13 nov 2025

FUEGOS ARTIFICIALES

Hace unos años escuchaba la historia de un futbolista que llegó a la élite por un camino raro. Ascendió a segunda división con un equipo humilde. Al iniciarse la siguiente temporada empezó siendo suplente; no jugaba casi nunca, y eso que, según palabras de su propio entrenador su nivel era parecido al del compañero que competía por su puesto. Pero el titular era el otro.

Cuatro meses casi sin jugar en un equipo que sufría en la categoría.

   En enero, en otro equipo se lesiona de gravedad un jugador de su posición con el mercado a punto de cerrar. Están desesperados por encontrar un sustituto y, tal y como estaba la situación, se decantaron por él sin pensarlo demasiado, no había muchas más alternativas disponibles. La temporada avanza y, el equipo al que fue, acaba subiendo a Primera División. El que dejó, bajó a tercera. Cuatro meses casi sin jugar que lo acabaron llevando a la élite. Y el que jugaba delante de él, acabó en Tercera.

   La vida elige caminos abruptos.

   Me sentí muy identificado porque aunque nunca fui élite en nada, mis pequeños éxitos, mis pocas victorias de las que puedo llegar a estar muy satisfecho, si les pongo la lupa están construidas con errores, frustraciones y malos ratos. Aunque todas ellas tienen, como denominador común, que había que seguir.  Unas veces sin ganas, otras con el corazón encogido y casi más por inercia que por voluntad.

   Quizá debería avergonzarme, porque ha habido veces que avanzaba por los motivos más oscuros. He usado el odio como motor de arranque, siendo consciente de que es una fuerza que desgasta mucho y se apaga pronto. Otras veces ha sido la pereza lo que me ayudaba a avanzar, porque era menor el esfuerzo de seguir que el de tener que echar el freno. Y volver atrás cansa más que seguir.

  Y llega un día en que todo empieza a ponerse en orden, en que el camino se vuelve amable y las piernas las sientes ligeras. Es, de alguna manera, injusto que todo cuadre tan bien porque sí. Y los puntos que parecían tirados al azar, empiezan a tomar una forma que no esperabas. Todo aquello que tanto dolió, sirve para centrar la atención y no perder fuerzas ni tiempo en aquello que no importa.

   Bueno, un poco sí, pero no demasiadas.

  Y todo cobra sentido. Ese nudo que sentí durante tanto tiempo, explota dentro de mí como una carcasa y se convierte en una palmera de fuegos artificiales que ilumina la noche. Ese fuego interno sale a la superficie y ya no se puede esconder.

   Sé que no estoy en la meta, pero también sé que este camino importa. No es habitual que la ambición dentro de mí supere con tanto la satisfacción del presente. Esto no acaba aquí, solo ha empezado. Pero esa ambición por mañana no eclipsa la alegría de hoy. 

   Era verdad aquello que tantas veces me dijeron, no daba igual el camino, ojalá haber sido mejor, pero esta sensación, este saber que es hoy y aquí… guau.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Perseverancia...y optimismo .