10 dic 2025

CRÓNICA: VALENCIA MARATHON PARADISE (I)

Habían pasado apenas unos minutos desde que crucé la meta. Estaba rodeado de finishers, con una felicidad profunda sólida y genuina que se plasmaba en una sonrisa atávica con la que llegué a la zona de las medallas. Una voluntaria me colgó la mía al cuello y, en ese momento, noté cómo me caía todo el peso de este año. Ni pude ni quise contener el llanto. Las lágrimas se me caían, allí solo y rodeado de gente. Lo había conseguido.

Lo hemos vuelto a hacer por primera vez.

Dice Drexler que “antes de mí tú no eras tú, antes de ti yo no era yo” y este Maratón Paradise 2025 tiene mucho de eso. Son ya ocho maratones. Supongo que seguiría siendo feliz y seguiría siendo yo sin maratones, como lo seguiré siendo cuando llegue el día en que ya no participe en estas carreras, (si es que ese día llega), que no lo sé. Pero también tengo claro que sin ellas sería un poco menos feliz y un poco menos del que soy hoy.

Cada maraton ha sido un proceso, una historia que ha acabado con una marca: esos ocho números que dicen cuánto has tardado en recorrer la distancia de Filípides. Lo que esas cifras no cuentan es todo lo que hay detrás. Que es mucho. No solo cientos de kilómetros: también dudas, sueños y todas esas cosas que no salen en Strava ni Garmin almacena.

Claro que corro por una marca, por saber hasta dónde puedo llegar, por no dejar esa parte infantil que soñaba con ser deportista olímpico y, sobretodo, por no dejar nunca de jugar y pasarlo bien. Pero supongo que madurar es valorar otras cosas y ya no corro solo por eso, ahora, también valoro otras cosas. Quién me lo iba a decir.

Hace tiempo que cuento a todo el que se presta a escucharme hablar de esta obsesión, que yo me inscribo a maratones persiguiendo aquellas sensaciones que viví en el km14 del año 2021, o las del km28 del 2023, donde me pellizqué en carrera para asegurarme que no era un sueño. Eso no se puede contar: se siente, pasa por la piel y se queda tatuado en algún lugar de la memoria.

Y nadie garantiza que vuelva a ocurrir.

Pero vuelvo a 2025. 

Medio año remando a contracorriente, lleno de dudas y encajando golpes, pero sin abandonar. Con el verano llegó el cambio: sin pedir permiso, sin avisar, el viento se puso de cola y las cosas empezaron a ordenarse; la tormenta paró y el sol amenazaba con dejarse ver. Y el 19 de octubre la luz llegó, aunque las nubes tardarían un tiempo en irse.

Cuando las dudas persisten solo queda sumar, aunque nadie garantice que vaya a dar, seguían los madrugones y una cabezonería simple: seguir, seguir y seguir.

Las últimas tres semanas ya sabía que el sueño de volver a ser sub3 este año se había escapado. Así que la carrera se planteaba como un reto diferente. Y tenía mis dudas sobre si iba a ser capaz de disfrutar y sufrir sabiendo que el caramelo de la PB no me iba a estar esperando en meta.

Y vaya si lo conseguimos.

Ese 3:03 tiene un valor inmenso. La ilusión con la que viví el apoyo durante toda la carrera, el ambiente que se vivió, la emoción que impulsaba mis piernas tanto como el carbono o las proteínas, no se olvida.

No puedo agradecer a todos los que me animaron durante el recorrido y a quienes entrasteis conmigo en meta. El atletismo enseña que eres tú el que llega a meta, pero no lo haces solo: son muchos los que cruzan esa línea contigo.

Un año más, maraton me ha enseñado quién soy, dónde estaba, dónde estoy y dónde puedo llegar. Y también quiénes están. 

Es también, la primera vez que estaba en la línea de salida habiendo ganado ya la carrera. En ese sentido tenía una gran ventaja con respecto a los otros 35.999 participantes y, puedo asegurar, sin miedo a equivocarme, que la entrada a la alfombra azul en esos últimos 600 metros fue también, la mejor de todos los finishers, incluso aunque hubiera perdido el dorsal.

La vida sigue, pero este 7/12/2025 no me lo va a quitar ya nadie nunca. Esta sensación de haber vivido algo único, de haber llegado hasta aquí con todo lo que ha supuesto este año, ya forma parte de mí, de lo que soy. Vendrán nuevos retos, cruzaré nuevas metas y me enfrentaré a nuevas dudas, pero ya sé que al final del camino se convierte un peso ligero.

25 nov 2025

OTRAS MANERAS DE GANAR

Recuerdo aquella mítica final de la Copa de la UEFA que el Alavés perdió contra el Liverpool con un gol en propia puerta en la prórroga, que además en aquel momento era gol de oro. No tuvieron ni posibilidad de intentar volver a empatar ese partido. Gol y se acabó. Quizá fuese mejor así. 5-4 acabó. Era el año 2001 y, como en mi casa por aquel entonces estaba en minoría absoluta, no vi el partido: lo seguí por la radio.

Todavía impactado por lo que acababa de pasar, escuchaba a los periodistas saltaban al césped intentando conseguir algunas palabras mientras los jugadores del Alavés seguían rotos de dolor, llorando sobre el césped. Uno de ellos intentaba —de forma patética e infructuosa— consolar a un futbolista diciéndole: “No te preocupes, el año que viene ganaréis la copa”. Y el jugador, sin dejar de llorar, con un andar errante hacia ningún sitio, respondió: “No es verdad. Somos el Alavés. No vamos a tener otra oportunidad así”.


Era verdad, no había consuelo posible.



No todos somos el Barça o el Madrid que saben que muy mal se tiene que dar para que cada año no vayas a estar cerca de conseguir un éxito, un título. A los demás, la vida a veces nos coloca en situaciones irrepetibles que por mucho que quieras o pretendas creer, no se van a volver a dar. Y un pequeño desvío, un golpe de mala suerte, lo truncó todo. A veces pasa.


Lo que no te imaginas en ese momento es lo que hace el tiempo con estos instantes. Porque resulta que aquel Alavés es recordado con hoy con admiración y orgullo por los suyos, quizá mas que el equipo que ganó una copa diluida entre tantas otras en sus vitrinas. Sin embargo, todos aquellos que vivieron ese camino con el corazón, aquellos a los que se les rompieron los sueños, recuerdan ese año y ese día con cariño y nostalgia.


La vida cuando eres uno más, cuando no destacas por nada extraordinario y no eres un payaso como Hugo Duro, te da tus propias cicatrices. Esas que no suman, pero que te hacen salir del molde, no formas parte del canon establecido, y esas imperfecciones te regalan personalidad, y genuidad. Es tu propia belleza.


Al final, los éxitos se parecen todos entre sí, pero los fracasos lo son cada uno a su manera. Y no hay nada que hable mas de ti que tus cicatrices, tus silencios y esas heridas por las que respiras. Como dice el cantante: hoy me permito que todas mis dudas definan por fin lo que soy.


