Habían pasado apenas unos minutos desde que crucé la meta. Estaba rodeado de finishers, con una felicidad profunda sólida y genuina que se plasmaba en una sonrisa atávica con la que llegué a la zona de las medallas. Una voluntaria me colgó la mía al cuello y, en ese momento, noté cómo me caía todo el peso de este año. Ni pude ni quise contener el llanto. Las lágrimas se me caían, allí solo y rodeado de gente. Lo había conseguido.
Lo hemos vuelto a hacer por primera vez.
Dice Drexler que “antes de mí tú no eras tú, antes de ti yo no era yo” y este Maratón Paradise 2025 tiene mucho de eso. Son ya ocho maratones. Supongo que seguiría siendo feliz y seguiría siendo yo sin maratones, como lo seguiré siendo cuando llegue el día en que ya no participe en estas carreras, (si es que ese día llega), que no lo sé. Pero también tengo claro que sin ellas sería un poco menos feliz y un poco menos del que soy hoy.
Cada maraton ha sido un proceso, una historia que ha acabado con una marca: esos ocho números que dicen cuánto has tardado en recorrer la distancia de Filípides. Lo que esas cifras no cuentan es todo lo que hay detrás. Que es mucho. No solo cientos de kilómetros: también dudas, sueños y todas esas cosas que no salen en Strava ni Garmin almacena.
Claro que corro por una marca, por saber hasta dónde puedo llegar, por no dejar esa parte infantil que soñaba con ser deportista olímpico y, sobretodo, por no dejar nunca de jugar y pasarlo bien. Pero supongo que madurar es valorar otras cosas y ya no corro solo por eso, ahora, también valoro otras cosas. Quién me lo iba a decir.
Hace tiempo que cuento a todo el que se presta a escucharme hablar de esta obsesión, que yo me inscribo a maratones persiguiendo aquellas sensaciones que viví en el km14 del año 2021, o las del km28 del 2023, donde me pellizqué en carrera para asegurarme que no era un sueño. Eso no se puede contar: se siente, pasa por la piel y se queda tatuado en algún lugar de la memoria.
Y nadie garantiza que vuelva a ocurrir.
Pero vuelvo a 2025.
Medio año remando a contracorriente, lleno de dudas y encajando golpes, pero sin abandonar. Con el verano llegó el cambio: sin pedir permiso, sin avisar, el viento se puso de cola y las cosas empezaron a ordenarse; la tormenta paró y el sol amenazaba con dejarse ver. Y el 19 de octubre la luz llegó, aunque las nubes tardarían un tiempo en irse.
Cuando las dudas persisten solo queda sumar, aunque nadie garantice que vaya a dar, seguían los madrugones y una cabezonería simple: seguir, seguir y seguir.
Las últimas tres semanas ya sabía que el sueño de volver a ser sub3 este año se había escapado. Así que la carrera se planteaba como un reto diferente. Y tenía mis dudas sobre si iba a ser capaz de disfrutar y sufrir sabiendo que el caramelo de la PB no me iba a estar esperando en meta.
Y vaya si lo conseguimos.
Ese 3:03 tiene un valor inmenso. La ilusión con la que viví el apoyo durante toda la carrera, el ambiente que se vivió, la emoción que impulsaba mis piernas tanto como el carbono o las proteínas, no se olvida.
No puedo agradecer a todos los que me animaron durante el recorrido y a quienes entrasteis conmigo en meta. El atletismo enseña que eres tú el que llega a meta, pero no lo haces solo: son muchos los que cruzan esa línea contigo.
Un año más, maraton me ha enseñado quién soy, dónde estaba, dónde estoy y dónde puedo llegar. Y también quiénes están.
Es también, la primera vez que estaba en la línea de salida habiendo ganado ya la carrera. En ese sentido tenía una gran ventaja con respecto a los otros 35.999 participantes y, puedo asegurar, sin miedo a equivocarme, que la entrada a la alfombra azul en esos últimos 600 metros fue también, la mejor de todos los finishers, incluso aunque hubiera perdido el dorsal.
La vida sigue, pero este 7/12/2025 no me lo va a quitar ya nadie nunca. Esta sensación de haber vivido algo único, de haber llegado hasta aquí con todo lo que ha supuesto este año, ya forma parte de mí, de lo que soy. Vendrán nuevos retos, cruzaré nuevas metas y me enfrentaré a nuevas dudas, pero ya sé que al final del camino se convierte un peso ligero.







