10 dic 2025

CRÓNICA: VALENCIA MARATHON PARADISE (I)

Habían pasado apenas unos minutos desde que crucé la meta. Estaba rodeado de finishers, con una felicidad profunda sólida y genuina que se plasmaba en una sonrisa atávica con la que llegué a la zona de las medallas. Una voluntaria me colgó la mía al cuello y, en ese momento, noté cómo me caía todo el peso de este año. Ni pude ni quise contener el llanto. Las lágrimas se me caían, allí solo y rodeado de gente. Lo había conseguido.

Lo hemos vuelto a hacer por primera vez.

Dice Drexler que “antes de mí tú no eras tú, antes de ti yo no era yo” y este Maratón Paradise 2025 tiene mucho de eso. Son ya ocho maratones. Supongo que seguiría siendo feliz y seguiría siendo yo sin maratones, como lo seguiré siendo cuando llegue el día en que ya no participe en estas carreras, (si es que ese día llega), que no lo sé. Pero también tengo claro que sin ellas sería un poco menos feliz y un poco menos del que soy hoy.

Cada maraton ha sido un proceso, una historia que ha acabado con una marca: esos ocho números que dicen cuánto has tardado en recorrer la distancia de Filípides. Lo que esas cifras no cuentan es todo lo que hay detrás. Que es mucho. No solo cientos de kilómetros: también dudas, sueños y todas esas cosas que no salen en Strava ni Garmin almacena.

Claro que corro por una marca, por saber hasta dónde puedo llegar, por no dejar esa parte infantil que soñaba con ser deportista olímpico y, sobretodo, por no dejar nunca de jugar y pasarlo bien. Pero supongo que madurar es valorar otras cosas y ya no corro solo por eso, ahora, también valoro otras cosas. Quién me lo iba a decir.

Hace tiempo que cuento a todo el que se presta a escucharme hablar de esta obsesión, que yo me inscribo a maratones persiguiendo aquellas sensaciones que viví en el km14 del año 2021, o las del km28 del 2023, donde me pellizqué en carrera para asegurarme que no era un sueño. Eso no se puede contar: se siente, pasa por la piel y se queda tatuado en algún lugar de la memoria.

Y nadie garantiza que vuelva a ocurrir.

Pero vuelvo a 2025. 

Medio año remando a contracorriente, lleno de dudas y encajando golpes, pero sin abandonar. Con el verano llegó el cambio: sin pedir permiso, sin avisar, el viento se puso de cola y las cosas empezaron a ordenarse; la tormenta paró y el sol amenazaba con dejarse ver. Y el 19 de octubre la luz llegó, aunque las nubes tardarían un tiempo en irse.

Cuando las dudas persisten solo queda sumar, aunque nadie garantice que vaya a dar, seguían los madrugones y una cabezonería simple: seguir, seguir y seguir.

Las últimas tres semanas ya sabía que el sueño de volver a ser sub3 este año se había escapado. Así que la carrera se planteaba como un reto diferente. Y tenía mis dudas sobre si iba a ser capaz de disfrutar y sufrir sabiendo que el caramelo de la PB no me iba a estar esperando en meta.

Y vaya si lo conseguimos.

Ese 3:03 tiene un valor inmenso. La ilusión con la que viví el apoyo durante toda la carrera, el ambiente que se vivió, la emoción que impulsaba mis piernas tanto como el carbono o las proteínas, no se olvida.

No puedo agradecer a todos los que me animaron durante el recorrido y a quienes entrasteis conmigo en meta. El atletismo enseña que eres tú el que llega a meta, pero no lo haces solo: son muchos los que cruzan esa línea contigo.

Un año más, maraton me ha enseñado quién soy, dónde estaba, dónde estoy y dónde puedo llegar. Y también quiénes están. 

Es también, la primera vez que estaba en la línea de salida habiendo ganado ya la carrera. En ese sentido tenía una gran ventaja con respecto a los otros 35.999 participantes y, puedo asegurar, sin miedo a equivocarme, que la entrada a la alfombra azul en esos últimos 600 metros fue también, la mejor de todos los finishers, incluso aunque hubiera perdido el dorsal.

La vida sigue, pero este 7/12/2025 no me lo va a quitar ya nadie nunca. Esta sensación de haber vivido algo único, de haber llegado hasta aquí con todo lo que ha supuesto este año, ya forma parte de mí, de lo que soy. Vendrán nuevos retos, cruzaré nuevas metas y me enfrentaré a nuevas dudas, pero ya sé que al final del camino se convierte un peso ligero.