A veces pienso que vale más un buen recuerdo, un camino vivido de verdad, que un resultado concreto. Porque el tiempo tiene esa manera extraña de transformar algunos fracasos en bellezas que nunca antes hubieras imaginado.


He descubierto que cuando nada tiene sentido, justo después de perder la esperanza, en ese momento en que el viento esparce tus lágrimas es, precisamente cuando mas sentido cobra todo. Y la forma de secártelas o dejarlas correr es lo que eres. 


Y eso que eres, qué bueno es.

13 nov 2025

FUEGOS ARTIFICIALES

Hace unos años escuchaba la historia de un futbolista que llegó a la élite por un camino raro. Ascendió a segunda división con un equipo humilde. Al iniciarse la siguiente temporada empezó siendo suplente; no jugaba casi nunca, y eso que, según palabras de su propio entrenador su nivel era parecido al del compañero que competía por su puesto. Pero el titular era el otro.

Cuatro meses casi sin jugar en un equipo que sufría en la categoría.

   En enero, en otro equipo se lesiona de gravedad un jugador de su posición con el mercado a punto de cerrar. Están desesperados por encontrar un sustituto y, tal y como estaba la situación, se decantaron por él sin pensarlo demasiado, no había muchas más alternativas disponibles. La temporada avanza y, el equipo al que fue, acaba subiendo a Primera División. El que dejó, bajó a tercera. Cuatro meses casi sin jugar que lo acabaron llevando a la élite. Y el que jugaba delante de él, acabó en Tercera.

   La vida elige caminos abruptos.

   Me sentí muy identificado porque aunque nunca fui élite en nada, mis pequeños éxitos, mis pocas victorias de las que puedo llegar a estar muy satisfecho, si les pongo la lupa están construidas con errores, frustraciones y malos ratos. Aunque todas ellas tienen, como denominador común, que había que seguir.  Unas veces sin ganas, otras con el corazón encogido y casi más por inercia que por voluntad.

   Quizá debería avergonzarme, porque ha habido veces que avanzaba por los motivos más oscuros. He usado el odio como motor de arranque, siendo consciente de que es una fuerza que desgasta mucho y se apaga pronto. Otras veces ha sido la pereza lo que me ayudaba a avanzar, porque era menor el esfuerzo de seguir que el de tener que echar el freno. Y volver atrás cansa más que seguir.

  Y llega un día en que todo empieza a ponerse en orden, en que el camino se vuelve amable y las piernas las sientes ligeras. Es, de alguna manera, injusto que todo cuadre tan bien porque sí. Y los puntos que parecían tirados al azar, empiezan a tomar una forma que no esperabas. Todo aquello que tanto dolió, sirve para centrar la atención y no perder fuerzas ni tiempo en aquello que no importa.

   Bueno, un poco sí, pero no demasiadas.

  Y todo cobra sentido. Ese nudo que sentí durante tanto tiempo, explota dentro de mí como una carcasa y se convierte en una palmera de fuegos artificiales que ilumina la noche. Ese fuego interno sale a la superficie y ya no se puede esconder.

   Sé que no estoy en la meta, pero también sé que este camino importa. No es habitual que la ambición dentro de mí supere con tanto la satisfacción del presente. Esto no acaba aquí, solo ha empezado. Pero esa ambición por mañana no eclipsa la alegría de hoy. 

   Era verdad aquello que tantas veces me dijeron, no daba igual el camino, ojalá haber sido mejor, pero esta sensación, este saber que es hoy y aquí… guau.

5 nov 2025

LA LOTERÍA CADA DÍA

“Llámame cuando puedas” fue el WhatsApp que recibí de mi casero una mañana en mitad dé una intensa jornada laboral. Si algún día escribo una novela de terror, empezará con esta frase. Escalofríos garantizados.

El mayor de todos mis miedos: un mensaje que puede esconder una bomba debajo de la cortesía.

Cuando lo leí, a mi cabeza acudieron más de cien motivos para retrasar esa llamada y, de paso, meterme en la cama con las sábanas por encima de la cabeza un par de horas, o de años. Así que no tardé en llamarle.

Todo fue bien, solo quería que hiciéramos un pequeño trámite burocrático. Cuando conté lo sucedido, alguien me dijo que “me había tocado la lotería”. 

Otra vez, pensé. Y es que últimamente la lotería me toca casi cada día y corro el riesgo de acostumbrarme pensando que es algo normal.


Pero no lo es.

Y claro, nada es perfecto. La parte mala de esta buena racha que me ha regalado octubre, (qué tendrá octubre que lo revuelve todo), es que estoy muy cómodo escribiendo desde el fracaso, buscando abrigo y refugio en las palabras. En cambio, la tranquilidad, la satisfacción y la tranquilidad son materiales extraños con los que construir historias. Los manejo aun peor.

¿Estoy quejándome porque las cosas van saliendo bien? Podría parecerlo e incluso hasta un poco sí. Pero por muy bien que esté todo, a lo que no estoy dispuesto a renunciar es a darle un espacio al lamento. Sabiendo que no cambio esto.

Ojalá tener que acostumbrarme. Podría ser mi próximo “Gran Reto”.

En todo caso, pretendo seguir escribiendo aunque solo sea para recordarme la fragilidad de todo, porque hay tan poco que está bajo mi control que no me queda más remedio que hacer mi parte y rezar.

A veces parece que hasta las virtudes propias conspiran y se vuelven en tu contra; otras veces, hasta mis defectos y fracasos pasados están detrás empujando y colaborando en el camino al futuro.

Los emplazo al km 35 el 7 de diciembre y que sigan empujando. Allí no serán necesarias las palabras, pero sí la fe.

Al final, llego siempre a la misma conclusión: la vida pone la música, yo escribo la letra.

Y a bailar.

28 oct 2025

TENDRÍAS QUE SABER LO QUE QUIERES

Estaba siendo un año extraño, todo lo que sucedía era normal, rutinario y previsible.

Tanto tiempo rogando por un poco de calma que, cuando por fin llegó, fue demasiada. Tanta, que ya no estaba tan seguro de que en realidad era eso lo que quería. Como cuando tras una semana de lluvia estás deseando el sol, y el calor que acude es tan intenso que te parece que el agua no moja tanto.

Había decidido que no hablar de estas cosas con nadie: ni con sus amigos, ni con su familia, ni con su pareja. Quería esquivar la frase, esa maldita frase que se lanza en menos de dos segundos pero deja una huella de varios días: “Tendrías que saber lo que quieres”.

Nunca supo lo que quería, ¿o sí? Pues claro que lo sabía, todo el mundo lo sabe.

O eso cree, él siempre lo tuvo claro. Pero eso no siempre ayuda a que las cosas se den.

Quizá lo que más necesitaba en ese momento era un imposible. Una frase que juntara dos ideas incompatibles: una lluvia que seque, un sol que moje. Palabras sinceras en las que alguien le dijera que estuviese tranquilo, que al final las cosas acabarían saliendo bien. 

Pero no era posible, porque cualquiera que pronunciara una verdad le diría que no tiene ni idea de cómo van a ir las cosas. Que el esfuerzo es imprescindible, pero el éxito es incierto. 

