24 jun 2025

AMIGOS Y DESAMIGOS

A veces me acuerdo de la ilusión con la que entraba en Facebook las primeras veces. Casi siempre, al apagar el ordenador, había un amigo menos que me caía bien. La primera lección que me dieron las redes sociales fue que a la mayoría de amigos hay que tenerlos cerca pero no demasiado, como cuando vas en grupo por autopista: manteniendo una distancia de seguridad.

Desde entonces, me da por imaginar otras vidas, y tengo bastante claro que algunos de mis amigos en otras circunstancias, en otras vidas los evitaría. Otros no me soportarían a mi. Pero los hay que en ninguna vida podrían librarse de mí.

Me parece mágico.

Luego ocurre que rara vez las cosas son para siempre, que con algunas amistades pasa lo que con las mudanzas: hay tantas cajas que organizar que algunas se pierden o se rompen cosas. Y no siempre se pierde lo que menos importa; a veces te quedas sin algo valioso y tienes que aprender a vivir sin ello sin haberlo planificado. Vivir es estar mudando constantemente.

Hay dos maneras de perder a un amigo. 

Una es la traición, que es una de las experiencias más dolorosas que existen, porque siempre vienen de alguien al que abriste la puerta. Un Caballo de Troya vital. De un enemigo, de un extraño, uno se defiende: estás alerta, sospechas, te preparas para el golpe. Pero cuando viene de un amigo no hay defensa posible. Tú abriste la puerta, tú le diste las llaves. Y, de repente, un martes cualquiera te levantas tranquilo y descubres que algo está roto. No sabes cómo ni cuándo, pero lo ves. Y tus cimientos tiemblan.

Lo que no sabes en ese momento es que si sigues hacia delante, viene algo mejor. Pero sigues por inercia, porque no sabes no seguir.

Hay otra forma de perder un amigo. Y es cuando no pasa nada. Quizá sí pase algo: pasa el tiempo. Y como una marea, la vida va abriendo una distancia que, un día ya es demasiado grande. Ni varios "likes" en Instagram la salvan.

Esta pérdida es extraña, no hay enfados, ni escenas impactantes dignas de ser contadas. Hay, sin embargo, una sensación de vacío que no puedes ubicar en el tiempo, y una punzada que no puedes aliviar culpando a nadie, te obliga a asumirla y afrontarla. O usar esos likes no para acercarte, sino para engañar un poco al dolor.

Fracasé en mi intento de escribir sobre la pérdida en positivo. Supongo que tantos años escuchando a Ismael Serrano tienen sus consecuencias. La melancolía se coló entre mis dedos. Puede que algunas pérdidas sigan doliendo un poco, pero ese dolor es la cruz en una moneda cuya cara está llena de experiencias que han hecho este viaje algo inolvidable.

Así que como en las mudanzas, la vida también va de ir soltando para dejar espacio a lo nuevo. Al final, lo importante encuentra su forma de quedarse, aunque no siempre encaje en el lugar que pensaste.

12 jun 2025

Y PESE A TODO, EL MUNDO FUNCIONA

Alexander Sørloth es un futbolista que juega en el Atlético de Madrid sobre el que no había ninguna posibilidad de que yo escribiera. Para empezar, porque es muy difícil poner la ø sin copiarla de Google. Pero el mes pasado en un sábado sin pretensiones, llamó la atención porque marcó tres goles en cuatro minutos. Un hat-trick fulgurante, de esos que todos algún día soñamos alguna vez.

Yo no digo que no tenga mérito, ¿eh? Que lo tiene. Pero aquí hemos venido a jugar: por tercer año consecutivo, en el mes de abril, una chica me ha dicho que “la he decepcionado”. Que venga Sørloth, o quien quiera, a mantener esa regularidad. Lo suyo fue una buena rachita. Lo mío es un trabajo de fino estilista.