25 nov 2025

OTRAS MANERAS DE GANAR

Recuerdo aquella mítica final de la Copa de la UEFA que el Alavés perdió contra el Liverpool con un gol en propia puerta en la prórroga, que además en aquel momento era gol de oro. No tuvieron ni posibilidad de intentar volver a empatar ese partido. Gol y se acabó. Quizá fuese mejor así. 5-4 acabó. Era el año 2001 y, como en mi casa por aquel entonces estaba en minoría absoluta, no vi el partido: lo seguí por la radio.

Todavía impactado por lo que acababa de pasar, escuchaba a los periodistas saltaban al césped intentando conseguir algunas palabras mientras los jugadores del Alavés seguían rotos de dolor, llorando sobre el césped. Uno de ellos intentaba —de forma patética e infructuosa— consolar a un futbolista diciéndole: “No te preocupes, el año que viene ganaréis la copa”. Y el jugador, sin dejar de llorar, con un andar errante hacia ningún sitio, respondió: “No es verdad. Somos el Alavés. No vamos a tener otra oportunidad así”.


Era verdad, no había consuelo posible.



No todos somos el Barça o el Madrid que saben que muy mal se tiene que dar para que cada año no vayas a estar cerca de conseguir un éxito, un título. A los demás, la vida a veces nos coloca en situaciones irrepetibles que por mucho que quieras o pretendas creer, no se van a volver a dar. Y un pequeño desvío, un golpe de mala suerte, lo truncó todo. A veces pasa.


Lo que no te imaginas en ese momento es lo que hace el tiempo con estos instantes. Porque resulta que aquel Alavés es recordado con hoy con admiración y orgullo por los suyos, quizá mas que el equipo que ganó una copa diluida entre tantas otras en sus vitrinas. Sin embargo, todos aquellos que vivieron ese camino con el corazón, aquellos a los que se les rompieron los sueños, recuerdan ese año y ese día con cariño y nostalgia.


La vida cuando eres uno más, cuando no destacas por nada extraordinario y no eres un payaso como Hugo Duro, te da tus propias cicatrices. Esas que no suman, pero que te hacen salir del molde, no formas parte del canon establecido, y esas imperfecciones te regalan personalidad, y genuidad. Es tu propia belleza.


Al final, los éxitos se parecen todos entre sí, pero los fracasos lo son cada uno a su manera. Y no hay nada que hable mas de ti que tus cicatrices, tus silencios y esas heridas por las que respiras. Como dice el cantante: hoy me permito que todas mis dudas definan por fin lo que soy.


A veces pienso que vale más un buen recuerdo, un camino vivido de verdad, que un resultado concreto. Porque el tiempo tiene esa manera extraña de transformar algunos fracasos en bellezas que nunca antes hubieras imaginado.


He descubierto que cuando nada tiene sentido, justo después de perder la esperanza, en ese momento en que el viento esparce tus lágrimas es, precisamente cuando mas sentido cobra todo. Y la forma de secártelas o dejarlas correr es lo que eres. 


Y eso que eres, qué bueno es.

13 nov 2025

FUEGOS ARTIFICIALES

Hace unos años escuchaba la historia de un futbolista que llegó a la élite por un camino raro. Ascendió a segunda división con un equipo humilde. Al iniciarse la siguiente temporada empezó siendo suplente; no jugaba casi nunca, y eso que, según palabras de su propio entrenador su nivel era parecido al del compañero que competía por su puesto. Pero el titular era el otro.

Cuatro meses casi sin jugar en un equipo que sufría en la categoría.

   En enero, en otro equipo se lesiona de gravedad un jugador de su posición con el mercado a punto de cerrar. Están desesperados por encontrar un sustituto y, tal y como estaba la situación, se decantaron por él sin pensarlo demasiado, no había muchas más alternativas disponibles. La temporada avanza y, el equipo al que fue, acaba subiendo a Primera División. El que dejó, bajó a tercera. Cuatro meses casi sin jugar que lo acabaron llevando a la élite. Y el que jugaba delante de él, acabó en Tercera.

   La vida elige caminos abruptos.

   Me sentí muy identificado porque aunque nunca fui élite en nada, mis pequeños éxitos, mis pocas victorias de las que puedo llegar a estar muy satisfecho, si les pongo la lupa están construidas con errores, frustraciones y malos ratos. Aunque todas ellas tienen, como denominador común, que había que seguir.  Unas veces sin ganas, otras con el corazón encogido y casi más por inercia que por voluntad.