Que la superficie brilla, está llena de historias de éxito que se cuentan y se celebran; pero las historias de aquellos que lo intentaron y se quedaron por el camino suelen estar enterradas. 

Pero son. 

Y, en el fondo, nadie sabe qué es mejor. Porque a veces se gana perdiendo. Y esas veces, son imprevisibles.

Así que no se engañó: tocaba aceptar que la solución pasaba por aprender a vivir en la incertidumbre y, si algún día éxito y fortuna venían de visita, haría lo posible por que estuvieran a gusto y quisieran quedarse a vivir con él.

Pero se quedaran o no, disfrutar el momento es obligatorio. Se prometió no hacer como tantos otros que vio como el éxito lo vivieron como algo ordinario. Es posible que para ellos lo fuera. 

Y le hace creer que ellos lo tuvieron más fácil, aunque no puede evitar que esa idea le haga sentirse culpable. No es justo pensar que solo fue suerte: quizá supieron manejarse mejor en momentos muy concretos o, supieron estar en el lugar y el instante adecuado. Virtud poco valorada y que -anota mentalmente- debería cultivar.

Cuando por fin se atrevió a contarlo, sintió un gran alivio. Descubrió que no estaba solo, que muy cerca había otros con la misma sensación. 

Y entonces, sin avisar, la normalidad regresó con sus momentos raros y hermosos.

20 oct 2025

GRAVEDAD DE LA TEORÍA

A veces recuerdo cuando era niño y pensaba que la vida tenía lógica y orden: levantarse por la mañana, desayunar, ir al cole, pasar lo más desapercibido posible en clase, jugar al fútbol en el recreo, llegar a casa, hacer los deberes, dormir y volver a empezar.

El camino estaba marcado. El problema es que nadie me avisó de que había tramos cuesta arriba, así que me desvié buscando un atajo que me permitiera llegar arriba sin subir mucho, y claro, me perdí. La vida habría sido más fácil si hubiese sabido dar algunos pasos a tiempo.

Pero no pude. 

Y en esas vías secundarias me encontré con un montón de carteles que ofrecían salidas falsas: prometían un destino, pero aparecías en otro distinto. Aprendí el noble arte de la excusa, que siempre es un terreno resbaladizo. Y fallé, mentí, traicioné y perdí. 

También gané, pero esas veces no hay que justificar nada.

Unas veces se gana, otras se pierde y, en el fondo, no cambia nada. El mundo sigue girando a la misma velocidad sin detenerse a explicarnos su sentido en caso de que lo hubiera.

Eso sí, yo solía tener una teoría para todo. Tuve una novia a la que le parecía muy divertido; cada vez que estábamos hablando de un tema controvertido encontraba el momento de decirme "seguro que tienes una teoría sobre esto". Y no solía fallar. 

Luego, para nuestra ruptura, también tuve varias teorías. Pero entonces ya no le interesaban ni le divertían tanto. Prefería sus excusas, que también fueron unas cuantas.

Descubrir que el mundo estaba lleno de excusas y justificaciones fue un consuelo (¿de tontos? de todos). Queremos encontrar la explicación, entender cuáles son nuestros errores, por qué y para qué caemos en ellos. Quizá porque aspiramos a tener el control de los hechos cuando muchas veces, simplemente los errores nos cometen a nosotros y nos cuesta aceptar que juntar la situación, la persona y el momento adecuado es una quimera que no suele darse. 

Al menos controlemos el relato.

Supongo que no tendríamos tantas excusas ni tantas teorías si dejáramos de tomarnos tan en serio a nosotros mismos. Si no las cargáramos con un peso que no será tan real, como si cada pensamiento tuviera que permanecer para siempre. No hay nada más sano que darse cuenta que aquello que pensabas era solo porque eres un poco más estúpido de lo que habías calculado y tener que cambiar.

Pero claro, qué miedo da asomarse al abismo de la incertidumbre.

Por eso, tengo guardada la maravillosa lista de excusas cuando pillan a un deportista dopado: un solomillo en mal estado, medicinas para alargar el pene o un complot de la CIA, entre otras.

Están al nivel de aquel entrenador que intento olvidar que lamentaba que el problema era que "habían empezado la temporada muy bien" y eso les había perjudicado.

Entre mis favoritas está la de aquella chica que después de querer retomar una relación y no llegar a un entendimiento, me contaron que la semana siguiente ya estaba con alguien. Ningún problema, pero fue curioso que la siguiente vez que volvimos a hablar, la conversación se inició con un "no me acuerdo lo que hablamos la última vez". 

Pudo más la admiración por el giro de guion con la amnesia como recurso que la sensación de decepción.

Al final, creo que todo va de justificar lo que hicimos o dejamos de hacer. De encontrar una versión de nosotros mismos que no duela demasiado. Las teorías, las opiniones, las excusas estratégicas, en el fondo sirven para mantenernos en pie un día más. Porque la otra opción, la de aceptar nuestras miserias y convivir con ellas y sus heridas, parece mucho más difícil.

Y, en el fondo, lo que buscamos es muy sencillo: que alguien nos quiera y nos acepte. Porque a veces es tan difícil soportarse a uno mismo, que solo buscas que lo hagan los demás.


7 oct 2025

EL LENGUAJE DEL FRACASO

Es muy habitual (y, como las cosas más divertidas de la vida, casi siempre lo son después de haber dolido) que, cuando estás en la grada viendo un partido y a un jugador de tu equipo le llega un balón en la frontal con algo de espacio, la gente grite: "¡¡Chuta, chuta!!". Hay veces que el futbolista se anima, le pega (mal) y se oye un generalizado "noooo". Incluso alguno de los que medio segundo antes pedía el disparo, se le escapa un "¿¿¿pero qué haces???"

No estoy diciendo que yo sea esa persona. Pero tampoco que no lo sea. Dejémoslo ahí.

Lo que sí me queda claro es que en el fútbol (y en la vida) siempre te vas a encontrar a quien tiene todas las respuestas y, sin problema ni rubor, va cambiándolas en función de las circunstancias. Nunca se equivoca. Capacidad de adaptación, lo llamará en una entrevista de trabajo.

A esas personas: un abrazo y gracias.

Cuando era pequeño quería ser mayor, como tantos que ahora lamentamos el error y bien a gusto volveríamos atrás. Pero yo no quería ser mayor, yo lo que quería era llegar a la edad en la que empezaría a entender algo. Allí donde se encuentran las respuestas. Sin embargo, lo único que he conseguido de momento es ir acumulando preguntas. 

Tanto es así que estoy en un momento en que las respuestas han dejado de interesarme, me aburren. Ya solo me interesan las preguntas. Encontrar las adecuadas, las que impulsan, desechar y corregir las incorrectas y seguir. Es la única manera que conozco de avanzar; transitar caminos que me lleven a otros caminos donde habrá más preguntas y, si alguna vez llego a una respuesta, la vida se las arregla para cambiar la pregunta y, ¿vuelta a empezar?

Pero yo creo que aunque parezca que sí, no vuelves a empezar. 

