleno de excusas y justificaciones fue un consuelo (¿de tontos? de todos). Queremos encontrar la explicación, entender cuáles son nuestros errores, por qué y para qué caemos en ellos. Quizá porque aspiramos a tener el control de los hechos cuando muchas veces, simplemente los errores nos cometen a nosotros y nos cuesta aceptar que juntar la situación, la persona y el momento adecuado es una quimera que no suele darse.
Al menos controlemos el relato.
Supongo que no tendríamos tantas excusas ni tantas teorías si dejáramos de tomarnos tan en serio a nosotros mismos. Si no las cargáramos con un peso que no será tan real, como si cada pensamiento tuviera que permanecer para siempre. No hay nada más sano que darse cuenta que aquello que pensabas era solo porque eres un poco más estúpido de lo que habías calculado y tener que cambiar.
Pero claro, qué miedo da asomarse al abismo de la incertidumbre.
Por eso, tengo guardada la maravillosa lista de excusas cuando pillan a un deportista dopado: un solomillo en mal estado, medicinas para alargar el pene o un complot de la CIA, entre otras.
Están al nivel de aquel entrenador que intento olvidar que lamentaba que el problema era que "habían empezado la temporada muy bien" y eso les había perjudicado.
Entre mis favoritas está la de aquella chica que después de querer retomar una relación y no llegar a un entendimiento, me contaron que la semana siguiente ya estaba con alguien. Ningún problema, pero fue curioso que la siguiente vez que volvimos a hablar, la conversación se inició con un "no me acuerdo lo que hablamos la última vez".
Pudo más la admiración por el giro de guion con la amnesia como recurso que la sensación de decepción.
Al final, creo que todo va de justificar lo que hicimos o dejamos de hacer. De encontrar una versión de nosotros mismos que no duela demasiado. Las teorías, las opiniones, las excusas estratégicas, en el fondo sirven para mantenernos en pie un día más. Porque la otra opción, la de aceptar nuestras miserias y convivir con ellas y sus heridas, parece mucho más difícil.
Y, en el fondo, lo que buscamos es muy sencillo: que alguien nos quiera y nos acepte. Porque a veces es tan difícil soportarse a uno mismo, que solo buscas que lo hagan los demás.

1 comentario:
“Los errores nos cometen a nosotros” sublime. Ahora ya tengo una excusa para los míos propios
Publicar un comentario