Lo curioso es que, pese a la brevedad de esas historias, algunas me siguen pesando más que otras que duraron años. Como si el daño tuviera su propio calendario. A veces pienso que hay vínculos que no se miden en tiempo, sino en intensidad. Como el mito ese de Perséfone: apenas pasaba unos meses en el inframundo, pero bastaban para que la tierra entera se marchitara. Pues así. Algunas personas aparecen en tu vida un instante y te dejan inviernos enteros.

Que yo lo cuento aquí con la mejor de mis intenciones, dejando atrás el drama. Pero no siempre es fácil. Soy de los que se esfuerzan, de los que sale a la vida con ganas y, en ocasiones, acaban metiendo la pata. Todos somos el error de alguien y siempre hay alguien que fue nuestro error. 

Y pese a todo, el mundo funciona.

No he conseguido la escala precisa para medir de antemano esos errores. Cuando era más joven, pensaba que la herida la marcaría el tiempo. Que dolería más lo que más durara. Y sin embargo, algunas de esas historias fueron tan breves que apenas ocuparon espacio, pero quedaron marcadas en mi piel durante años. Otras, mucho más largas, apenas me dejaron rasguños inapreciables. Así que puedo  entender cuando Liliam Thuram contaba que todavía tiene pesadillas con Munitis después de haberse enfrentado a Ronaldo, Figo, Messi o Totti entre otros.

Y no me sirven las explicaciones de todos esos profetas del ayer, que corren a hablar de merecimientos, aprendizajes o deudas con la vida. A mí no me expliques lo que ya pasó. A mí, prepárame para las heridas que están por venir.

Así que estoy intentando dejar de entender muchas cosas. He dejado de buscar lógica en lo que duele o esperanza en lo que no llega. No siempre hay un porqué claro, ni una moraleja detrás de cada caída. A veces simplemente hay que levantarse y seguir, aunque duela. Porque abril aún no se ve en el horizonte y, quién sabe, quizá el próximo abril sea en el que por fin las expectativas se den la mano con la realidad.

6 jun 2025

EL GATO YA ESTÁ EN LA PALMERA

Yo no sé si es algo común a todo el mundo, pero sí sé que la mayoría de mis referentes escriben desde el fracaso, las decepciones y el desamparo. Esas emociones que te empujan a buscar refugio cuando ahí fuera solo hace frío y necesitas encontrar en las palabras el calor del consuelo.

Pero sucede que a veces la vida te da alegrías tan grandes que cuesta creerlas. Así que hoy escribo desde la ilusión y la felicidad. Desde ese lugar en el que, pasada la euforia, queda la realidad: una alegría pura y sencilla, como los restos de mar que aparecen al retirarse las olas. Así es el poso que nos ha dejado esta ilusión que parecía que no llegaba. Hoy escribo para atrapar esta sensación y guardarla para siempre. Que no escape.

Todo ha sido tan perfecto que hasta la fecha en la que se cumplió el sueño parece de película: 25/5/25. A veces da la sensación de que el futbol está guionizado. Si alguien hubiese presentado un argumento con lo que ocurrió, se habría descartado por inverosímil. Pero es que a veces pasa.

Eso que les suele pasar a otros, lo vivimos nosotros.

Recuerdo levantar la mirada al marcador varias veces entre los minutos 75 y 80. Íbamos perdiendo 2-1 y mi sensación física era de angustia. Estábamos al borde del abismo. Otra vez parecía que lo teníamos ahí y se nos escapaba. Como si no pudiéramos huir del yunque de la adversidad. El sueño se desvanecía. 

Y entonces aparecieron ellos. Perdón por el tópico, pero fueron dos locos bajitos los que le dieron la vuelta. Primero Brugui, con un salto eterno, se colgó del cielo para bajar una pelota altísima y dejarla dentro de la red. ¿Qué voy a contar de lo que pasó después? Carlos tras ese paseo cerca del área, mandó un mensaje directo a la escuadra del Plantío. 

Esa locura no se puede explicar.

Si te fijas en los resúmenes del partido, de los 3 goles del Levante es el que menos ruido generó: la gente caía rota de emoción en el asiento sin poder gritar. Todavía se me eriza la piel mientras lo recuerdo y lo escribo.