Porque aunque pases otra vez por la línea de salida, las piernas y el corazón ya llevan kilómetros que pesan como una mochila pero también te han dado fuerza y tienes más experiencia, más capacidad, para la siguiente vuelta, ya sea la segunda o la quinta.

A veces recuerdo goles como el de Goikoetxea a Alemania en USA 94, un centro al área que le sale tan mal que acaba en gol. Por eso me gusta la pregunta que suele hacer Javier Aznar en su podcast, ¿Qué fracaso acabó convirtiéndose en algo bueno? Supongo que todos tenemos, como mínimo, uno así. Yo tengo claro cuál es el mío, cuándo fue ese punto de inflexión en el que mi vida se cayó y, gracias a Dios, se abrieron caminos oscuros y tormentosos que poco a poco se fueron convirtiendo en bonitos paisajes.

Hace poco recorrí aquellos caminos y descubrí que no eran como recordaba, quizá no eran paisajes idílicos, pero la tormenta estaba en la mirada y no en el paisaje. 

Y es que el fracaso enseña, aunque con su propio lenguaje que a mí me llevó unos cuantos años entender. En el que, por torpeza, sigo profundizando.

Así que no tengo más remedio que aceptar que la clave no está tanto en las respuestas como en las preguntas, que ya hasta he perdido el miedo a equivocarme. Entendí que las preguntas erróneas son los cimientos sobre los que he construido otras mejores. Incluso alguna buena.

Mi compañera de vida más fiel es y será la incertidumbre. O al menos, eso creo.

4 oct 2025

CUANDO LAS DUDAS LLEGAN

Hace muchos años, alguien me dijo que los diplomas, los premios, las medallas y los reconocimientos hay que aceptarlos todos y guardarlos en un cajón. La vida es larga y esos momentos hay que aprender disfrutarlos, por pequeños que parezcan. 

Porque también llegan las épocas malas, difíciles. Quizá empieces a dudar de ti, a creer que no vales y que no lo vas a lograr. Cuando todo parece demasiado.

Entonces, abres ese cajón, los miras y recuerdas que un día pudiste. Y comprendes que esta vez, por muy negra que sea la tormenta, el sol volverá a brillar. 

¿Y por qué no volverlo a conseguir? Te debes intentarlo.

25 sept 2025

FUNCIONA PORQUE ESTÁ ROTO

Este verano, en Malasia, en mitad del fragor de una conversación de esas que ayudan a romper barreras, alguien intentaba explicarme que determinadas situaciones no las manejo bien y que hay formas más prácticas de vivir. Es posible, contesté, pero esta manera es la mía, me gusta y además me sirve para llevarme bien conmigo mismo.

Y yo no pido más.

Ahora que lo pienso, es posible que esta conversación no fuese en Malasia, pero nunca es mal momento para recordar la vida que tengo.

Hasta para presumir me hago lío. No tengo el mismo nivel que aquellos que siempre presumen de tener lo mejor: los mejores padres del mundo, ser del mejor país, tener la mejor familia, los mejores amigos o ser del mejor equipo del mundo. Debe ser una maravilla vivir en esa certeza y ver la vida más cerca del cielo que de la tierra. El problema es que desde ahí, es muy fácil todo. Cómo no vas a querer a la mejor familia del mundo, cómo no vas a estar implicado con ese mejor escenario posible.

Vivir siempre en el percentil 1, es moverse en un techo del que no se puede subir más. La amenaza de la caída como inseparable compañera. Incluso aunque consigas pasar una vida en la cima, nunca vas a poder librarte de la amenaza de que el siguiente paso te conduzca a la planta baja.

Solo pensarlo, me estreso.

A mí me pasa que hay veces que no aguanto a mis amigos, que a veces me fallan; que mi familia es muy rara y en ocasiones no sé ni por dónde cogerla; pero resulta que son los míos, y eso, al final compensa. 

No siempre. Y aunque eso lo haga más real, no nos flipemos.

Recuerdo siempre a Tolstoi que lo explicó todo con la frase "las familias felices se parecen entre sí; sin embargo las infelices lo son cada una a su manera". No solo lo entendió todo, también lo supo explicar cortita y al pie. Cada familia encuentra su manera de aguantarse, de quererse y de vivir con sus ho/errores. Incluso puede que pensara que gracias a esas miserias fuesen mejores familias. 

O aunque no sean mejores, son ellos y no otros.

Admiro mucho esa comprensión de la vida sin haber sufrido un solo descenso, o sin haber perdido un ascenso ni una liga por un penalti en el último minuto.

Yo a mis amigos los he visto equivocarse, caer en un agujero y ponerse a cavar mientras me explicaban que así iban a salir de ahí. Y esa ha sido la mejor lección de vida. Sin eso no hubiese comprendido que la base más sólida es aprender a quererse desde el error, con lo imperfecto. Con lo que es, y no con lo que deberían ser.

Quizá todo surja de curarse las heridas, besar las cicatrices y buscar ser mejor. Solo porque quieres serlo, no porque lo necesites, porque quieres. Así, hasta se llega a disfrutar el camino.

Con mi gente acabaré perdiendo los nervios y cuando eso pase no volveré a buscarlos.

16 sept 2025

ÍTACA EN EL ASCENSOR

A veces te das cuenta que no estás donde quieres estar, ni donde te gustaría estar, ni siquiera donde te dicen que merecías estar. Puede incluso que hasta te llegues a creer (con razón o sin ella) que mereces estar en otro sitio. Y, quizás, si las cosas hubieran sido diferentes, con un poco más de suerte o de pericia, ahí estarías.

Pero igual lo importante no sea donde estás, sino si estás en el camino y en la dirección correcta. Y seguir. Seguir cuando las fuerzas lo permiten. Descansar cuando no. Querer rendirte algunos días y aún así no retroceder: para que los días en los que las fuerzas reaparecen, avanzar aún más.

Llega un momento en que hasta empiezas a disfrutar del camino y aparece lo inesperado. Dando al destino más riqueza, más valor y menos importancia.

Cuidado, que cuando abres la puerta a esta mentalidad, sin previo aviso, surgen nuevos destinos, la posibilidad de vivir otras vidas que no preveías.

Sé que no estoy diciendo nada que no explicara Kavafis en su maravilloso poema Ítaca, que ha sido una de mis referencias vitales desde hace ya más de veinte años.

Estaba tentado a contar que escribo esto porque, después de un 2025 complicado, necesito recordármelo: no te rindas. Aunque muchos días sean cuesta arriba, salir a la vida con buena cara ha tenido un valor que conviene no subestimar. Lo que ayer fue una curva que casi hace abandonar, mañana será un motor que servirá de impulso.

O también podría contar que tras una temporada de problemas y lesiones, cada semana me noto un poco mejor entrenando y, aunque me veo justo para llegar al objetivo, la meta merece el esfuerzo.

Pero no es toda la realidad.

Cuento esto porque tengo un problema secreto y pequeño que lleva años incomodando mi vida de una manera completamente imperceptible para cualquiera que no sea yo. No tiene consecuencias, solo me afecta a mí, y es una chorrada mayúscula. Pero no consigo superarlo.

Y, como no voy a pagar un psicólogo para esto, lo cuento aquí.