   Quizá debería avergonzarme, porque ha habido veces que avanzaba por los motivos más oscuros. He usado el odio como motor de arranque, siendo consciente de que es una fuerza que desgasta mucho y se apaga pronto. Otras veces ha sido la pereza lo que me ayudaba a avanzar, porque era menor el esfuerzo de seguir que el de tener que echar el freno. Y volver atrás cansa más que seguir.

  Y llega un día en que todo empieza a ponerse en orden, en que el camino se vuelve amable y las piernas las sientes ligeras. Es, de alguna manera, injusto que todo cuadre tan bien porque sí. Y los puntos que parecían tirados al azar, empiezan a tomar una forma que no esperabas. Todo aquello que tanto dolió, sirve para centrar la atención y no perder fuerzas ni tiempo en aquello que no importa.

   Bueno, un poco sí, pero no demasiadas.

  Y todo cobra sentido. Ese nudo que sentí durante tanto tiempo, explota dentro de mí como una carcasa y se convierte en una palmera de fuegos artificiales que ilumina la noche. Ese fuego interno sale a la superficie y ya no se puede esconder.

   Sé que no estoy en la meta, pero también sé que este camino importa. No es habitual que la ambición dentro de mí supere con tanto la satisfacción del presente. Esto no acaba aquí, solo ha empezado. Pero esa ambición por mañana no eclipsa la alegría de hoy. 

   Era verdad aquello que tantas veces me dijeron, no daba igual el camino, ojalá haber sido mejor, pero esta sensación, este saber que es hoy y aquí… guau.

5 nov 2025

LA LOTERÍA CADA DÍA

“Llámame cuando puedas” fue el WhatsApp que recibí de mi casero una mañana en mitad dé una intensa jornada laboral. Si algún día escribo una novela de terror, empezará con esta frase. Escalofríos garantizados.

El mayor de todos mis miedos: un mensaje que puede esconder una bomba debajo de la cortesía.

Cuando lo leí, a mi cabeza acudieron más de cien motivos para retrasar esa llamada y, de paso, meterme en la cama con las sábanas por encima de la cabeza un par de horas, o de años. Así que no tardé en llamarle.

Todo fue bien, solo quería que hiciéramos un pequeño trámite burocrático. Cuando conté lo sucedido, alguien me dijo que “me había tocado la lotería”. 

Otra vez, pensé. Y es que últimamente la lotería me toca casi cada día y corro el riesgo de acostumbrarme pensando que es algo normal.


Pero no lo es.

Y claro, nada es perfecto. La parte mala de esta buena racha que me ha regalado octubre, (qué tendrá octubre que lo revuelve todo), es que estoy muy cómodo escribiendo desde el fracaso, buscando abrigo y refugio en las palabras. En cambio, la tranquilidad, la satisfacción y la tranquilidad son materiales extraños con los que construir historias. Los manejo aun peor.

¿Estoy quejándome porque las cosas van saliendo bien? Podría parecerlo e incluso hasta un poco sí. Pero por muy bien que esté todo, a lo que no estoy dispuesto a renunciar es a darle un espacio al lamento. Sabiendo que no cambio esto.

Ojalá tener que acostumbrarme. Podría ser mi próximo “Gran Reto”.

En todo caso, pretendo seguir escribiendo aunque solo sea para recordarme la fragilidad de todo, porque hay tan poco que está bajo mi control que no me queda más remedio que hacer mi parte y rezar.

A veces parece que hasta las virtudes propias conspiran y se vuelven en tu contra; otras veces, hasta mis defectos y fracasos pasados están detrás empujando y colaborando en el camino al futuro.

Los emplazo al km 35 el 7 de diciembre y que sigan empujando. Allí no serán necesarias las palabras, pero sí la fe.

Al final, llego siempre a la misma conclusión: la vida pone la música, yo escribo la letra.

Y a bailar.

28 oct 2025

TENDRÍAS QUE SABER LO QUE QUIERES

Estaba siendo un año extraño, todo lo que sucedía era normal, rutinario y previsible.

Tanto tiempo rogando por un poco de calma que, cuando por fin llegó, fue demasiada. Tanta, que ya no estaba tan seguro de que en realidad era eso lo que quería. Como cuando tras una semana de lluvia estás deseando el sol, y el calor que acude es tan intenso que te parece que el agua no moja tanto.

Había decidido que no hablar de estas cosas con nadie: ni con sus amigos, ni con su familia, ni con su pareja. Quería esquivar la frase, esa maldita frase que se lanza en menos de dos segundos pero deja una huella de varios días: “Tendrías que saber lo que quieres”.

Nunca supo lo que quería, ¿o sí? Pues claro que lo sabía, todo el mundo lo sabe.