No hubo ni un solo granota que, pasada la euforia, en cuanto el corazón dejó de acaparar toda la sangre, no le viniera a la cabeza aquel maldito penalti de hace dos años en el minuto 129 del partido 46 de la temporada, y sintiera que, por fin, esa herida cicatrizaba. 

Fue maravilloso. 

Ese minuto 97 no hizo que todo valiera la pena. Porque en realidad el sentimiento siempre lo vale. Pero esta vez, al menos, pudimos darle sentido. Desde entonces no puedo dejar de pensar que, sin aquel penalti del Alavés, esto no habría sabido tan bien. Las cosas cuanto más cuestan, más se valoran. Me he preguntado si lo prefiero así o si hubiese sido mejor ascender en 2023 y ahorrarnos este sufrimiento... pero ya no importa. Se ha dado así y ya no nos quita nadie lo vivido.

Lo curioso es que, ahora que ha acabado la temporada con el sueño cumplido, mi cuerpo prefiere el descanso a la celebración. Como si después de haber cruzado la meta, solo queda tumbarse al lado del camino, cerrar los ojos y respirar un poco de paz después de tanta locura.

Me pregunta gente que me quiere si soy consciente de que esta manera de vivirlo no es sana. Claro que lo sé. Este año me he vuelto a prometer que era la última temporada que lo vivía así, pero me conozco lo suficiente como para saber que soy un capullo y que, en abril de 2026 las mariposas volverán a revolotear dentro de mí sin remedio.

Una vez más, el gato ya está en la palmera.

13 may 2025

ESTARSE QUIETO

Mi mejor y más fiable detector de mentiras y mentirosos salta cuando, en mitad de una conversación, alguien me dice: "si quieres que te diga la verdad...". Ante esa afirmación, no puedo evitar pensar: "Como tú veas, pero hasta ahora, por algún mecanismo que no quiero conocer, has deducido que prefería estar escuchando tus mentiras". El mayor problema es que no soy buen jugador de póker, y aunque a veces me lo calle (que no siempre), me esfuerzo por que mi cara no delate la decepción.

Porque vivir en sociedad implica aceptar determinadas renuncias.

Eso no me impide mostrarme amable y comprensivo con las mentiras de los demás. Puro egoísmo. Espero que esa benevolencia se convierta en una característica común con los trampantojos que utilizamos para sostener nuestros días; así, cuando sea yo el que resbale con mis propias miserias también habrá comprensión y empatía. 

Porque pasa. Todo pasa.

No podemos culparnos. Por lo menos no demasiado. El problema no es el bochorno, el problema es, como explicó Pascal hace ya tres siglos, que no sabemos parar. La mayoría de los problemas del ser humano vienen derivados de nuestra incapacidad para estar quietos en una habitación. Conseguir aquello que tanto costó, donde había tantas esperanzas, que tan bonito fue y que iba a ser la felicidad para siempre, pasado un tiempo ya no es suficiente. Quieres dar un paso más y, es justo ahí, donde nos espera nuestra amiga la vida con sus movidas y sus problemas.

Luego, un lunes cualquiera te levantas con la sensación de que ha costado mucho llegar donde estoy y resulta que no estoy en ninguna parte.

Quizá eso no es solo malo. Quizá es en los problemas donde se aprende a vivir.. Igual es en ese cuerpo a cuerpo con la vida justo donde aparece aquello que merece la pena vivir.

No sería la primera vez que salí conformándome con el cobre y volví con las manos vacías. Y resultó que el oro ya lo tenía en casa.

Cada vez estoy más convencido que todo es mucho más simple. Y más prosaico. 

Queremos que nuestra vida parezca una gala con luces de colores y aplausos de fondo, sin asumir que detrás de un gran escaparate hay un almacén frío, feo y desordenado.
 

Pero necesitamos creernos la película. Cuanto más bonita mejor. Porque ver la realidad con sus aristas, su basura y su mal olor no es heroico, ni romántico. Es aburrida. A nadie le motiva.