La cuestión es que cuando subo a un ascensor sin ser muy consciente de lo que estoy haciendo ya sea porque tengo en la cabeza problemas, o en la mano el teléfono, pulso el botón del piso en el que estoy en lugar del que voy. Esos dos o tres segundos de desconcierto con el ascensor quieto, mientras sospecho que quizá esté estropeado, no son tan duros como los cuatro o cinco siguientes, en los que aprieto el botón correcto, negando con la cabeza y me cuestiono si hay cosas que nunca cambiarán.

Eso en el mejor de los casos. Porque hay ocasiones en las que intentando enmendar el error con rapidez (?) me confundo de nuevo y aprieto otro piso.

En esas ocasiones, no me lleva al destino, pero me muevo y me acerca. Algo es. 

Kavafis tenía razón: hasta el botón en un ascensor puede acercarte a Ítaca.

4 sept 2025

CON LOS FOCOS APAGADOS II

El otro día fui al cine solo, no es algo que haga de forma continua pero sí de vez en cuando. Hay ahí un placer íntimo, pequeño y pleno que me gusta experimentar en pequeñas dosis.

Quizá no hay placeres más plenos que los pequeños, y tan importante como vivirlos es saber dosificárselos para no acabar quedándote solo con ellos y rechazando todo lo demás. Es clave no abusar de ellos, ya que es la mejor forma de dejar de sentirlos: como esa canción que te gusta tanto, que de escucharla en bucle acaba dejando de darte aquello que te daba.


Y ya no vuelve.


Así que tocaba volver a disfrutar de una pequeña dosis de felicidad casi clandestina, cuando nos encontramos en la puerta del cine, ella esperando a sus amigos, yo podía haber dicho que esperaba a los míos, pero desde el principio supuse que íbamos a ver la misma película, así que, escondiendo la vergüenza que apareció sin ser invitada, expliqué que iba solo. Usé agosto como excusa, para decir que mis amigos estaban todos fuera. Una casi verdad que me sirvió de apoyo.


No sé por qué sigo teniendo que justificarme a veces. Sospecho que la explicación se la cuento a otros pero es a mí a quien trato de tranquilizar.


Aunque habíamos coincidido alguna vez después de lo nuestro, llevábamos años sin vernos. Nuestra historia fue corta, pero eso no evitó la tensión. Aprendí hace tiempo que las cicatrices no se forman por el paso del tiempo, sino por la profundidad de las heridas. Y aunque nunca nos lo hemos reconocido, las nuestras llegaron más allá de lo que alguien desde fuera podría entender.


Si es que estas heridas se pueden entender.


Recuerdo cuando pasar tiempo juntos nos hacía perder la noción del tiempo. Nos volvió a pasar, pero ya no era lo mismo.


Te vi muy segura, más que de costumbre, tranquila y feliz con la vida que llevas. Yo recordaba aquellas noches y días en los que todo era improbable pero posible.


Llegaban tus amigos y me despedí con ganas de ver la película y olvidar el tráiler que acababa de vivir. Al salir, nos despedimos con una sonrisa sincera.


Días después, aquel encuentro seguía en mi cabeza como un mosquito en la habitación cuando se apaga la luz. Así que usé cualquier excusa para escribirte por WhatsApp. Al principio contestó la misma que me había encontrado, una chica amable y feliz, pero pronto quedó claro que había sido un espejismo. Esa amabilidad estaba hueca, no querías confianza. Incluso decías haber olvidado lo que hablamos.


Está bien.


Lo entiendo. Me dijeron que respondías así porque tienes pareja. Puede ser que ahora toca defenderse. En todo caso, esas sendas por las que nos aventuramos ya no existen, ha crecido la maleza. Todo es demasiado frágil.


Me quedo con lo vivido, con la certeza de que fue importante pese a lo breve. Y con la convicción de que nuestro productor no tiene pensado rodar una secuela.


Esta historia no tendrá una segunda parte.


¿O acaso saben los protagonistas, mientras la viven, que es la segunda parte?


En el cine, en ocasiones, la ficción se mezcla con la realidad y acaba por no distinguirse lo que ocurrió con lo que el guionista imaginó.

1 sept 2025

CON LOS FOCOS APAGADOS I

Hace unos días fui al cine. Me gusta más de lo que demuestra mi frecuencia.

La cuestión es que allí estaba, en mi asiento, esperando a que se apagaran las luces y empezara la historia cuando me di cuenta que algunas películas habían empezado hacía tiempo: la de la pareja que aún se tocan nerviosos, la que ya convirtió el cine en rutina, el grupo de amigos jubilados que solo están ahí porque ya no les queda otra película por ver. Muchas historias que se cruzan durante dos horas para separarse y seguir sus propios guiones.

Cerca de mí se sentaron tres amigos más o menos de mi edad, dejando sitio a otros que venían más tarde. Justo cuando las luces empezaban a apagarse, llegaron sus amigas con la relajación y la felicidad de las noches de agosto. Una de ellas era una cara familiar. Sí, era ella: aquella chica que hace unos años fue una ilusión, una pequeña semilla de felicidad. 

Solo se quedó en eso, una ilusión que se desvaneció una noche de otoño con la misma naturalidad con la que caen las hojas de los árboles.

Al verla, mi primer impulso fue hundirme un poco en mi butaca y no apartar la mirada de la pantalla como si se estuviera proyectando el gol de Carlos en Burgos.


Me sirvió la publicidad, (esa que tanto detesto en la sala), para recordar aquellos meses: la primera cita, esa pequeña conexión de la que nunca hablamos, pero sentimos; las cenas, el teatro; y aquella noche sentados en tu coche me dijiste que lo nuestro no iba a tener más recorrido. Frenaste cuando parecía que empezábamos a coger velocidad.

No te había vuelto a ver desde aquella noche.

En ese momento, con los focos apagados me di cuenta que no solo era verdad lo que decían de ti: que tenías miedo al compromiso, que ya te habían hecho daño y que hay unas barreras que no ibas a bajar.

También fue verdad que no estuve a la altura. No porque cometiera errores, hice muchas cosas bien, pero tú no eres de las que se conforma con un empate fuera de casa. Lo importante no era no equivocarse, sino salir al ataque y demostrar que el riesgo merece la pena.

Por suerte empezó la película.

En la última escena, después de que la protagonista hubiera completado su trabajo, intenta coger un tren buscando continuar con su vida, siguiendo con su misión. Otro personaje la detiene. Ella insiste: "Déjame seguir, no es suficiente". Y él contesta: "¿No es suficiente o es que tienes miedo de parar?"

Se encendieron las luces con la frase resonando en mi cabeza. Di un pequeño rodeo para salir de allí. Hay veces que el valor es enfrentarse al vacío. 

Creo que no me viste. 

Después de todo, quizá no haber estado a la altura fue una suerte: tal vez tú eres ahora más feliz porque encontraste un lugar en el que quedarte; yo encontré un camino por el que transitar.

Quizá, la parte más importante de las historias ocurra con los focos apagados, en un lugar en el que el público no sabe que existe.

¿O tal vez no fue esto lo que pasó?