O eso cree, él siempre lo tuvo claro. Pero eso no siempre ayuda a que las cosas se den.

Quizá lo que más necesitaba en ese momento era un imposible. Una frase que juntara dos ideas incompatibles: una lluvia que seque, un sol que moje. Palabras sinceras en las que alguien le dijera que estuviese tranquilo, que al final las cosas acabarían saliendo bien. 

Pero no era posible, porque cualquiera que pronunciara una verdad le diría que no tiene ni idea de cómo van a ir las cosas. Que el esfuerzo es imprescindible, pero el éxito es incierto. 

Que la superficie brilla, está llena de historias de éxito que se cuentan y se celebran; pero las historias de aquellos que lo intentaron y se quedaron por el camino suelen estar enterradas. 

Pero son. 

Y, en el fondo, nadie sabe qué es mejor. Porque a veces se gana perdiendo. Y esas veces, son imprevisibles.

Así que no se engañó: tocaba aceptar que la solución pasaba por aprender a vivir en la incertidumbre y, si algún día éxito y fortuna venían de visita, haría lo posible por que estuvieran a gusto y quisieran quedarse a vivir con él.

Pero se quedaran o no, disfrutar el momento es obligatorio. Se prometió no hacer como tantos otros que vio como el éxito lo vivieron como algo ordinario. Es posible que para ellos lo fuera. 

Y le hace creer que ellos lo tuvieron más fácil, aunque no puede evitar que esa idea le haga sentirse culpable. No es justo pensar que solo fue suerte: quizá supieron manejarse mejor en momentos muy concretos o, supieron estar en el lugar y el instante adecuado. Virtud poco valorada y que -anota mentalmente- debería cultivar.

Cuando por fin se atrevió a contarlo, sintió un gran alivio. Descubrió que no estaba solo, que muy cerca había otros con la misma sensación. 

Y entonces, sin avisar, la normalidad regresó con sus momentos raros y hermosos.

20 oct 2025

GRAVEDAD DE LA TEORÍA

A veces recuerdo cuando era niño y pensaba que la vida tenía lógica y orden: levantarse por la mañana, desayunar, ir al cole, pasar lo más desapercibido posible en clase, jugar al fútbol en el recreo, llegar a casa, hacer los deberes, dormir y volver a empezar.

El camino estaba marcado. El problema es que nadie me avisó de que había tramos cuesta arriba, así que me desvié buscando un atajo que me permitiera llegar arriba sin subir mucho, y claro, me perdí. La vida habría sido más fácil si hubiese sabido dar algunos pasos a tiempo.

Pero no pude. 

Y en esas vías secundarias me encontré con un montón de carteles que ofrecían salidas falsas: prometían un destino, pero aparecías en otro distinto. Aprendí el noble arte de la excusa, que siempre es un terreno resbaladizo. Y fallé, mentí, traicioné y perdí. 

También gané, pero esas veces no hay que justificar nada.

Unas veces se gana, otras se pierde y, en el fondo, no cambia nada. El mundo sigue girando a la misma velocidad sin detenerse a explicarnos su sentido en caso de que lo hubiera.

Eso sí, yo solía tener una teoría para todo. Tuve una novia a la que le parecía muy divertido; cada vez que estábamos hablando de un tema controvertido encontraba el momento de decirme "seguro que tienes una teoría sobre esto". Y no solía fallar. 

Luego, para nuestra ruptura, también tuve varias teorías. Pero entonces ya no le interesaban ni le divertían tanto. Prefería sus excusas, que también fueron unas cuantas.

Descubrir que el mundo estaba lleno de excusas y justificaciones fue un consuelo (¿de tontos? de todos). Queremos encontrar la explicación, entender cuáles son nuestros errores, por qué y para qué caemos en ellos. Quizá porque aspiramos a tener el control de los hechos cuando muchas veces, simplemente los errores nos cometen a nosotros y nos cuesta aceptar que juntar la situación, la persona y el momento adecuado es una quimera que no suele darse. 

Al menos controlemos el relato.

Supongo que no tendríamos tantas excusas ni tantas teorías si dejáramos de tomarnos tan en serio a nosotros mismos. Si no las cargáramos con un peso que no será tan real, como si cada pensamiento tuviera que permanecer para siempre. No hay nada más sano que darse cuenta que aquello que pensabas era solo porque eres un poco más estúpido de lo que habías calculado y tener que cambiar.

Pero claro, qué miedo da asomarse al abismo de la incertidumbre.

Por eso, tengo guardada la maravillosa lista de excusas cuando pillan a un deportista dopado: un solomillo en mal estado, medicinas para alargar el pene o un complot de la CIA, entre otras.