Necesitamos un buen filtro y un buen perfume. Y la culpa no la tiene Instagram. Instagram simplemente nos dio todo lo que le pedíamos a la vida.

Y claro, todo lo adornamos. Creemos necesitar salir bien en la foto. Si un día te das cuenta que aquel trabajo con el que soñabas no es lo que creías, lo llamas ambición y decides dar un paso más. Si  una media maratón no es suficiente, das el salto a correr una maratón, o pasas a las ultras. Si aquella chica con la que te llevabas tan bien, empieza a parecerte otra persona, lo llamas amor y das un paso más.
 
Un paso más cerca del desastre. 

Así que no queda otra, ya que la vida viene sin filtros y con su parte fea y oscura, seamos nosotros los que pongamos la música y a bailar. 

No sé si el desastre es inevitable, pero como mínimo vamos a disfrutar del camino.

18 abr 2025

CRÓNICA: WIZZ AIR MILANO MARATHON 2025

Tengo que empezar reconociendo que, de las siete maratones que llevo hasta ahora, esta ha sido -con diferencia- la peor de todas. Y, aun así, ha merecido la pena.

Hace unos años el gran Tallón escribió un artículo que, al menos durante la última década, ha sido uno de los pilares de mi forma de vida. Fracasar de maravilla, se llamaba. Como el fracaso es una presencia tan cercana y, además soy un cobarde, mejor siempre pensar a lo grande. Y si las cosas no salen, al menos habremos fracasado de maravilla.

Me pasa con los maratones que me enamoro de las sensaciones que vivo en carrera. Es eso, y no otra cosa, lo que me hace querer correr siempre otro: volver a sentir por primera vez aquello que sentí en el último maratón: tengo el recuerdo del km14 en el 2021, o el km29 del 2023. Sin embargo nunca llego a vivir otra vez esas sensaciones, siempre aparecen unas nuevas a las que me quiero aferrar como el que pretende retener agua con las manos. Y no importa que sea imposible: siempre aparece alguna que solo se vive ahí.

Como tantos amores imposibles que un día prometieron eternidad, este también ha pasado. Y ahora, lo inevitable: hacer el duelo de Milán. Colocarlo en su lugar, agradecer el viaje con todo lo que supuso, y así, también hacer sitio para la siguiente. Y ojalá haya siguiente.

El día amaneció con una temperatura demasiado agradable para ser tan temprano. Buena para llegar hasta la zona de la salida, pero con un presagio: bastante calor durante la carrera. Y sé que el calor no es mi mejor aliado en estos retos.

Llegué pronto a la zona de guardarropa, y cerca de allí encontré una cafetería tranquila donde tomar un buen café mientras ese capullo en mi estómago poco a poco se iba transformando en mariposa nerviosa.

Me sobraba tiempo, así que entré en la aplicación de Garmin que había estado evitando durante la última semana: proyectaba una marca en maratón por debajo de 3:09. Me dio confianza.

Después de dejar la bolsa en el camión, me uní a la marabunta que se dirigía a la zona de la salida. A pesar de estar algo lejos son bonitos estos momentos: se mezclan la ilusión, los nervios, los sueños y miedos, generando una atmósfera inexplicable que solo quien ha estado ahí puede reconocerlo.

La salida, junto al Duomo es un paisaje emocionante. Tanto, que no me importó que, tras la primera curva, se formase un tapón que nos obligó a parar para no caer. Quizá para compensarlo, antes del km1 junto al "Teatro alla Escala" una orquesta tocaba "Superman", ¿Cómo esperan que con esa música uno sea capaz de controlar el ritmo? Imposible.

Aun así, estos primeros kilómetros llevaba el reloj tapado con el manguito, solo quería buscar sensaciones y que fuese el ritmo el que me encontrase a mi. Aunque la molestia asomaba, mis dudas eran si esa molestia estaba realmente en el glúteo o en mi cabeza. En todo caso, el ritmo apareció: lo encontré alrededor de 4:25. Empezaban las buenas noticias.