19 ago 2025

OPINIONES DE CEMENTO

No he presumido por aquí todavía que el año pasado fui a París a cumplir un sueño del que la semilla se sembró en el año 1992: estar presente en unos Juegos Olímpicos.

No lo he hecho hasta ahora porque mi experiencia me demuestra que para las cosas más grandes de la vida, mis palabras se quedan cortas. La magnitud de unos Juegos es algo tan extraordinario que por mucho que lo intente, sé que no le voy a hacer justicia.

Recuerdo que al llegar al aeropuerto antes de pisar París me enteré de la lesión de Carolina Marín cuando estaba a punto de ganar su semifinal, y de la solicitud de la delegación española para que se le diera una medalla  que tenía casi en su mano. No había pasado ni un minuto de la noticia y ya podías encontrar a mucha gente opinando muy fuerte, tanto a favor como en contra. 

Esa inmediatez es algo que me fascina.

A mí el ansia de medallas en los Juegos me pierde, y antes de subir al avión estaba a favor; al aterrizar, en contra. Menos mal que solo lo comenté con un amigo en vez de escribirlo. Eso me permitió cambiar de idea con ligereza. A veces tengo la sensación que escribir en público es como usar cemento fresco: fija ideas a las que todavía se les podría dar movimiento.

Tengo curiosidad por saber qué hubiera pasado si hubiese opinado por escrito en algún lugar público. Es posible que ya se me hubiesen revuelto las tripas durante el vuelo y hubiese tenido el peor vuelo de mi vida al darme cuenta que estaba en desacuerdo conmigo mismo. O quizá, al haberlo escrito había bloqueado el proceso de pensamiento y ahora fuese un esclavo de mis palabras. Hoy vestiría una opinión con la que no me sentiría cómodo.

Ventajas de la intrascendencia.

Esta idea hizo que a mi cabeza viniera la historia de la construcción de la Torre Eiffel.

Pocas construcciones mas icónicas hay en el mundo. Reconocible desde cualquier rincón, inmortalizada en miles de películas, visitada por millones cada año y lugar de compromisos constante. Y, sin embargo, qué extraño artefacto: un amasijo de hierros levantado sin ningún adorno en medio de una ciudad preciosa que no necesitaba ningún icono para ser reconocida y deseada.

Si yo hubiera sido parisino en 1887, estoy casi seguro que me habría opuesto a su construcción con vehemencia. Como tantos escritores, poetas y artistas de la época, habría ridiculizado la idea, convencido de que era la última fantochada política del momento. Incluso habría dicho: "alguno se lo está llevando muerto" a aquél que me hubiese querido leer o escuchar., El único consuelo era que aquello iba a ser algo temporal que en unos años, quedaría como una anécdota lejana.

Motivos había para pensarlo.

Y ya ves, más de un siglo después aquello que no tenía ningún sentido, quizá siga sin tenerlo, pero no evita que sea admirado.

Solo queda aprender de Jim Cutler, personaje de "Mad Men" que, cuando le presentan una idea para un proyecto, responde: "quiero dejarlo claro: estoy en contra, salvo que salga bien".

Esa es la única opinión a la que aspirar.

12 ago 2025

DON QUIJOTE EN PORTADA

Estamos en pleno agosto, con una temperatura que hace que vivir pese. A mí todo me cuesta un poco más (aun) como si me hubieran puesto un par de kilos en los tobillos. Y aún así, sigue habiendo gente que se toma muy en serio a sí misma. Cuando yo solo busco aligerar, sigue habiendo quien, inasequible al desaliento, se da mucho peso e importancia.

La línea entre la admiración y la pereza es, a veces, difusa.

A favor de fliparse, yo lo hago, pero siempre sabiendo que te estás flipando. Ir de cara contigo mismo.

Cuando digo que me he flipado en esta vida, no es un farol. Por ejemplo, hubo una época que leí a Dostoievski y a Tolstoi para poder presumir de ello. Como estrategia. Estar en una discusión y soltar: "perdona, pero yo he leído a Dostoievski y tú no sabes ni quién es uno de los mejores autores de la literatura universal", da prestigio y autoridad. Siempre y cuando la discusión sea verbal, claro. Si no, tengo que buscar cómo se escribe y ese tiempo ya enfría la discusión.

Ni confirmo ni desmiento que la frase sea literal.

También lo leí porque la chica que me gustaba estaba leyendo a Tolstoi y quería demostrarle no sé muy bien qué, pero tenía que demostrárselo. Aunque eso ya, otro día.

Luego para compensar, me leo el Lecturas y me compro el ¡Hola! todos los veranos. Aquí podría decir que no se puede comer un chuletón a diario, que de vez en cuando un guilty pleassure ayuda a vivir. Que es como un kebab en mitad de una dieta. Pero lo cierto es que en estas revistas, a veces, encuentro una literatura maravillosa, y lecciones de vida sin las que yo sería un poco menos yo.

Esto último, pensándolo bien, quizá no iría mal.

Como de esto de los autores rusos clásicos hace ya demasiados años, tocaba renovarse. Así que desde el año pasado voy leyendo poco a poco "Don Quijote de la Mancha". En algún momento de 2024 pensé que, a todo lo que tengo, le añado a Cervantes y es casi como tener el VAR comprado. 

A ver quién me gana una discusión.

Así que, mientras sigo las aventuras del ingenioso hidalgo, he descubierto algo muy interesante: desde que se publicó por primera vez en 1605, la obra fue tratada con cierta displicencia. Era un libro divertido, si acaso original, pero sin prestigio alguno.

Esto que hoy es imprescindible y considerada una de las cumbres de la literatura universal, pasó dos siglos como una lectura menor. Algo entretenido sin más.

¿Igual que la prensa rosa? No, nada que ver.

Quizá, el Quijote sea la mejor prueba de aquello que dice tanta gente: vamos a peor. Vamos tan a peor, que hasta "El Quijote" tiene prestigio. Si Lope de Vega levantara la cabeza, fliparía.

Es una buena reflexión para el verano. En unas semanas empieza lo que, para muchos, es el verdadero inicio del año: septiembre. Nos puede ayudar recordar el ejemplo del Quijote: igual no estás donde quieres, el esfuerzo todavía no da los frutos esperados, y te sientes perdido e incomprendido. No hay que abandonar. Lo bueno, a veces, tarda un poco más de lo que nos gustaría, o de lo que es justo (sea lo que sea la justicia).

Y si no tranquilidad: la decadencia del tiempo, acaba regalando premios y prestigio.

4 ago 2025

SEMÁFOROS CONTRA MONSTRUOS

Tengo la sensación de que conmigo la vida tiene una forma de funcionar un tanto compleja. 

Con lo que me gusta a mí la rutina y el orden. Supongo que es algo que le pasa a casi todo el mundo, pero como hay gente que asegura que la receta de su vida son decisiones lógicas y racionales; sumas y restas con resultados previsibles... pues no seré yo el que les diga que no es así.

Aunque lo piense. Ya me he equivocado otras veces.