Están al nivel de aquel entrenador que intento olvidar que lamentaba que el problema era que "habían empezado la temporada muy bien" y eso les había perjudicado.

Entre mis favoritas está la de aquella chica que después de querer retomar una relación y no llegar a un entendimiento, me contaron que la semana siguiente ya estaba con alguien. Ningún problema, pero fue curioso que la siguiente vez que volvimos a hablar, la conversación se inició con un "no me acuerdo lo que hablamos la última vez". 

Pudo más la admiración por el giro de guion con la amnesia como recurso que la sensación de decepción.

Al final, creo que todo va de justificar lo que hicimos o dejamos de hacer. De encontrar una versión de nosotros mismos que no duela demasiado. Las teorías, las opiniones, las excusas estratégicas, en el fondo sirven para mantenernos en pie un día más. Porque la otra opción, la de aceptar nuestras miserias y convivir con ellas y sus heridas, parece mucho más difícil.

Y, en el fondo, lo que buscamos es muy sencillo: que alguien nos quiera y nos acepte. Porque a veces es tan difícil soportarse a uno mismo, que solo buscas que lo hagan los demás.


7 oct 2025

EL LENGUAJE DEL FRACASO

Es muy habitual (y, como las cosas más divertidas de la vida, casi siempre lo son después de haber dolido) que, cuando estás en la grada viendo un partido y a un jugador de tu equipo le llega un balón en la frontal con algo de espacio, la gente grite: "¡¡Chuta, chuta!!". Hay veces que el futbolista se anima, le pega (mal) y se oye un generalizado "noooo". Incluso alguno de los que medio segundo antes pedía el disparo, se le escapa un "¿¿¿pero qué haces???"

No estoy diciendo que yo sea esa persona. Pero tampoco que no lo sea. Dejémoslo ahí.

Lo que sí me queda claro es que en el fútbol (y en la vida) siempre te vas a encontrar a quien tiene todas las respuestas y, sin problema ni rubor, va cambiándolas en función de las circunstancias. Nunca se equivoca. Capacidad de adaptación, lo llamará en una entrevista de trabajo.

A esas personas: un abrazo y gracias.

Cuando era pequeño quería ser mayor, como tantos que ahora lamentamos el error y bien a gusto volveríamos atrás. Pero yo no quería ser mayor, yo lo que quería era llegar a la edad en la que empezaría a entender algo. Allí donde se encuentran las respuestas. Sin embargo, lo único que he conseguido de momento es ir acumulando preguntas. 

Tanto es así que estoy en un momento en que las respuestas han dejado de interesarme, me aburren. Ya solo me interesan las preguntas. Encontrar las adecuadas, las que impulsan, desechar y corregir las incorrectas y seguir. Es la única manera que conozco de avanzar; transitar caminos que me lleven a otros caminos donde habrá más preguntas y, si alguna vez llego a una respuesta, la vida se las arregla para cambiar la pregunta y, ¿vuelta a empezar?

Pero yo creo que aunque parezca que sí, no vuelves a empezar. 

Porque aunque pases otra vez por la línea de salida, las piernas y el corazón ya llevan kilómetros que pesan como una mochila pero también te han dado fuerza y tienes más experiencia, más capacidad, para la siguiente vuelta, ya sea la segunda o la quinta.

A veces recuerdo goles como el de Goikoetxea a Alemania en USA 94, un centro al área que le sale tan mal que acaba en gol. Por eso me gusta la pregunta que suele hacer Javier Aznar en su podcast, ¿Qué fracaso acabó convirtiéndose en algo bueno? Supongo que todos tenemos, como mínimo, uno así. Yo tengo claro cuál es el mío, cuándo fue ese punto de inflexión en el que mi vida se cayó y, gracias a Dios, se abrieron caminos oscuros y tormentosos que poco a poco se fueron convirtiendo en bonitos paisajes.

Hace poco recorrí aquellos caminos y descubrí que no eran como recordaba, quizá no eran paisajes idílicos, pero la tormenta estaba en la mirada y no en el paisaje. 

Y es que el fracaso enseña, aunque con su propio lenguaje que a mí me llevó unos cuantos años entender. En el que, por torpeza, sigo profundizando.

Así que no tengo más remedio que aceptar que la clave no está tanto en las respuestas como en las preguntas, que ya hasta he perdido el miedo a equivocarme. Entendí que las preguntas erróneas son los cimientos sobre los que he construido otras mejores. Incluso alguna buena.

Mi compañera de vida más fiel es y será la incertidumbre. O al menos, eso creo.