Me gusta Milán, es una ciudad infravalorada por su contexto, lo pensaba antes de la carrera y estos primeros 10kms me lo confirmaron. La ciudad se mostraba agradable y, sin ser llana, las cuestas eran suaves y transitables. Así llegué al km10 por debajo del tiempo previsto (44:10) encontrándome mucho mejor que las últimas semanas. Intentaba aguantar la sonrisa para no malgastar fuerzas, que sabía que no me iban a sobrar.

En el km12 vi por primera vez a Belén, le pude dar los manguitos que ya hacía unos minutos que me sobraban y le dije que iba bien. Y es que iba muy bien. Yo había venido a esto, estaba consiguiendo disfrutar de la carrera, sentirme avanzando por el asfalto y los adoquines con fuerza y confianza.

Llegaba al 15 a ritmos algo por debajo de 4:30 y ya tenía claro que las molestias no estaban en la cabeza. La situación era la siguiente: tenía el ritmo y tenía la molestia. Así que iban a pelear un ángel y un demonio como en los dibujos animados, durante los siguientes kilómetros por ver cuál se imponía.

Este era el tramo más feo del recorrido: una carretera camino del glorioso estadio de San Siro, de tan grato recuerdo para mis filias y fobias futboleras.

Casi en San Siro pasábamos por la media maratón (1:33:30) aunque sentía el dolor, me notaba contento. Había llegado a la mitad de la carrera con buenas sensaciones, aunque ya no durarían mucho.

Una vez dejamos atrás el estadio y pusimos rumbo de vuelta a Milán, el glúteo empezó a quejarse. Mi estrategia estaba claro: ignorarlo. Si a las avestruces les funciona, ¿Por qué a mi no? Pues no.

Llegado el avituallamiento del km25 tuve que hacer la primera parada y masajear el músculo como pude. Me hidraté bien y volví a arrancar a correr, pero ya en ese reinicio las sensaciones fueron terribles. Aun así las piernas me llevaban a alrededor de los 4:40, sabiendo que Belén estaría sobre el km28. La vi y volví a parar. Hablé con ella y me planteé la retirada. El dolor me había sacado mentalmente de la carrera y aun quedaban algo más de 13 kilómetros. Cuando tenía claro que me salía me acordé que llegar a meta significaba conseguir una medalla, una camiseta y un plátano. ¿¿¿Quién en su sano juicio renunciaría a semejante botín por una pequeña lesión??? Ni idea, pero ese alguien no soy yo.

Comí medio plátano (no tan bueno como el de la meta) y, aunque para mi la carrera había acabado ya, seguí adelante. Hasta el km36 pasé más tiempo andando que corriendo. Estaba claro que iba a llegar.

A partir del km38, cuando ya se empieza a oler la meta, me arranqué a correr hasta el final. Incluso pude vivir como un regalo el km41 cuando Belén me dio la bandera y me acompañó unos metros. No retirarse tenía sus inesperadas pequeñas alegrías.

Llegué a meta con un tiempo por encima de las 3:30, siendo con diferencia mi peor maratón y, aún así, con 25 kilómetros de felicidad que ya nadie me podrá quitar nunca.

Me fastidia, me molesta haber cambiado y que no conseguir el objetivo no me impida ver lo positivo. Me gustaba más cuando lo vivía de una manera más visceral, más infantil, creo que era más pura, pero entiendo que este nuevo David tiene también sus cosas.

3 abr 2025

PREVIA: WIZZ AIR MILANO MARATHON 2025

Me hace mucha ilusión escribir este post, tantos años después de empezar con este blog, tantas vueltas dadas a la vida y vuelta al origen. Cuántas cosas han pasado, cuánto ha cambiado todo desde que empecé y, aquí estoy escribiendo por lo que lo inicié, aunque todo sea distinto.