Sin ir más lejos, hace unas semanas, una tarde en la que los fantasmas, los errores y miserias del ayer se organizaron para atacarme en una escena que ni Peter Jackson hubiera imaginado. La única manera que encontré para defenderme fue abrir una cuenta de Instagram. 

Quizá la solución para que el pasado no me arrolle, sea cometer nuevos y mejores errores en el presente. Que los monstruos de ayer se conviertan en incómodos mosquitos.

A veces, menos por menos es más.

Mi incursión en Instagram ha tenido consecuencias imprevisibles. La más contradictoria es que ahora paso mucho menos tiempo en redes sociales: no me adapto a Instagram, me da pereza y además, me proporciona la dosis justa de frustración para que me dé pereza entrar en Twitter.

Otra vez: menos por menos es más.

Este nuevo escenario me da la oportunidad de aprovechar el tiempo, vivir de verdad, ser una persona de provecho y alcanzar una vida plena y productiva. Pero hace calor. Y es la excusa perfecta, el amable recordatorio de que conviene no fliparse. Siempre hay una excusa para cada nueva realidad.

Así que ahora estoy sumergiéndome en nuevas maneras de perder el tiempo.

Mi favorita es pensar en ti y en lo buena pareja que haríamos 

¿Cómo hacértelo ver sin decírtelo? ¿Cómo sin exponerme demasiado?


Así que prefiero desviar mi atención hacia mi particular "imperio romano", mi obsesión más inútil y leal: 

¿Por qué en Valencia hay tantos semáforos?

Es fascinante.

Llevo décadas dándole vueltas al tema. Quizá alguien se haya propuesto que no haya cien metros sin un semáforo. Y va camino de conseguirlo. De vez en cuando descubro alguno nuevo. Nunca desaparecen, solo se multiplican. Este último año, solo en mis calles habituales, he contado como mínimo cinco. 

Voy por la ciudad preguntándome dónde estará el próximo. No hay acera que esté a salvo de recibir ese regalo. 

Sí, ya sé que a mi me fascinan cosas sencillas. Pero he explicado que necesito nuevas distracciones.

Además, ahora, después de quitarles la capucha, (esa visera que les protegía de las inclemencias del tiempo, dándoles cierta dignidad), les hemos puesto cuenta una mejor experiencia del usuario. 

Me dirán que esa cuenta atrás es para que los peatones sepan cuándo cruzar. Pero la realidad es que,  sirve para que los conductores sepan el tiempo que les queda para usar el móvil antes de reanudar la marcha.


Con esto de los semáforos podría incluso escribir un libro, pero voy a dejarlo aquí. 

Quizá sea más sano abrir un Tik Tok.

25 jul 2025

MALASIA, SINGAPUR, Y UN POCO MÁS

Viajo porque me gusta. Y porque puedo.

Me pasa lo mismo con escribir y correr. Me compensa el esfuerzo. No hay más.

Hoy empiezo por el final. 

Últimamente parece que hay una necesidad de darle trascendencia a todo, correr por una buena causa, viajar para trascender, y bueno, no sé, a mí me parece que lo habitual es que la explicación más sencilla suele ser la que más se acerca a la realidad. 

Y ya tienen suerte aquellos que trascienden y se realizan solo haciendo lo que les gusta. Yo preferiría encontrar la trascendencia en hacer la colada y limpiar el baño, pero de estas cosas no me dais claves. Cabrones.

En la vida las cosas transitan, suceden. Y, en el momento menos pensado, sin saber muy bien cómo, nos vemos subidos a un tren con destino incierto. Entonces lo que toca es ponerse a construir todo tipo de explicaciones, encontrar un relato que le dé sentido. Cuando, al final, tengo la sospecha que (casi) todo es trivial y aleatorio.

Y en esas estaba cuando me di cuenta que estaba a más de 12.000 kilómetros de mi casa mientras todas las preocupaciones habituales iban cayéndose de mi cabeza y dando espacio a lo importante de la vida, que suele ser lo que no importa. 

Pensaba en qué es viajar, y quizá viajar sea no tanto irte muy lejos a un lugar donde no vas a entender el idioma, como dejar de entender tu idioma. Porque se da, por ejemplo, que domingo y martes se confunden, empiezas a confundir los días y las palabras, que no tienen nada que ver con lo que suelen significar el resto del año.

Viajar es aprender otro idioma dentro del tuyo, conocer las expresiones que utilizan otros hasta que de repente forman parte de ti y, al volver, hay una parte de tus compañeros de viaje que se queda en ti, por lo menos un tiempo. 

Parece bonito y para mí lo es. No lo será tanto para ellos, que les ha caído el marrón de llevarse con algo mío. Mala suerte, que se hubieran quedado en casa.

Viajar es hacer lo mismo que haces en casa, pero en un escenario diferente. Dentro de un tiempo tendré que buscar en el fondo de mi memoria, e incluso repasar fotos para recordar si ese templo estaba en Malaca, Singapur o Kuala Lumpur. Pero ese desayuno y lo que allí se habló ya es un tatuaje invisible e imborrable.

Viajar es, en el fondo, una pequeña vida dentro de la vida. Una vida en pequeñito, con sus injusticias, sus risas, sus momentos de tensión. Sorprenderse con lo ordinario, disfrutar lo extraordinario. Es, en realidad, un espejismo de vida, una vida irreal que podemos disfrutar algunos afortunados.

Pero pensándolo bien, a veces encuentro más realidad dentro de una mentira que en la propia verdad.

Y lo dejo ya, que no sé muy bien ni lo que digo.

Solo una cosa más: qué agradecido estoy, joder.

29 jun 2025

NI MÁS NI MENOS

Todos los días, de camino al trabajo paso junto a un banco. Ver la publicidad que van colgando es un ejercicio que desde hace años me tiene fascinado. Hace poco vi un anuncio que garantizaba que podías entrar y preguntar ¡gratis! No solo eso, sino que preguntar no te comprometía a contratar nada. Eso es lo mejor que pueden ofrecer a sus clientes. De ahí hacia abajo.

Tienen toda mi confianza.

Reconozco que a veces miento. Que lo mejor que puedo ofrecer es un silencio mentiroso. Me pasa cuando alguien presume de sus virtudes. Callo y otorgo. Silencios cómplices acompañados en ocasiones con gestos de respeto e incluso admiración. Eso ya depende de la interpretación del interlocutor. Pero en el fondo me gustaría averiguar si a esas virtudes llegó con un plan, o simplemente se las encontró y ha convertido eso en virtuosismo. Quizá ni siquiera las eligió, se descubrió bueno en eso y tuvo que transformar lo bueno en lo mejor.

Pero no digo nada. No vaya a ser que me descubran.

Escribo desde la envidia. Porque yo descubro en mí una capacidad extraordinaria para algunas cosas que no sirven para nada. Por ejemplo, mi habilidad y rapidez para el cálculo mental es inesperada. Si además saben que desde siempre arrastré las matemáticas, es ya incomprensible.

Quizá por eso también me han fascinado las contradicciones. O quizá no sea por eso; también puede que haya sido mi manera de lidiar con las mías: elevarlas a la categoría de algo normal. Le he cogido el gusto a entrar al gimnasio con un libro en la mano e ir a las bibliotecas o librerías con camisetas de fútbol.