Supongo que cuando lo publique todo el trabajo estará hecho ya, pero escribo estas líneas antes del último entrenamiento. Como cada uno de los que he corrido ha sido todo un viaje. Momentos buenos y malos, lo único que tienen en común es que lo he disfrutado. El resto, son todas iguales: cada una ha sido diferente y siempre con resultados impredecibles.

Es muy tentador hablar del maratón como un reflejo de la vida, pero realmente me gusta más el maratón que la vida: el primero me da la oportunidad de elegir las batallas que disputar; sin embargo la vida no tiene costumbre de pedir permiso, simplemente te saca a bailar sin importarle tu estado de ánimo y no existe la posibilidad de renunciar.

Pero ya me estoy poniendo más intenso de lo que una carrera soporta. 

Mañana salgo hacia Milán. Cuando empecé a preparar esta carrera allá por el mes de diciembre, calculaba que me llevaría mucha ilusión y algunas dudas en el equipaje, pero el resultado ha sido más bien al contrario: muchas mas dudas que ilusiones son las que me van a acompañar en la carrera.

Suele escucharse que el trabajo siempre da resultados y hace tiempo que me doy cuenta que no siempre es así. A veces te esfuerzas, das el máximo y los resultados no acompañan. Es frustrante, pero la vida no es justa. Para bien y para mal. Que ha habido veces que he conseguido más de lo que merecí.

Empezó en diciembre: he sacado horas de donde he podido: levantándome antes del amanecer para entrenar en el gym, acumulando kilómetros a mediodía, madrugones los fines de semana para los famosos largos maratonianos. Todo para conseguir correr en Milán el tiempo soñado. Y no va a poder ser.

Marzo ha sido frustrante: desde el entrenamiento del 9 de marzo todo han sido molestias, y apenas he podido sumar kilómetros a los ritmos que esperaba. Por intentarlo no ha sido: fisio, hielo, calor, masajes... pero hay veces que el cuerpo no responde. Y no ha respondido.

Un buen coach ahora explicaría que el trabajo que no ha salido ahora, dará sus frutos más adelante, pero nadie me lo puede asegurar. Y, además, yo lo quería ahora.

Así que me presento en la línea de salida lejos del estado de forma que quería, será un nuevo reto, gestionar una carrera tan larga lejos de mi mejor marca y disfrutar los kilómetros.

No es la batalla que elegí, pero es la que tengo delante. Me pondré en la línea de salida sabiendo que no será la carrera soñada, pero será la mía, y eso no me lo quita nadie. Así que, como dicen por allí cuando las cosas no salen: testa bassa e pedalare.

22 mar 2025

DÓNDE CENAR Y OTRAS INCERTIDUMBRES

Hace años, un futbolista de los más irresponsables (y hablamos de jóvenes millonarios, el nivel es alto) publicó un comunicado que empezaba con la frase "seguramente el amor sea una variante del chantaje" y nos recordó que el mundo es un lugar complejo en el que en cualquier momento, las personas más irrelevantes son capaces de llevarte a lugares muy profundos.

Así, una noche cualquiera mientras despejaba el tiempo sin mayor pretensión que la irrelevancia, alguien del mundo del fútbol tuiteó: "Todos somos muy indies hasta que suena la Oreja de Van Gogh a las 2 de la mañana". Esto me hundió más en mi sopor.  Quizá yo no lo sea tanto, porque hasta hace un momento ni siquiera sabía si indies lleva hache. 

Recordaba esta frase mientras escuchaba un podcast en el que citaban a alguien (rabio por no recordar a quién) que decía que se ha escrito mucho sobre el primer amor, ("el amor verdadero es tan solo el primero, los demás son solo para olvidar") cuando en realidad este está muy sobrevalorado, que lo que realmente marca es cuando chocas contra segundo y descubres que esa desolación que viviste por primera vez no fue una experiencia exclusiva, sino una realidad con la que vas a tener que convivir durante tu vida.

He tenido que subir la apuesta. El tercero y el cuarto me demostraron que no hay patrones, que las historias tienen en común que son raras y extraordinarias. No hay un manual que explique lo vivido y mucho menos, que nada que garantice el éxito. Y aun así, seguimos buscándolo.

Es una incertidumbre que, según para quién puede llegar a ser insoportable. No seré yo el que diga que el pegamento que une a algunas parejas es, justo evitar esa incertidumbre. Y algunos se encuentran con certezas peores, no todos.

Pero no es mi caso, aun con el riesgo que tiene aquello de creerse tan especial que acabas pareciéndote a todos con su exclusividad. Como las aficiones de los equipos de fútbol que se creen tan especiales que no se dan cuenta que son todas iguales en su irracionalidad. No, a mi no me pasa.

Creo que era Marta Jiménez Serrano a la que le leí que una ruptura es algo similar a que alguien quite la mesa cuando todavía no has acabado de comer. Incluso alguna vez, nos han cerrado el restaurante y casi ni habíamos empezado a comer. ¿Y qué haces? Difícil decisión, pero yo prefiero digerirlo bien y buscar un buen sitio para comer, sin prisas, aunque pase un poco de hambre, aunque veas que ya están cenando en otro sitio, con otra gente.

Porque aunque duela, entiendo que cada uno sacia sus apetitos como puede. Yo, por el momento prefiero encontrar el lugar donde sé que voy a estar a gusto. Estos años he aprendido que tan importante como encontrar un buen sitio es disfrutar de la búsqueda, ese paseo en el que te pierdes y, sin esperarlo, aparece el sitio ideal con la persona adecuada. No vaya a ser que, por empeñarme en encontrar el lugar para cenar, se me escape que lo que iba a cambiarlo todo era un buen desayuno.

2 mar 2025

DONUTS, ESPINAS Y SUEÑOS POR CUMPLIR

Estaba el otro día en el sofá de mi casa y de repente necesitaba comerme unos donuts de chocolate. Eran ese tipo de ganas que vienen acompañadas de la perfecta imagen del donut junto con el sonido del chocolate crujiendo entre mis dientes. Hubiese pensado que era irresistible el antojo, pero apareció un aliado inesperado: la pereza llevaba tiempo haciéndose fuerte y me sostuvo tumbado en el sofá. 

La pereza venció a la gula. 

No pasó mucho tiempo antes de que alguien dijera algo tan absurdo que destapó mi rabia como el corcho del champán, para que se impusiera a la pereza y disparase las ganas de demostrar que soy mejor que él o, dicho de otro modo, mi soberbia la que tomara el testigo; apartara a la pereza y provocase que me pusiera en marcha.

Y así voy, de fracaso en fracaso hasta la victoria parcial.

Hace años que me llevo bastante bien conmigo mismo. Veo mis fallos y defectos y no me esfuerzo por echarlos, al contrario: les abro mi casa, les digo que pasen y se sirvan algo. Les invito a sentarse a ver la tele conmigo. Cuando descubren que no molestan, que la nevera suele estar vacía y que además, es muy probable que esté pendiente de un Cartagena-Éibar interrumpido por alguna llamada de teléfono, se aburren y se van si es que no llega antes otro defecto a echarlos.

Aunque me gusta el planteamiento, sé que no es perfecto. De vez en cuando, alguno consigue hacerme tambalear. Por ejemplo, hay uno en concreto que no soporto. Y es  que en esta vida se puede ser de todo menos una cosa: un pesado. Eso lo llevo fatal. Todavía me pesa el 3 de enero mientras hacía el mismo comentario por tercera vez y alguien me dijo, sin decirlo, que ya había quedado claro. Esa herida sigue sin cicatrizar a día de hoy.

Así que podría ser que la única explicación válida a seguir teniendo un blog en el año 2025 para contar mis movidas, es que puedo ser todo lo pesado que me de la gana. Aquí solo viene quien quiere. Y si te hartas puedes irte sin avisar, que aunque me dé cuenta fingiré que nunca estuviste.

Alguien me contó hace tiempo que en la cultura china una de las peores cosas que le puedes desear a un enemigo es "ojalá se cumplan todos tus deseos". Eso es odiar con ganas y con inteligencia. He visto tantas veces a tanta gente vaciarse con la plenitud, que se ha convertido ya en un miedo recurrente.