Estaba dándole vueltas a esto mientras escuchaba uno de mis podcasts de cabecera en el que cada semana se plantea la misma pregunta: ¿Cuál es tu idea de felicidad perfecta?

Las primeras semanas no tenía ni idea sobre qué contestaría yo (lo que no debe hablar muy bien de mí, creo). Con el tiempo imaginé el escenario ideal: la tarde perfecta, en el restaurante perfecto, con el clima perfecto y la chica perfecta. De tanta perfección, murieron varias neuronas y no soy precisamente una persona que pueda permitirse ese lujo.

Hace tiempo alguien me contaba que estaba viviendo en una ciudad que no le gustaba, en una casa que no le gustaba y en un trabajo que no le convencía y así había descubierto que podía ser feliz. 

Era alguien que, sin saberlo, lo había entendido todo.

Los mejores amigos, las mejores personas que he conocido no son perfectas: son reales y gracias a lo inútiles que somos, a tener que lidiar con nuestras miserias y, además, llevarnos bien, nos lo hemos pasado mejor. Nuestra relación no es perfecta, a veces no nos contamos toda la verdad, a veces pasamos tiempo distanciados, pero somos. Y no hay más. Ni menos.

24 jun 2025

AMIGOS Y DESAMIGOS

A veces me acuerdo de la ilusión con la que entraba en Facebook las primeras veces. Casi siempre, al apagar el ordenador, había un amigo menos que me caía bien. La primera lección que me dieron las redes sociales fue que a la mayoría de amigos hay que tenerlos cerca pero no demasiado, como cuando vas en grupo por autopista: manteniendo una distancia de seguridad.

Desde entonces, me da por imaginar otras vidas, y tengo bastante claro que algunos de mis amigos en otras circunstancias, en otras vidas los evitaría. Otros no me soportarían a mi. Pero los hay que en ninguna vida podrían librarse de mí.

Me parece mágico.

Luego ocurre que rara vez las cosas son para siempre, que con algunas amistades pasa lo que con las mudanzas: hay tantas cajas que organizar que algunas se pierden o se rompen cosas. Y no siempre se pierde lo que menos importa; a veces te quedas sin algo valioso y tienes que aprender a vivir sin ello sin haberlo planificado. Vivir es estar mudando constantemente.

Hay dos maneras de perder a un amigo. 

Una es la traición, que es una de las experiencias más dolorosas que existen, porque siempre vienen de alguien al que abriste la puerta. Un Caballo de Troya vital. De un enemigo, de un extraño, uno se defiende: estás alerta, sospechas, te preparas para el golpe. Pero cuando viene de un amigo no hay defensa posible. Tú abriste la puerta, tú le diste las llaves. Y, de repente, un martes cualquiera te levantas tranquilo y descubres que algo está roto. No sabes cómo ni cuándo, pero lo ves. Y tus cimientos tiemblan.

Lo que no sabes en ese momento es que si sigues hacia delante, viene algo mejor. Pero sigues por inercia, porque no sabes no seguir.

Hay otra forma de perder un amigo. Y es cuando no pasa nada. Quizá sí pase algo: pasa el tiempo. Y como una marea, la vida va abriendo una distancia que, un día ya es demasiado grande. Ni varios "likes" en Instagram la salvan.

Esta pérdida es extraña, no hay enfados, ni escenas impactantes dignas de ser contadas. Hay, sin embargo, una sensación de vacío que no puedes ubicar en el tiempo, y una punzada que no puedes aliviar culpando a nadie, te obliga a asumirla y afrontarla. O usar esos likes no para acercarte, sino para engañar un poco al dolor.

Fracasé en mi intento de escribir sobre la pérdida en positivo. Supongo que tantos años escuchando a Ismael Serrano tienen sus consecuencias. La melancolía se coló entre mis dedos. Puede que algunas pérdidas sigan doliendo un poco, pero ese dolor es la cruz en una moneda cuya cara está llena de experiencias que han hecho este viaje algo inolvidable.

Así que como en las mudanzas, la vida también va de ir soltando para dejar espacio a lo nuevo. Al final, lo importante encuentra su forma de quedarse, aunque no siempre encaje en el lugar que pensaste.

12 jun 2025

Y PESE A TODO, EL MUNDO FUNCIONA

Alexander Sørloth es un futbolista que juega en el Atlético de Madrid sobre el que no había ninguna posibilidad de que yo escribiera. Para empezar, porque es muy difícil poner la ø sin copiarla de Google. Pero el mes pasado en un sábado sin pretensiones, llamó la atención porque marcó tres goles en cuatro minutos. Un hat-trick fulgurante, de esos que todos algún día soñamos alguna vez.

Yo no digo que no tenga mérito, ¿eh? Que lo tiene. Pero aquí hemos venido a jugar: por tercer año consecutivo, en el mes de abril, una chica me ha dicho que “la he decepcionado”. Que venga Sørloth, o quien quiera, a mantener esa regularidad. Lo suyo fue una buena rachita. Lo mío es un trabajo de fino estilista.

Lo curioso es que, pese a la brevedad de esas historias, algunas me siguen pesando más que otras que duraron años. Como si el daño tuviera su propio calendario. A veces pienso que hay vínculos que no se miden en tiempo, sino en intensidad. Como el mito ese de Perséfone: apenas pasaba unos meses en el inframundo, pero bastaban para que la tierra entera se marchitara. Pues así. Algunas personas aparecen en tu vida un instante y te dejan inviernos enteros.

Que yo lo cuento aquí con la mejor de mis intenciones, dejando atrás el drama. Pero no siempre es fácil. Soy de los que se esfuerzan, de los que sale a la vida con ganas y, en ocasiones, acaban metiendo la pata. Todos somos el error de alguien y siempre hay alguien que fue nuestro error. 

Y pese a todo, el mundo funciona.

No he conseguido la escala precisa para medir de antemano esos errores. Cuando era más joven, pensaba que la herida la marcaría el tiempo. Que dolería más lo que más durara. Y sin embargo, algunas de esas historias fueron tan breves que apenas ocuparon espacio, pero quedaron marcadas en mi piel durante años. Otras, mucho más largas, apenas me dejaron rasguños inapreciables. Así que puedo  entender cuando Liliam Thuram contaba que todavía tiene pesadillas con Munitis después de haberse enfrentado a Ronaldo, Figo, Messi o Totti entre otros.

Y no me sirven las explicaciones de todos esos profetas del ayer, que corren a hablar de merecimientos, aprendizajes o deudas con la vida. A mí no me expliques lo que ya pasó. A mí, prepárame para las heridas que están por venir.

Así que estoy intentando dejar de entender muchas cosas. He dejado de buscar lógica en lo que duele o esperanza en lo que no llega. No siempre hay un porqué claro, ni una moraleja detrás de cada caída. A veces simplemente hay que levantarse y seguir, aunque duela. Porque abril aún no se ve en el horizonte y, quién sabe, quizá el próximo abril sea en el que por fin las expectativas se den la mano con la realidad.