A veces siento que desear algo con demasiada intensidad te aleja de conseguirlo, rompe su proceso natural. Como el equilibrista en la cuerda que tanto si para como si va demasiado rápido acabará cayendo. Así que me pongo a "no querer demasiado", pero no lo suelo conseguir. ¿Cómo se deja de querer algo que se desea? Menuda espiral sin salida en la que me acabo de meter yo solo.

Por otro lado sé que sentir que no he conseguido todo lo que llevo tiempo esperando, tiene su parte buena; impide estar siempre defendiendo y obliga a salir al contraataque e insistir. Además de luchar por ir quitando esas espinas, las cosas buenas llegan cuando arriesgas.

A estas alturas, uno mira atrás y siente que ha conseguido algo, ya sea mucho o poco. Pero lo que falta suele parecer lo realmente importante. ¿O quizá parece más importante porque se ha resistido?

26 ene 2025

TODO VA A SALIR BIEN

Veo más fútbol del que un cerebro sano puede tolerar y claro, esto tiene consecuencias. Acercarte a la Segunda División española es coquetear con la locura. Sumergirte en ella es como vivir en una relación tóxica: me está destrozando, cada lunes me prometo cambiar pero ya sé que no tengo fuerzas para salir. Al final, ya me planteo que quizá, en junio lo deje.

Joderse la vida es más divertido.

Entre todas esas horas que me consumen de partidos, artículos, podcasts y análisis de los partidos, se suele recurrir a algunas ideas que funcionan como trampantojos. En el fondo, buscamos la sensación de control en el caos, intentamos domesticar a un león. En las previas de los partidos siempre hay alguien que subraya la importancia de un buen principio: que el equipo salga concentrado y jugando bien porque encajar un gol pronto no es bueno. Genera nervios y, por supuesto, es mejor no empezar contracorriente.

Va transcurriendo el partido, se acerca el descanso y se destaca la importancia de mantener la concentración porque encajar un gol antes del descanso sería un golpe duro de asimilar. Hasta han inventado el concepto de "gol psicológico". Se trata de evitarlo con la misma urgencia con la que se esquiva el contacto con un virus. Después, cuando empieza la segunda parte, todo se reinicia y todo sigue igual. Importantísimo mantener la guardia alta porque, encajar en este momento lo cubriría todo de incertidumbre y ansiedad. 

Sigue desarrollándose el juego, llegamos al último cuarto de hora, los nervios se suman al cansancio y ahí aparece el comentario: por favor, ahora sí que no, no hay tiempo de reacción. Nunca he escuchado a nadie, en un ataque de originalidad, explicando cuándo es buen momento para encajar un golpe. Quizá sea porque no hay momento bueno para lo malo. No estoy seguro.


Todo este rollo tenía que soltarlo para sacudirme las malas sensaciones. Empezar el año perdiendo no era lo que imaginaba. Las dudas son las inevitables y viejas compañeras de viaje. Pero las remontadas tienen su propia mística. Cada pequeño avance se siente como un éxito, y eso acerca las cosas buenas.

Con las dificultades, que siempre van a estar ahí, confío en que todo va a salir bien. Y aunque hubiese preferido otro comienzo, por lo menos hemos evitado el ridículo callejista de los que cuando pierden te explican que les "perjudicó haber empezado ganando".

Resulta que no solo se trata de saber encajar golpes; también hay que saber gestionar los pequeños éxitos. Y ya ni me prometo cambiar, no fallar. Sé que los errores forman parte del proceso y espero que las consecuencias no sean insalvables.

Hay días que dan ganas de meterse en la cama y dejar que todo pase. Pero, al final, siempre acabo saliendo a jugar. ¿Quién sabe? Quizá haya un plan detrás de todo esto, quizá al final las cosas acaben saliendo bien. O quizá no. Pero solo estar jugando el partido, en ocasiones, me parece hasta un privilegio.